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El Testigo Fiel
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1.- Al no decir expresamente en la Escritura cuándo y cómo falleció San José el esposo de la Santísima Virgen María, ¿Sería válido considerar que estuvo hasta la pasión, muerte y resurreción de Cristo, aunque fuera de forma velada, o ¿cuál es el sentir del magisterio de la Iglesia en este respecto? 2.- Se podría hablar con propiedad sobre la viudez del la Santísima y bienaventurada siempre Virgen María, con respecto de San José.

pregunta realizada por Rubén Cortazar Vtinck
4 de mayo de 2011

Interesantes preguntas, no complejas de contestar, pero que dan lugar a meditar un poco en dos cuestiones siempre importantes: la relación de la Biblia con las afirmaciones históricas, y también la del Magisterio con los supuestos históricos de la fe.

Veamos la primera: efectivamente, puede uno imaginarse la muerte de san José cómo y cuándo mejor le parezca, ya que no tenemos, no sólo en la Biblia sino tampoco fuera de ella, ninguna indicación histórica que pueda considerarse fiable. Existe un apócrifo muy tardío (siglo IV) que trata sobre José, pero su conocimiento histórico era igual, o quizás menor, al nuestro.

Es razonable suponer que para la época del ministerio público José ya había muerto, o al menos no vivía en la familia de Jesús, ya que todo lo que mencionan los evangelios son la madre y los hermanos; pero no deja de ser un «argumento ex silentio» (argumento basado en lo no dicho), que sólo nos puede dar probabilidad, no certeza.

La «donación» de la Madre al discípulo amado y la indicación de que a partir de ese momento el discípulo la recibió en su casa (Jn 19,26-27) podría converger en la misma idea de que ya no estaba san José para cuidar de su esposa, pero siempre con el límite de la gran elaboración simbólica que tienen las escenas de Juan, especialmente en la Pasión, que hacen muy difícil sostener a partir de ellas un argumento de tipo histórico si no hay más apoyos que ése. Dicho de otra manera, la «entrega» de la Madre al discípulo nos cuenta algo de valor primordialmente eclesiológico (el discípulo ideal es quien recibe a la Iglesia -a la Madre- en su casa y cuida de ella), secundariamente es una escena mariológica (en la medida en que la serie de imágenes marianas siempre siguen a las imágenes eclesiológicas), y recién en tercer lugar, y lejos de los otros dos, puede deducirse de allí alguna probabilidad de escena histórica.

¿Qué dice el Magisterio al respecto? nada. Es creencia común que san José murió antes de la vida pública de Jesús, pero carece por completo de implicancias para la fe, y por lo tanto no tiene ninguna relación con las cosas que el Magisterio define o enseña con alguna clase de "definitoriedad". Puesto que quizás hay gente que crea que esas cuestiones históricas son objeto de definición, puede considerarse (según la cultura de la persona con la que se esté hablando) una "piadosa creencia". Hay que tener siempre pruedencia para "tirar abajo" las piadosas creencias, pero eso no significa que haya que aceptar sin más que porque algo es piadosa creencia o creencia más o menos aceptada, entonces hay alguna clase de obligación o inclinación de la balanza. En el conocimiento histórico, los únicos argumentos decisivos son los históricos; así obra el Magisterio respecto de estas cuestiones, y así debemos todos acostumbrarnos a movernos.

Respecto de la segunda: dando por sentado que san José murió antes que la Virgen, sí, naturalmente, ella fue viuda de san José. Su matrimonio fue válido -nosotros lo llamaríamos hoy «rato, no consumado», cuyo vínculo es válido si ninguno de los dos lo cuestiona-, y por tanto, si se deshizo por la muerte de uno de los dos, el miembro supérstite quedó viudo. Naturalmente, como no sabemos cuándo murió san José, no sabemos si la Virgen fue viuda, pero aceptando el punto anterior de la mayor probabilidad histórica de que san José no hubiera llegado a vivir hasta el ministerio público de Jesús, efectivamente la Virgen fue viuda.

