Como la historia de la Liturgia de las Horas está muy unida a la historia de los monasterio y de la santificación del tiempo a través de la oración, esas "horas menores" (Prima, Tercia, Sexta, Nona y Completas) marcaban los distintos momentos del día, ayudando a llegar a la completa oración, a que cada minuto estuviera el pensamiento dirigido a Dios, para cumplir así con el precepto de Jesús de orar siempre, sin desfallecer (Lc 18,1).
Los monjes, que tenían a mano libros litúrgicos y podían aprender textos más complejos, rezaban estas "horas menores", además de las mayores; los seglares, en cambio, rezaban -en esos mismos horarios- el Ángelus.
¿Por qué esas horas y no otras? Porque era el modo como se dividía el día útil en un mundo sin relojes. Los nombres son los nombres de las más importantes horas romanas:
Prima: el clarear (esta hora no existe en la liturgia actual, salvo comunidades que la han conservado como algo propio)
Tercia: la media mañana, el descanso en el trabajo para comerse un tentempié; simbólicamente: la entrega de Jesús a los que lo van a juzgar.
Sexta: el mediodía, la comida. Simbólicamente, la hora de la agonía de Jesús.
Nona: el atardecer, la merienda. Simbólicamente: la muerte y enterramiento de Jesús.
Los textos de esas horas hablan tanto de las tareas que el hombre hace, como de la Pasión de Jesús.
Completas viene, como su nombre lo indica, a completar el día, para que lo último que hagamos sea hablar con Dios. Simbólicamente evoca la permanencia de Jesús en el sepulcro.
Se reza a cualquier hora, con tal de que sea la última de nuestro día, y preferentemente lo último que hacemos. Lo ideal es tenerse memorizado un formulario de completas (alguno de los dos del domingo) y rezarlo de memoria, sin el libro, así no hace falta ni encender la luz. Esta sustitución de todas las completas por la misma está autorizada por el ordinario de la Liturgia.