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La Biblia y sus manuscritos

12 de octubre de 2013
Primer capítulo del libro acerca de los evangelios

Ciencia y conocimiento de la biblia

Con la fe sencilla y sin necesidad de grandes estudios científicos, ¿nos podemos arreglar para acercarnos a la Biblia, y en especial a los evangelios? Si la fe no tiene directa relación con el conocimiento científico, ¿por qué es necesario ese estudio? ¿cambia en algo la fe que tenemos en la Biblia con los descubrimientos científicos?

Cuando decimos "ciencia y conocimiento bíblico" con esas dos expresiones estamos abarcando muchísimas realidades. Por ejemplo, a nadie escapa que el estudio de los manuscritos antiguos, su clasificación, desciframiento, validación, transcripción, etc. tan necesarios para el conocimiento de la Biblia, es un estudio netamente científico. Ese "objeto de fe" que es la Biblia no se me da de manera directa sino pasando por una criba inicial: la de ver cuáles manuscritos son los que valen, los que establecen el texto. ¡No tengo texto bíblico, texto de fe, sino a condición de que use herramientas humanas para establecerlo!

A lo mejor el lector cree que estoy exagerando, que basta con ir a la Biblioteca Vaticana, que seguramente debe tener los originales de los evangelios, desempolvarlos, y a lo más descifrarlos, ya que son tan antiguos, y ¡listo! ¡he aquí el texto bíblico, ahora a traducir...!

Pues no, la verdad es que no es así, ni siquiera es nada parecido a eso. Comencemos por el principio, muy conocido para muchos, pero completamente desconocido -lamentablemente- para la gran mayoría de los creyentes: no existen originales de ningún texto bíblico. Cuando digo "originales" me refiero a aquel papiro que haya escrito y firmado san Pablo, o san Juan, o san Lucas, o el Salmista, o el Cronista, o el Legislador del Éxodo, o cualquier otro escritor bíblico. No existen esos originales... ¿De ningún libro bíblico? ¡exactamente! de ningún libro bíblico.

Pero ahora vayamos un poco más allá: no existen originales de ningún libro antiguo: ni de los diálogos de Platón, ni de la Eneida de Virgilio, ni de la Metafísica de Aristóteles, ni de la Ilíada de Homero, ni del Asno de Oro de Apuleyo, ni de los  Edipo de Sófocles... ¡de ningún libro antiguo!

¿Y entonces qué leemos cuando leemos textos antiguos? leemos lo que se ha conservado en copias y más copias, y que ha sido establecido y cuidado a lo largo de siglos. Si alguien quiere comprender el proceso humano de la tradición, con su fidelidad fundamental, pero también con su creatividad, no tiene más que estudiar la transmisión de cualquier texto del pasado remoto.

En el caso de la Biblia, por ejemplo, existían rollos de papiro o de pergamino (los dos sistemas convivieron mucho tiempo) que se usaban en la lectura pública, en las sinagogas, y luego en las comunidades cristianas, pero esos rollos no se conservaban, se deterioraban con cierta rapidez, y eran reemplazados por otros, que a su vez se deteriorarían rápidamente (el pergamino un poco menos que el papiro). Algunos piensan, por ejemplo, que el "ilustre Teófilo" al que san Lucas dedica sus dos obras, el Evangelio y Hechos (Lc 1,3; Hech 1,1), es el cristiano de buena posición que pagó las copias, ya que era bastante común dedicar el libro a quien hacía posible esa difusión. Como sea, esas copias que circularon en el primer siglo -ni de esos libros ni de ninguno de los otros- no se nos conservaron. A medida que se iban deteriorando iban siendo reemplazadas por nuevas.

 

recreación de un "scriptorium" romano para la copia de libros (Yo Claudio, cap 7)

 

El estudio crítico del texto de la Biblia: ya desde la antigüedad

El gran padre de la Iglesia Orígenes, realizó, a inicios del siglo III (210 aprox) una edición crítica del Antiguo Testamento a la que se conoce como "Hexaplas", ya que contenía el texto a seis (en griego hexa) columnas: hebreo, hebreo fonético, y las cuatro traducciones griegas usuales: Aquila, Símaco, LXX y Teodoción. Lamentablemente la obra en su conjunto se ha perdido, aunque quedan fragmentos. Mucho de lo que puede estudiarse del AT en su lengua original tiene que ver con este proceso de tradición manuscrita, sumado a otras transmisiones del mismo material.

En cuanto a los evangelios, valen como fuente las copias que hay desde comienzos del siglo III, aunque claro que las más antiguas son también muy fragmentarias. También se utilizan como fuentes las abundantes citas que los Padres de la Iglesia hacían en sus escritos, citas que en muchos casos eran de memoria y que incluían variantes de la misma frase fundamental. Conforme van pasando los siglos, las copias se hacen más completas y seguras... pero también más lejanas de los originales, con las posibilidades de variantes que eso implica.