Hasta aquí lo que, creo yo, se pide en las preguntas. Pero además de ellas me gustaría ahondar un poco en dos consideraciones: el conocimiento histórico y su relación con las afirmaciones bíblicas, y el conocimiento histórico y su relación con la definiciones magisteriales. Vayamos a lo primero:

El conocimiento histórico y su relación con las afirmaciones bíblicas

La biblia cuenta una historia, lineal y omniabarcadora, al menos a primera vista: comienza con el origen absoluto de todo, y acaba con el fin absoluto de todo y su recreación. Muchos aspectos de la fe están estrechamente ligados con afirmaciones históricas («padeció en tiempos de Poncio Pilatos», por ejemplo); para destacar la importancia que tiene ello, la teología suele decir que nuestra fe, al igual que la judía, es una «fe histórica», puesto que, a diferencia de otras creencias, reclama que «algo haya ocurrido».

Además de esto, la Biblia hace muchísimas afirmaciones históricas, incluso muchas verdades prácticas de nuestra religión no están enunciadas como preceptos sino que debemos deducirlas de unas historias; para hablarnos de la centralidad del servicio al prójimo, por ejemplo, el evangelio de Juan nos cuenta la historia del lavado de pies, e incluso Jesús prefiere inventarse historias (las parábolas) antes que dar preceptos. Así que el papel de la historia, real y ficticia, es crucial para nosotros.

¿Eso convierte a la Biblia en un documento histórico? ese punto suele traer mucha confusión, e incluso no siempre se lo explica con suficiente rotundidad: no; las afirmaciones históricas de la Biblia no necesariamente tienen el valor de documento histórico incuestionable. Y aunque nuestra fe requiere de que ciertos hechos hayan ocurrido, el modo como esos hechos ocurrieron no necesariamente tiene que coincidir con el modo como son narrados. Eso es lo que enseña la Iglesia cuando dice que para evaluar el valor histórico de un pasaje hay que atender a su genéro literario, sus modos de expresión contemporáneos, el estilo propio del narrador, y a todos los aspectos narrativos implicados, hasta salirnos de ello y llegar a la «analogía de la fe», es decir, a la coherencia de lo afirmado con el conjunto de la fe.

El lector pregunta «Al no decir expresamente en la Escritura cuándo y cómo falleció San José...», a lo que yo le agregaría: es que incluso si la Escritura dijera expresamente cuándo y cómo murió, eso no convertiría la afirmación en una cuestión de fe, y aun podríamos preguntarnos si esa afirmación es o no correcta desde el punto de vista histórico, y aun debería ser sometida esa afirmación, como cualquier otra, a las exigencias de la verificación histórica. Por supuesto que si la Escritura dijera algo al respecto tendríamos al menos un testimonio, en vez de no tener ninguno, como ahora, pero de todos modos eso sólo lo haría más probable, no lo convertiría en un objeto de fe.

Nosotros no creemos en la revelación ni en la inspiración bíblica en el mismo sentido en que creen los mormones en la grabación del libro de Mormón por parte de los ángeles, o los musulmanes en el dictado del Corán (en realidad las creencias islámicas al respecto son más sutiles de lo que imaginamos). Nosotros creemos en la inspiración como un proceso intrínsecamente ligado al devenir histórico (¡en ese sentido nuestra fe es mucho más histórica que en otros sentidos!) y a los modos cognoscitivos y narrativos de cada época que a los escritores bíblicos les tocó vivir.

El conocimiento histórico y su relación con la definiciones magisteriales

El Magisterio, además de enseñar, define; a veces define solemnemente, y a veces define consuetudinariamente, por el sólo hecho de que afirma algo de manera constante, y lo vive y lo implica en la práctica de la fe, aunque no lo haga en forma de definición solemne. Sin embargo, lo que enseña y define, sea del modo que sea y con el grado de obligatoriedad que sea, tiene que estar, para ser válido como enseñanza, dentro del objeto material del Magisterio, es decir, dentro de la «porción de realidad» que le toca al Magisterio.

Pondré un ejemplo un poco simple: posiblemente el papa coma cierto tipo de comidas de manera habitual, pero eso no convierte a esa costumbre en una enseñanza magisterial, por más que él no deja de ser papa durante la comida, y por más que la habitualidad pueda conservarse durante toda su vida, e incluso durante siglos... Es cierto que el lector puede pensar que le tomo el pelo con un ejemplo tan ridículo, pero cuántas veces a lo largo de la historia del cristianismo hemos creído tácitamente que las costumbres latinas eran más adaptadas a la fe porque eran las acostumbradas por Roma.

