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La Biblia y la moral

por Lic. Abel Della Costa
Nació en Buenos Aires en 1963. Realizó la licenciatura en teología en Buenos Aires, y completó la especialización en Biblia en Valencia.
Desde 1988 hasta 2003 fue profesor de Antropología Teológica y Antropología Filosófica en en la Universidad Católica Argentina, Facultad de Ciencias Sociales.
En esos mismos años dictó cursos de Biblia en seminarios de teología para laicos, especialmente en el de Nuestra Señora de Guadalupe, de Buenos Aires.
En 2003 fundó el portal El Testigo Fiel.
4 de diciembre de 2008
A cada paso la Biblia nos sorprende, desafiando los criterios morales que consideramos, con justicia, como los más elevados e inamovibles.

En un número de la revista "Communio" de hace unos 10 años había un interesantísimo artículo de un biblista; se llamaba "La moral de los patriarcas". 

Tanto me gustó el planteo, que además de leerlo, desmenuzarlo y aprender muchísimo de él, aproveché que me habían ofrecido cuatro horas de clase extras en el seminario para laicos de Guadalupe, en Buenos Aires, y que yo podía elegir libremente el tema a dar, y preparé un seminario breve sobre ese texto. Resultó muy fructífero e incluso lo repetí dos o tres turnos más. Pero luego perdí el artículo, y no sé ahora ni el nombre del autor, ni cuántos años hace exactamente, como para poder ubicarlo, y como nunca he utilizado apuntes para dar clases, tampoco conservo más que el recuerdo de haberlo dado.

Por eso se me ocurrió que podía intentar rehacer el planteo del artículo, o al menos volver a hacerme la misma pregunta y contestarla a mi manera actual, con la certeza de que estaré siendo justo con el autor, ya que algo de lo que diga hoy viene de lo que aprendí con él, aunque no recuerde -lamentablemente- su nombre.

 

El problema

La Biblia contiene muchísima reflexión moral, tanto en la forma de preceptos, como en la forma de historias ejemplares.

De todas maneras, cualquiera sabe que una "puesta en escena" suele valer mucho más que diez mil exigencias, por eso, por ejemplo, dice Marcos:

«Jesús les dijo: "Dejad que los niños vengan a mí, no se lo impidáis, porque de los que son como éstos es el Reino de Dios. Yo os aseguro: el que no reciba el Reino de Dios como niño, no entrará en él."»

Pero enseguida agrega:

«Y abrazaba a los niños, y los bendecía poniendo las manos sobre ellos.» (Mc 10,14-15)

Porque de nada nos valdría que Jesús nos mandara hacernos como niños, si no viéramos cómo trata él a los niños.

Pero claro, ocurre que luego nos topamos con "no matarás", pero la Biblia hay que leerla con drenaje, para que mientras pasamos página vaya circulando la sangre que chorrea.

Leemos "no cometerás adulterio" (Ex 20,14), pero leemos también que «Saray, mujer de Abram, no le daba hijos. Pero tenía una esclava egipcia, que se llamaba Agar, y dijo Saray a Abram: "Mira, Yahveh me ha hecho estéril. Llégate, pues, te ruego, a mi esclava. Quizá podré tener hijos de ella." Y escuchó Abram la voz de Saray. Así, al cabo de diez años de habitar Abram en Canaán, tomó Saray, la mujer de Abram, a su esclava Agar la egipcia, y diósela por mujer a su marido Abram.» (Gn 16,1-3).

¡Así que esas! yo no puedo mirar a la vecina demasiado fijo, pero nada menos que Sara, la esposa de Abraham, como no puede tener hijos lo manda al marido a que se acueste con la esclava...

Leemos: "No robarás, No darás testimonio falso contra tu prójimo. No codiciarás la casa de tu prójimo, ni codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su siervo, ni su sierva, ni su buey, ni su asno, ni nada que sea de tu prójimo" (Ex 20,15-17), pero vayamos nomás a la historia de Jacob y su hermano Esaú (Gn 25), cómo le compra la primogenitura por un plato de lentejas, abusando Jacob de la más elemental necesidad, el hambre; y no conforme con ello se disfraza, engaña a Isaac, su ciego padre, haciéndose pasar por Esaú, para lograr la bendición final (que implicaba la posesión de las tierras y los cultivos). Envidia, engaño, mentira, codicia.... hay de todo en esa sola historia.

¡Y ojalá fuera sólo una! La Biblia está plagada de estas historias llenas de inmoralidad, que a veces tienen castigo y otras premio: Abraham es nada menos que el padre de la fe judía y nuestra; Jacob es el tercero en la línea patriarcal, heredero y transmisor de las promesas de Dios; David, el rey, modelo del Mesías; Salomón, el modelo de toda sabiduría para la Biblia.... y así podríamos seguir.

Está bien que si alguien compra es porque alguien vende, así que en algunos casos de flagrante injusticia la Biblia intenta alguna justificación: «Jacob dio a Esaú pan y el guiso de lentejas, y éste comió y bebió, se levantó y se fue. Así desdeñó Esaú la primogenitura.» (Gn 25,34) Es más o menos como cuando el violador se justifica en que la mujer iba vestida provocativamente... tal vez ella estaba haciendo las cosas mal, ¡pero eso no te excusa a ti, que las has hecho peor!