El lector debe añadir aquí otra propiedad de los textos antiguos que no siempre se tiene en cuenta: los textos antiguos no tenían ni puntuación ¡ni cortes entre las palabras! eranunalargapalabradeunladoaotrodelrenglón, escrito todo en mayúsculas (manuscritos mayúsculos), o cuando se inventó la minúscula, en minúsculas (manuscritos minúsculos).

Importan también como fuentes los llamados leccionarios, es decir, colecciones de lecturas con propósitos litúrgicos, que si bien no tenían todo el texto de continuo, los había en gran abundancia, y nos proporcionan no sólo el texto, sino también información indirecta acerca de cómo los textos eran recibidos, qué partes importaban más que otras, cómo se combinaban distintos textos, etc. 

¿Pero cómo se las arreglaban los antiguos para entender? Pues... igual que nosotros con nuestras convenciones: cuando algo podía discutirse, lo discutían, y estaban acostumbrados a prestar atención a las "marcas" internas que el texto iba brindando para establecer el sentido. Por ejemplo la repetición de palabras, o la aparición de ciertas expresiones, o, en el caso del griego, el uso de ciertas partículas que servían para estructurar el discurso, al no haber puntuación (el hebreo es, en ese sentido, mucho más primitivo).

Nosotros prestamos atención a los títulos y subtítulos, a los puntos, comas, guiones, paréntesis, mayúsculas, etc... pero todo eso son agregados editoriales que "traducen" en categorías nuestras la tradición de comprensión del texto. ¡Podrían no estar! y de hecho en los textos antiguos no están, se fueron agregando sobre la base de discusiones y afinamientos en la lectura, a veces con acierto, y a veces no tanto.

El estudio de los textos para llegar a establecer el "texto más seguro" es muy antiguo; precisamente mencioné las Hexaplas de Orígenes para que se vea hasta qué punto el problema de qué texto es el que debe leerse, y las diferencias entre traducciones preocupaba a los antiguos tanto como a nosotros.

 

La crítica textual científica

En el medioevo, y a los efectos prácticos la lectura de los textos originales fue reemplazada por la traducción latina debida en su mayor parte a san Jerónimo, y que pronto se conoció como "vulgata", o Biblia del pueblo. No se trata de que no quisieran trabajar con los textos originales: por un lado eso hubiera sido muy difícil en las condiciones de difusión de la escritura, pero más fundamental todavía: no existía la conciencia de la diferencia entre un texto original y uno traducido, ni por supuesto la valorización del texto original como texto "maestro". 

De hecho eso regía no sólo para la Biblia, sino para todos los demás libros... cuando en el Renacimiento Aristóteles fue leído de nuevo en griego -su original- en vez de en árabe, como era la práctica en el medioevo de santo Tomás, por ejemplo, bien otra lectura se hizo del antiguo filósofo, se puede decir que se lo redescubrió.

Precisamente, la entrada de la crítica textual en el camino de la ciencia positiva se produce en el Renacimiento, con su revalorización de los estudios clásicos, el "redescubrimiento" de la importancia de las lenguas originales, y la confección y edición de las primeras gramáticas y diccionarios del griego y del hebreo antiguos.

A partir de allí el estudio crítico del texto se va afinando más y más para conseguir una versión que podamos afirmar que a todos los efectos prácticos valga como si estuviéramos ante el original. En la actualidad se puede decir que está conseguido: la edición del Nestle-Aland, Nuevo Testamento en griego con aparato crítico, que va por su edición 28º (2013) incorpora ya pocos cambios respecto de la anterior (la 27º, 2001). Aunque hay otras ediciones críticas, el consenso actual se dirige oficialmente a esta edición por parte de todas las confesiones cristianas, incluida la católica. Al menos tenemos un punto de partida común cuya seriedad nadie discute. Diría que no es poco.

Por supuesto, esa misma edición crítica trae no sólo los fundamentos de las decisiones textuales que el comité editor toma, sino también las alternativas de lectura, de modo que los traductores pueden decidir por ellos mismos aceptar como más adecuada una variante que a lo mejor el comité editor no vio como la más probable, o corregir el aparato de puntuación del texto a partir de una lógica que el traductor ve en el texto, o que él quiere destacar.

 

Pero ¿qué es eso de las "variantes"?

Copiar el texto de un manuscrito que hacía de original a otro, podía hacerse individualmente (es decir que el copista iba leyendo el original y saltando la vista hasta su copia), o bien -muy frecuentemente- por dictado, es decir que uno leía en voz alta y otro u otros escribían. Cualquiera fuera el método, la fidelidad de la copia se enfrenta a muchos problemas prácticos. Por ejemplo, bien puede ser que el copista al pasar de línea desde su fuente hasta su escrito salteara una, por ejemplo poque hubiera una palabra parecida en la línea siguiente, o que duplicara una palabra; o si estaba recibiendo dictado, que se distrajera un segundo, que oyera mal, o que reemplazara una palabra que no le sonara por otras que le fuera más familiar, etc.

En todo caso, como esa copia iba a ser fuente de nuevas copias, toda una línea de manuscritos partirán de un cierto conjunto de variaciones, e introducirán a su vez otras nuevas. También puede ocurrir que el lector de la siguiente etapa se dé cuenta de que falta algo, y que lo supla con lo que "le parece" que va.

