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El Testigo Fiel
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El buscador «simple» permite buscar con rapidez una expresión entre los campos predefinidos de la base de datos. Por ejemplo, en la biblioteca será en título, autor e info, en el santoral en el nombre de santo, en el devocionario, en el título y el texto de la oración, etc. En cada caso, para saber en qué campos busca el buscador simple, basta con desplegar el buscador avanzado, y se mostrarán los campos predefinidos. Pero si quiere hacer una búsqueda simple debe cerrar ese panel que se despliega, porque al abrirlo pasa automáticamente al modo avanzado.

Además de elegir en qué campos buscar, hay una diferencia fundamental entre la búsqueda simple y la avanzada, que puede dar resultados completamente distintos: la búsqueda simple busca la expresión literal que se haya puesto en el cuadro, mientras que la búsqueda avanzada descompone la expresión y busca cada una de las palabras (de más de tres letras) que contenga. Por supuesto, esto retorna muchos más resultados que en la primera forma. Por ejemplo, si se busca en la misma base de datos la expresión "Iglesia católica" con el buscador simple, encontrará muchos menos resultados que si se lo busca en el avanzado, porque este último dirá todos los registros donde está la palabra Iglesia, más todos los registros donde está la palabra católica, juntos o separados.

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¿Cómo interpretar esos pasajes bíblicos en los que aparecen masacres promovidas aparentemente por Dios?

pregunta realizada por Vicente
2 de octubre de 2023

Sí, ¡menudo tema! 

Tomemos como ejemplo Nm 21,1-3: El pueblo le ofrece a Dios anatema de las ciudades que conquiste al rey de Arad, y entonces Dios le entrega esas ciudades, es decir, les hace ganar las batallas. Pero la impresión es que no es la oración, sino el gusto por el anatema lo que movió a Dios a obrar ("Oyó Yahveh la voz de Israel y les entregó aquel cananeo").

En Jos 6, en la conquista de Jericó, Josué manda consagrarla entera al anatema (lo que incluye mujeres, niños, ganado, bienes, etc., v. 17). Podría pensarse que es cosa de Josué y no de Dios, pero cuando Akán, uno de la tribu de Judá, se guardó algunos bienes del anatema, "se encendió la ira de Yahvé" (no la de Josué), Jos 7,1, y no solo les impidió la conquista siguiente, la ciudad de Ay, sino que no paró hasta aniquilar a los bienes robados, a Akán y a toda su familia (específicamente señala a "sus hijos, sus hijas, su toro, su asno y su oveja, su tienda y todo lo suyo", 7,24)

Son solo dos ejemplos de la furia desatada de Yahvé en algunas capas narrativas del AT, hay muchísimos más.

Se puede encontrar mil razones de esos aniquilamientos en la maldad de los pueblos conquistados, o en su idolatría: merecerían, en último término, la muerte. Akán no hay duda de que es un ladrón, codicioso y pecador, pero parece que extenderlo a sus hijos e hijas y a todo lo suyo, resulta un poco excesivo, incluso para los antiguos.

Mi convicción es que en esto no valen las apologéticas-parche, es decir, tratar de justificar a Dios por esta o aquella actuación. Esos pasajes exigen una mirada de conjunto a la Biblia, una mirada que al final repercutirá, por fuerza, en todo el libro, incluso en los pasajes donde aparece un Dios moralmente más "elevado".

Hay algunos ensayos de respuesta interesantes, por ejemplo François Varone, en "El Dios sádico", señala que la brutal matanza de los 450 profetas de Baal en 1Re 18,40 debe entenderse como un exceso de celo de Elías, ya que no obedece a ninguna orden de Yahvé de que obre así. Para ese caso puntual la respuesta puede funcionar, efectivamente el profeta "vibra" en su espíritu con el celo y la ira de Dios (fenómeno muy bien descrito como "sym-pathía profética" en la profunda obra "Los profetas" de A. Heschel) y en una época embrutecida, tal vibración se convierte fácilmente en violencia humana descontrolada.

Creo que como respuesta da que pensar. Pero no resuelve más que el relato de Elías en el Carmelo. Ya hemos visto que, por ejemplo, el anatema de Akán está dirigido personalmente por Dios, aunque en un principio la orden pudiera atribuirse a Josué.

El documento de la Pontificia Comisión Bíblica del 2010, "Inspiración y verdad de la Sagrada Escritura" (que recomiendo fervorosamente), aborda específicamente el problema ético planteado por la ley de exterminio o anatema. Imposible resumir el conjunto del planteo muy bien llevado en el texto, me limito a citar una frase muy orientativa: "la ley del exterminio exige una interpretación no literal, lo mismo que se hace, por otra parte, con el mandato del Señor de cortarse la mano o sacarse un ojo si son ocasión de escándalo (Mt 5,29; 18,9)"

Es decir: solemos leer como exigencia radical (pero no ética ni literal) el mandato del Señor: aunque sean lacerantes los casos de pederastia, no se nos ocurre que resulte ético castrar a los culpables (que sería el exacto caso de los mandatos de Jesús), sino que entendemos que aquellos mandatos lo que hacen es mostrarnos la gravedad profunda del escándalo, sobre todo si la víctima es un niño o un débil, y dejan en suspenso el juicio último, que le corresponderá a Dios, sabiendo que no hay manera humana de restablecer ese equilibrio roto.

