Es preferible que sean ministros ordenados, ministros extraordinarios de la Eucaristía, o acólitos ministeriales (que no son los que habitualmente hay en las parroquias), en ese orden; pero en ausencia de esos tres supuestos, es perfectamente aceptable (y está previsto en los cánones) que el sacerdote escoja alguien de la asamblea que lo ayude en la tarea de distribuir la Eucaristía.
Es bastante lógico que el elegido sea el acólito, del momento en que si puede asistir al altar puede, con la misma dignidad, recibir el encargo eucarístico.
Los obispos no ponen reparos habitualmente, y lo suelen tener permitido de antemano, salvo casos de grave escándalo por la elección concreta de persona de reconocida mala fama.
Aunque si uno se pone estricto en la lectura de los cánones muchísimas prácticas parroquiales no deberían realizarse, lo cierto es que -a Dios gracias- siempre ha primado en la Iglesia el criterio de que prevalezca la costumbre del lugar, incluso contra la letra de los cánones, si no es causa de un grave escándalo o no mansilla las cosas santas.
Es el Ordianrio del lugar (el Obispo, en términos generales) el que determina qué costumbres son aceptables y cuáles no; no la lectura personal y hogareña que cada cristiano haga de los cánones del Código de Derecho Canónico.