Naturalmente, los manuscritos de los que se dispone se cuentan por millares, no todos completos ni todos igual de fiables, pero tan minuciosamente estudiados, que hoy por hoy están agrupados por familias, se puede señalar qué manuscritos están emparentados con cuáles, por ejemplo, por haber sido fuente uno de otro, o por provenir de la misma tradición textual.

La comparación y clasificación de todas esas variantes va dando lugar al texto más probable, que es el que luego el editor asumirá como auténtico.

Veamos un ejemplo:

En Lucas 1,46 comienza el «Magnificat», el Cántico de María. El editor suele señalar ese comienzo con un título, por lo cual perdemos la muy inmediata conexión con lo anterior, pero en realidad este texto en los manuscritos antiguos se presenta así:

«Porque apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo saltó de gozo el niño en mi seno feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor y dijo [María] engrandece mi alma al Señor y mi espíritu se alegra en Dios mi salvador» (Lc 1,44-47)

Puse «María» entre corchetes, porque si bien la mayoría de los manuscritos dicen «María», hay tres importantes que dicen «Isabel», e incluso algunos Padres de la Iglesia (como algunos manuscritos de san Ireneo o de san Jerónimo) traen Isabel. Leamos el texto sin ningún nombre, veremos que fluye naturalmente de Isabel, no de María, ya que Isabel es la que venía hablando.

-Los defensores de la variante Isabel argumentan: posiblemente en el texto original no había ningún nombre, y por tanto se entendía tácitamente Isabel, lo que tres familias de manuscritos corrigieron poniéndolo explícitamente, mientras que las otras familias completaron con María.

-Los defensores de la variante María arguyen: el texto «responde» a la exultación de Isabel al ver a María, le da un sentido teológico al salto del niño en el vientre de Isabel. El cántico, inspirado en el cántico de Ana, la madre de Samuel, tiene sentido si es dicho por la protagonista de esta escena, que es María, no Isabel. Por otra parte la variante Isabel sólo aparece en manuscritos de tradición latina, como si hubiera sido una contaminación del texto que dependió de la difusión en Occidente.

En la actualidad ya no se discute este punto, todos admiten que la variante María es la más apoyada y la que debe considerarse correcta. Sin embargo, no lo es por ningún motivo dogmático, no lo es porque el cántico «tenga» que ser de la Virgen, ni la Biblia viene con manual de instrucciones que nos diga a cada paso cuál es el sentido único correcto de cada palabra. Si la variante María es hoy la más aceptada, y probablemente la única aceptable (en ciencia no existe el 100% de certeza), es porque 2000 años de discusiones dieron su fruto y hoy podemos contar este punto entre las certezas, en vez de entre los puntos a dirimir. 

¿Qué le aporta al lector el conocimiento de estas cuestiones?

Por supuesto todo esto a nosotros como lectores nos sirve muy indirectamente: nosotros manejamos un texto en nuestro idioma, que suponemos bien fundamentado y bien traducido. Pero nos puede venir bien conocer estos datos. Por ejemplo, para evitar discusiones sobre detalles del texto que a lo mejor no dependen del texto mismo sino de la transmisión, como en muchos aspectos la puntuación correcta o la división entre un fragmento y otro. También para no sacralizar ni «casarnos» con los títulos y subtítulos que pueblan la edición: son siempre producto de la interpretación del editor, y no sólo puedo encontrar en el texto más cosas u otras distintas que las que él encontró, sino que eso es lo más probable, porque los títulos reflejan una forma de lectura, no todas las formas posibles de lectura.

También para evitar algunas fantasías acerca de los textos bíblicos: siempre están en una relación dinamica con la comunidad receptora. Cuando nosotros accedemos al texto ya toda una comunidad de 2000 años lo estuvo amasando, saboreando, y también moldeando: el texto bíblico no es un aerolito, no es un ovni, no es un ídolo arrojado desde el trono de los dioses a los hombres. No es tampoco un dictado angélico. Es una palabra divina mediada por un proceso completamente humano, que incluye de manera inseparable el humanísimo proceso de su transmisión.

Dicho de otra manera: la encarnación comenzó en el texto bíblico. Dios demostró su modus operandi, aquello que había de hacer, la encarnación, decidiendo comunicarse con el hombre por medio de una palabra que es inseparablemente divina y humana, en todos los sentidos que le podamos dar a esa expresión, comenzando por el proceso mismo de su escritura, fijación y transmisión en el tiempo. Veremos reaparecer la encarnación en cada uno de los aspectos de la Biblia.

Pero sobre todo, comprender la cuestión de la transmisión del texto y el largo y laborioso proceso de su fijación nos puede ayudar a darnos cuenta que no se puede oponer en el estudio de la Biblia lo "de fe" a lo "de ciencia": si no se hubiera practicado en 2000 años el estudio científico de la Biblia... ¡no tendríamos Biblia!

 

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