Sin embargo, entendemos los mandatos de aniquilamiento como crónicas históricas, como aniquilamientos efectivamente mandados y realizados... cuando lo más probable es que se trate de "metáforas" (por decirlo de alguna manera, también podría ser "hipérboles") para suscitar en el espíritu del lector el horror a la idolatría en que están sumidos los pueblos que no siguen a Yahvé. Como dice muy escuetamente la nota de Biblia de Jerusalén a la ley de exterminio de Dt 20,10ss: "No tenían ya estas reglas ocasión de ser aplicadas cuando fue promulgado el Deuteronomio bajo Josías; no había ya cananeos que consagrar al anatema."

Ahora bien: si estas leyes no se redactaron para cumplirse como leyes, y tales anatemas difícilmente ocurrieron, ¿por qué Dios se vale en su revelación de estas reacciones sórdidas y primarias del espíritu humano, de excitar la violencia, el vindicativismo y la intolerancia para inculcarnos la seriedad de su relación con nosotros?

Lo trata la Constitución Dei Verbum (DV) del Concilio Vaticano II en su número 13 al hablar de la "condescendencia divina", haciéndose eco de un concepto de San Juan Crisóstomo. Lamentablemente, lo enuncia, pero apenas lo desarrolla.

Lo que quiere decir este concepto de la "condescendencia divina" es que, por ejemplo, la violencia, el patriarcalismo, el etnocentrismo que rezuman muchas páginas del AT no son el mensaje divino a transmitir, sino que corresponden a la "débil condición humana" (DV 13) entre la cual la Palabra de Dios habló a los hombres enseñándoles valores fundamentales con los cuales, andando el tiempo, esos mismos hombres llegarían a poder superar esa violencia, ese patriarcalismo, ese etnocentismo.

Podríamos decir que a través de la la ley del anatema, escrita por y dirigida a hombres que vivían en un mundo extremadamente violento, donde la violencia no era percibida como un disvalor y ruptura, sino como motor fundamental de la acción humana (obsérvese la curiosa expresión de 2Sam 11,1: "al año siguiente, en la época en que los reyes van a la guerra…"), a través de esa ley, decía, el autor sagrado percibe y transmite la seriedad del compromiso con Dios: nada del ídolo es rescatable para Él.

Junto con la seriedad del compromiso con Dios, el hombre de Dios aprende la seriedad del comprmiso con el hermano, primero de la propia comunidad, y aprende la seriedad de los lazos familiares y tribales. Y además de eso, va descubriendo de a poco que la justicia es cosa de Dios, no del hombre, que nuestras leyes de guerra son relativas, solo Dios puede establecer la justicia de una guerra.

Cuando aprenda todo eso, la revelación le enseñará que "El Señor aborrece a quien ama la violencia" (Sal 11,5).

Y finalmente le enseñará que el Padre "hace salir su sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos e injustos" (Mt 5,45)

La revelación bíblica, la Palabra de Dios, es profundamente humana, se hace uno con el hombre a quien habla (nuevamente remito a DV 13), y habla realmente el lenguaje de ese hombre.

Pero esto no está exento de peligros. 

El principal de todos es la lectura fundamentalista: el leer sin filtros culturales, sin situar lo leído en su contexto histórico, en el momento humano en que se produce. ¡Cuántas veces se justifica, aun hoy, la sumisión de la mujer al marido porque "la manda" San Pablo! Los bárbaros que arrojaron las estatuillas de la Pacha-Mama al Tíber cuando el sínodo del Amazonas, conocían muy bien la Escritura, y se repitieron muchas veces el lema "por Dios contra el ídolo"; seguramente saben de memoria la ley del anatema… pero no saben leer la Palabra de Dios en toda su densidad, se quedan en la superficie: repiten el gesto, como los monos, sin llegar a la sustancia.

El segundo problema proviene del dualismo antropológico, tan extendido en nuestra cultura, que termina considerando que los textos inaceptables (sobre todo del AT) pueden dejarse de lado porque son "lo humano" de la Escritura. Entonces de ellos no hablamos, ni los estudiamos, ni los incorporamos a la predicación, sin advertir que "lo humano" es el único camino de acceso a lo divino de la Palabra divina: solo haciéndonos cargo de la violencia que seguimos llevando dentro nuestro, y que aflora cuando le damos oportunidad, podemos superar esa violencia con ayuda de la Palabra divina.

Y de esto último surge, creo yo, una de las mayores consecuencias de todo esto: si lo divino de la Biblia solo se nos da en lo humano, y en especial en la debilidad humana, ¿cómo es que creemos que ciertos valores y ciertas perspectivas no son de Dios, pero otras lo son plenamente? Dios trasciende todos nuestros valores, sus caminos no son nunca nuestros caminos. También nuestros valores tan queridos de tolerancia, aceptación, inclusión, son valores provisorios. Buenos, sí, pero a través de los cuales Dios nos está tratando de llevar más allá.

La Escritura, que contiene la Palabra de Dios, es sin embargo siempre el esbozo de tal Palabra. Dios ha hablado fundamentalmente en Cristo, es en Él, en su persona, en sus "sentimientos", como lo decía san Pablo en Flp 2,5, en los que encontramos la plenitud de Palabra divina.

Pero incluso Él se nos brindó como humano en un tiempo y un espacio débiles y limitados.

 

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