En la antigüedad las series de días se contaban de manera distinta que ahora: ellos contaban los dos extremos de la serie, mientras que nosotros, con más lógica, sólo contamos uno de los extremos, porque contamos intervalos.
Por ejemplo, de hoy, viernes, al domingo, para mí hay dos días, porque yo cuento: de hoy a mañana, sábado, un día, del sábado al domingo, otro día. En total: dos días.
Pero en la antigüedad no se contaban los intervalos, sino los hitos, entonces de hoy, viernes, al domingo hay tres: viernes, sábado y domingo...
Ya sé que no es muy lógico, pero era así en la cultura del momento, y todos contaban igual los días (o los meses, o los años), incluyendo siempre los dos extremos.
Por ejemplo, nosotros suponemos que la Cuaresma, con ese nombre, deberá tener 40 días, pero en realidad tiene 39, según nuestros criterios, porque para que dé 40 tenemos que contar de miércoles de Ceniza a domingo de Ramos incluyendo a estos dos, cosa que nosotros no hacemos, porque contamos los intervalos. Lo mismo pasa con Pentecostés, que a pesar del nombre tiene 49 días y no 50.
Así que es cierto que según nuestra manera de contar Jesús resucitó al segundo día, mientras que a la manera antigua, lo hizo al tercer día.
De todos modos la insistencia evangélica en los tres días se relaciona más con la profecía de Oseas que con el problema matemático de la diferencia en la manera de contar el tiempo. Dice Oseas 6:2 «Dentro de dos días nos dará la vida, al tercer día nos hará resurgir y en su presencia viviremos» El verbo "resurgir", en griego, es el mismo que "resucitar", asi que de allí tomó la predicación apostólica la importancia simbólica de los tres días, facilitado por la manera un poco extraña para nosotros de contarse el tiempo en aquella época.