antiago de Compostela, 08/09/05 (Veritas) La profesora Claire Marie Stubbemann, de la facultad de Teología de Burgos, confesó esta mañana en Santiago de Compostela estar "profundamente convencida de que la transmisión de la fe, entendida como experiencia del Dios vivo, comienza en el seno materno".
La teóloga intervino en las Jornadas de Teología organizadas por el Instituto Teológico Compostelano (ITC) con una ponencia en la que desarrolló como tema "la misión de la mujer en la transmisión de la fe".
Doctorada en Teología Espiritual con una tesis sobre "La mujer en Edith Stein", Stubbemann dijo que cuando hoy en día se está ya "comprobado científicamente la influencia benéfica que tiene para el no nacido el que su madre establezca vínculos afectivos positivos con él, ¡cómo va a ser indiferente una comunicación aún más profunda como es la de compartir con el niño que lleva en sus entrañas la experiencia de Dios!"
"La gracia no depende de la comprensión del sujeto que la recibe. El que el no nacido sea ya persona, y lo es, significa entre otras cosas que él es un tú para Dios y Dios para él. ¿Acaso no saltó de gozo el niño en el seno de Isabel? Desconozco si existen estudios al respecto, pero ¿puede darse una experiencia más íntima, más fundante, más querida por Dios que la de orar no sólo por el niño eso lo pueden hacer también otras personas-, sino con él? Nunca más la comunión entre madre e hijo es tan profunda y tan diáfana, no sólo a nivel físico, sino afectivo y espiritual, como durante el tiempo de gestación", añadió.
Para analizar "la misión de la mujer en la transmisión de la fe" y "sin ánimo de menospreciar las voces femeninas que, desde una perspectiva más bien radical reclaman con cada vez mayor insistencia una participación más calificada y equitativa de la mujer en tareas pastorales y de gobierno en la Iglesia", Stubbemann se fijó "sobre todo en el aspecto antropológico"; porque para esta teóloga "es imposible cumplir una misión sin una conciencia clara de la propia identidad".
En esta lógica, y siguiendo el relato de la Creación en el Génesis, Stubbemann negó la consideración de "la femineidad o la masculinidad como mera expresión de un tipo social" y afirmó por el contrario, que "la diferencia sexual se corresponde plenamente con la voluntad del Creador... El varón y la mujer son, por tanto, totalmente iguales ante Dios, sin que por ello haya que negar su diferencia sexual".
Convencida de la aportación original que la mujer puede realizar desde su identidad sexuada a la transmisión de la fe, Stubbemann destacó "tres dimensiones que, independientemente de la opción por un estado de vida determinado, forman parte del ser de la mujer: la dimensión esponsal, la maternal y la virginal".
Como dimensión constitutiva de su ser, la esponsal no indica sólo "la hondura de la unión matrimonial, sino también que la mujer no debe renunciar a ser ayuda del "otro", es decir de todo hombre", de modo que "la vida de soltera o la virginidad consagrada, por ejemplo, no representan, por tanto, formas "vacías" de femineidad, sino otros cauces de entrega y de donación a Dios y a los demás².
Por su parte, la teóloga entiende la dimensión virginal más allá de la "opción por un estado de vida determinado", como "la capacidad de vivir con radical transparencia en la presencia de Dios... La virginidad entendida como apertura total a la voluntad de Dios sin interferencias del propio yo".
Sin embargo, para Sutbbemann, es "la dimensión maternal la que más caracteriza el ser de la mujer" y la que mejor puede ayudarla en su misión como transmisora de la fe, sobre todo, si se tiene en cuenta la expresión de Gertrud von le Fort: "El mundo necesita de la mujer maternal, pues es en gran parte como un niño pobre y desvalido".
"El hecho de que la mujer esté llamada a acoger, gestar, nutrir y promover la nueva vida en su seno no sólo configura todo su ser anímico-corpóreo y espiritual, sino que la convierte por vocación natural en guardiana y defensora de la vida en todas sus manifestaciones y en todos los campos de la sociedad", añadió la teóloga.
El hombre ha sido confiado especialmente a la mujer desde la Cruz: "Mujer, ahí tienes a tu hijo". En este contexto, Stubbemann dijo que "Jesús le recuerda en María a cada mujer su misión originaria de ser ayuda para que el ser humano no degenere en su humanidad y de cuidar de la vida, gestándola, alumbrándola y defendiéndola contra el Dragón que sigue intentando también hoy arrebatárselo".
Por otra parte, la teóloga defendió también la aportación específica de la mujer en el quehacer teológico: "Precisamente por su vivencia femenina de la fe la mujer tiene mayor facilidad para ofrecer una reflexión teológica más mistagógica que especulativa, contribuyendo a la tan deseada reconciliación entre espiritualidad y teología".