Lo decisivo en esto no es la costumbre, sino la pregunta que debemos hacernos siempre: ¿forma parte esto del objeto material del Magisterio, es decir, de lo que le toca enseñar al Magisterio? Si forma parte, puede ser que lo haya enseñado o no, pero si no forma parte, aunque parezca haberlo enseñado, su opinión no vale más que la de cualquier otro que estudie el tema, sea creyente o no.

Porque lo que no debe perderse de vista es que el Magisterio no tiene dentro de su objeto material el conocimiento histórico. Y aunque haya gente dentro de la Iglesia que se aferre tozudamente al omnimagisterialismo, pretendiendo que la Iglesia recibió de Dios la potestad de enseñar cualquier cosa que desee enseñar, eso no sólo no es así, sino que no es lo que la propia Iglesia ha enseñado sobre la capacidad magisterial que recibió de manos de Jesús. Aunque quisiera (que además no quiere) la Iglesia no puede enseñar con potestad magisterial los hechos históricos ocurridos al inicio del mundo, no puede enseñar con potestad magisterial los hechos históricos ligados al Éxodo, no puede enseñar con potestad magisterial lso hechos históricos vividos por la familia de Jesús, y prácticamente nada de lo vivido por el propio Jesús. Al Magisterio le toca interpretar el significado salvífico de ciertos acontecimientos históricos, sea como sea que hayan ocurrido. Ése sí es su objeto material, y eso sí lo enseña y ejerce continuamente.

Por supuesto que la Iglesia es en la actualidad mucho más cuidadosa con estos límites de competencias que lo que lo fue en el pasado. A Dios gracias, la propia Iglesia aprendió, sufriendo, cuáles eran sus límites, y cuáles eran las verdaderas potestades que le había dejado Jesús, muy importantes -decisivas para la salvación de cada hombre- pero mucho menores en cantidad que lo que cierto entusiasmo autosuficiente llegó a creer. La Iglesia creyó en algún momento que le tocaba deponer reyes, enseñar historia y geografía, y hasta casi lengua y matemáticas. Dios mismo se encargó de que la historia de la Iglesia le revelara a la Iglesia cuánto había equivocado su rumbo en ese aspecto. Todavía estamos pagando la fiesta omnimagisterialista de hace un par de siglos. Y porque sabemos lo caro que se paga eso, y cuánto sufre la propia fe cuando los hombres se exceden con ella, es importante que los creyentes no pretendamos forzar al Magisterio a definir lo que no le toca.

 

 

Comentarios
por Rubén Cortazar Vinck. (i) (189.216.122.---) - domingo , 15-may-2011, 5:43:45

Que maera tan clara, de contestar ambas preguntas. Agradezco la generosidad de las explicaciones adicionales y reconozco el interés, la paciencia, el órden y método empleados para respoder.

¡Que bueno es que haya personas que han alcanzado alguna estatura en el conocimiento y que sepan compartilo y comunicarlo!

Bendito sea Dios
Muchas Gracias

por Maite (81.37.223.---) - viernes , 16-sep-2011, 7:51:01

Completamente de acuerdo. Mientrás te leía, me acordaba del caso de Galileo, al que no matamos, por cierto, pero al que si condenaron injustamente, por burros, no se les puede dar otro nombre, por meterse a, hacer de astronómos, cuando la Biblia, no es una enciclopedia.

Ya lo decía, Agustín de Hipona, La Palabra de Dios, nos dice como ir al Cielo, no cómo se hizo el cielo.

En mi casa, aún hay viejos libros de religión, en la que muy " sabiamente" hablan de la edad del mundo, muy joven por cierto, y, más disparates, un día que los encuentré, empiezo, a subir al foro. para animar

Gracias Abel. eres un as

por Undómion (i) (189.210.95.---) - viernes , 7-oct-2011, 3:18:34

Que Dios te bendiga Abel... siempre es un placer leerte

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