El rezo de las Horas es "litúrgia" porque es una acción de la Iglesia como Cuerpo Místico de Jesús, no es una acción particular. Cuando rezamos la LH, entramos en el torrente orante de la Iglesia, torrente que salta hasta la vida eterna.
Eso determina uno de los principales aspectos de la LH: es una oración preparada y estructurada.
En nuestra época se ha valorizado -quizás excesivamente- la espontaneidad de los sentimientos. Parece que si algo no es espontáneo, no es sentimiento. Es una de las razones por las que a los creyentes nos cuesta "meternos" en la Misa: una oración -la más perfecta de la Iglesia- llena de sentimiento y piedad cristianas, pero completamente ajena a la espontaneidad y al caos de los sentimientos cotidianos.
La LH pertenece -como acción litúrgica que es- a ese mismo género de oraciones: piedad y sentimientos profundos, pero no los nuestros individuales y momentáneos, sino los sentimientos del Cuerpo de Cristo: siempre alegre por el perdón recibido, a la vez siempre acongojado por las cotidianas infidelidades, siempre necesitado de recibir un don, y siempre reconocido de haberlo ya recibido por parte de Dios.
La LH exige de nosostros un ejercicio de "descentramiento": somos a la vez lo más importante para Dios, cada uno de nosotros es "lo más importante", y sin embargo no somos el ombligo del mundo, ni nuestros sentimientos momentáneos son la regla de la verdad. La regla de la verdad es Cristo, y la verdad de la piedad y de la oración sincera son los sentimientos de Jesús. Como díce el Apóstol: «Tened los mismos sentimientos que Cristo Jesús» (Fil 2,5).
Precisamente ese ejercicio de descentramiento es la regla para prepararase al rezo de la LH, ¿cómo? Posiblemente con estos tres movimientos interiores: continuidad, compenetración, comunión.
Continuidad: Será más provechoso a nuestra vida espiritual elegir una hora litúrgica, cualquiera sea ella, y rezarla todos los días, preferentemente en un tiempo fijo ya determinado por nosotros, que rezar un día toda la LH y luego por semanas no utilizarlo. La LH se desenvuelve no sólo a lo largo de las horas del día, sino a lo largo de los días del año: nos enseña que hay tiempos fuertes y tiempos débiles, tiempos privilegiados, cargados de resonancias, y compases de espera. Nos enseña también que eso es nuestra vida cristiana. Y eso lo aprenderemos con la continuidad de la oración, incluso mínima, y no procediendo a los saltos y empachándonos de salmos.
En la opción, hay desde luego también "horas fuertes" y "horas débiles", por lo que si debemos optar, siempre tendríamos que tratar de elegir alguna hora mayor (Laudes o Vísperas), y a lo mejor dejar el rezo de las otras horas para determinados días. Por ejemplo, puede rezarse cada día Vísperas, al volver del trabajo, y los domingos Laudes, Vísperas y Misa, tal vez agregando las lecturas del Oficio de Lecturas a la lectura breve de una de las horas mayores.
También puede ser una hermosa práctica comenzar el día con las Laudes, dejando las Vísperas para días más "fuertes". Un buen complemento puede ser aprender de memoria las Completas del domingo (ya sean las primeras o las segundas) y rezarlas antes de dormir (este consejo está tomado del "Ordinario" de la LH).
Se entiende que estamos escribiendo para seglares, que no tenemos "obligación canónica" del rezo de las Horas, y que por lo tanto buscamos con la LH crecer en nuestra piedad, y a la vez servir a la Iglesia en su continua liturgia celestial.
Compenetración: nada ayuda tanto al crecimiento de la piedad litúrgica, como el irnos "trabajando" para "sentir" lo que siente cada salmo y cada texto de la liturgia que toque cada día concreto. El "trabajo" de la LH puede compararse a ir afinando una "viola d'amore": al tensar la cuerda principal (la oración litúrgica) la cuerda simpática (nuestro espíritu) va sonando sola, y cada vez mejor. En el rezo de la LH no deberíamos ocurparnos de nosotros sino de lo que la Hora dice y quiere decir, compenetrándonos con su sentido.
Por eso, sea cual sea la Hora que recemos, no debemos ir a ella con apuro, para "cumplir" (¿"cumplir" qué?), sino preparando ese rezo. Por ejemplo, recorrer primero los textos que tocan ese día, darles una primera lectura, para que en el momento del rezo ya sepamos con qué nos vamos a encontrar. En muchos días hay lecturas optativas: pues bien: no esperar al momento del rezo para elegirlos, recorrer antes y elegir lo que haya que elegir. Si unas Laudes tienen dos juegos de "preces" (por ejemplo, pasa en las Laudes de Santa María en Sábado), elegir cuál se rezará antes de hacer el rezo.
Tratar de percibir el "carácter" de los salmos y antífonas del día: ¿son de acción de gracias? ¿de pedido de perdón? ¿deprecatorios? ¿mesiánicos? ¿de qué hablan? ¿puedo encontrar un aspecto de mi vida en ellos? ¿puedo aprender acerca de mí mismo algo que nunca había visto y que está dicho en ellos? Todo eso antes del rezo, para ir a la oración con todo nuestro espíritu, pero dejando que hable el Espíritu.
Porque el momento de la oración no es nuestro: es el momento en el que el Espíritu Santo gemirá en nosotros con gemidos inefables.
Comunión: en la oración litúrgica reza la Iglesia en nuestros labios y en nuestro corazón. Somos en ese momento los labios del cuerpo místico, por lo que el rezo, lo hagamos solos o en grupo, es siempre comunitario. Pero es también algo valioso el conseguir compañía para el rezo de la LH. Porque en el rezo responsorial, donde alguien habla y alguien contesta, se lleva a plenitud la estructura de la LH, hecha en base al diálogo: diálogo de Dios con los hombres, ante todo, y a través de ese diálogo, y por la fuerza de ese diálogo, diálogo de los creyentes entre sí.
En el árbol del paraíso los hombres no supimos escuchar a Dios, y no pudimos tampoco entendernos entre nosotros. En el árbol de la Cruz, en cambio, Jesús nos enseñó a volver a hablar y a escuchar: «cállate -dice el 'buen ladrón' al otro- ¿no tienes tú compasión, que sufres lo mismo que éste?". Se convirtió en "buen" ladrón porque aprendió cuándo debía hablar y cuándo escuchar. El rezo de la LH nos clava al lado de la Cruz, y nos da la oportunidad de volver a aprender el diálogo con Dios y entre nosotros.
Una vez elegida la hora que se rezará (continuidad), los elementos que se utilizarán ese día dentro de las opciones disponibles (compenetración), y concertado entre los participantes el modo y orden del rezo (comunión), ya podemos comenzar la oración, que el programa de LH facilita poniendo a disposición del orante sólo aquellos elementos que son válidos ese día, sin tener que ocuparnos en pensar si nos equivocamos de semana o de fecha litúrgica.