 

Tres respuestas

-Algunos despachan el problema diciendo «son cuestiones culturales: la moral va cambiando, y lo que es inaceptable hoy era aceptable en aquella época».

Sin embargo, en esa misma última cita que hemos visto, la de Gn 25,34, notamos que la propia Biblia se siente perturbada por la inmoralidad de un personaje tan relevante como Jacob, y ensaya -aunque infructuosamente- justificarlo. La historia entera de Jacob, que ocupa desde Génesis 25 hasta el 36, es la de un pícaro de muy dudosa moral, devenido en Patriarca de Israel y padre en la fe... ¡y es que así está contado, ni más ni menos!

-Algunos padres de la Iglesia, haciéndose eco de estos y muchos otros problemas morales de la Biblia, reconocían la imposibilidad de encajar sus historias y ejemplos en la absolutez de las normas divinas. ¿Como acomodar, por ejemplo, la universalidad de la prohibición del incesto, con la propagación de la especie por obra de los hijos e hijas de Adán y Eva? Ensayaron una respuesta interesante, algo así como una "suspensión temporal de la norma moral" en función de una realidad que era necesario que ocurriera con su venia: era necesario que los hijos e hijas de Adán y Eva tuvieran hijos; pero eran hermanos entre sí... bueno, entonces Dios suspende temporalmente la prohibición del incesto, no lo imputa como un mal moral, y así se puede realizar el plan divino de poblar la tierra.

Sin embargo... por muy bien que pueda sonar, cualquiera comprende que esta respuesta no es más que una versión sacralizada del inaceptable "el fin justifica los medios".

-Por fin unos terceros dicen: «todas estas historias tan antiguas se han construido sobre la imprecisa memoria colectiva de grupos nómades, que transmitieron sus sagas de generación en generación por vía oral: relatos de tanto detalle no narran cosas ocurridas literalmente sino ejemplos que debemos solamente leer en relación a las cuestiones religiosas que plantean, olvidándonos de los problemas accesorios que traen.» Dicho de otra manera: así como no podemos deducir cómo era la vida en Próximo Oriente en el siglo XVIII aC a partir de los relatos de Abraham, porque la Biblia no es un tratado de arqueología social, así tampoco podemos tomar al pie de la letra las cuestiones morales implicadas en relatos que sólo quieren transmitirnos el carácter heroico de los antepasados.

Sin embargo... parece un poco chapucero. No es verdad que no podemos deducir la vida en Próximo Oriente (etc...); no podemos deducir TODA la vida en Próximo Oriente (etc...) a partir de estos relatos, pero sí que lo que toca, lo poco que toca, tiene mucha relación con lo que conocemos por otras fuentes acerca de esa vida social; y si eso es así, también es cierto que aunque los textos hablan sobre la heroicidad de los Patriarcas, las cuestiones morales implicadas expresan ejemplos o antiejemplos, cosas a admirar, imitar o rechazar.

 

¿Cuál es entonces, de estas tres, la respuesta correcta? ¿ninguna? No, ninguna no, sino... ¡todas! Dicho de otro modo: las tres respuestas pueden aplicarse, pero teniendo cuidado de a qué relato, a qué "ejemplo moral" se aplican. No vale contestar en general, sino que cada relato puede ser, o bien un relato cuya moral queda inscripta en lo pasajero de algunas respuestas culturales; o en la consecución de un bien mayor, por el cual Dios permite que ocurra un mal (como es un mal que Cristo muera, pero un bien inconmensurable que resucite, lo que requería morir); o, finalmente, que algunos relatos tienen una existencia puramente literaria y no implican una "bajada a la realidad concreta" del comportamiento moral nuestro.

 

Primer caso: La moral, algo absoluto... que está siempre en desarrollo

Los grandes preceptos morales pueden considerarse absolutos, y a grandes rasgos presentes en todas las culturas y todas las épocas. Es probable que incluso el hombre de las cavernas conociera en su corazón la respuesta a las grandes cuestiones morales: no matar, no robar, no mentir. No lo sabemos a ciencia cierta, pero esos preceptos hablan tan de lo que el hombre es, que cuando hay hombre, sabemos que se planteará la cuestión del valor de su vida y de la ajena, del valor de sus pertenencias y de las ajenas, del valor de su palabra y de la ajena.

No obstante, aunque uno puede estar seguro de que donde hay hombre hay una cierta percepción común de los problemas morales, también es cierto que todo lo que toca el hombre se convierte en algo “en valoración”, y así la realidad que nos rodea es siempre tan compleja, tan rica de valor y de preguntas, que ninguna época ha logrado nunca -tampoco la nuestra- estar a la altura de sus propias preguntas morales.

Cuando acentuamos la importancia de las cuestiones colectivas, se nos cuela por ahí el valor de lo específico y único que tiene cada individuo; entonces vamos al rescate de ello, y hacemos de lo específico e individual algo de tal valor... que se nos descompagina lo que teníamos visto de la vida comunitaria...

No es problema intelectual, es un conjunto de problemas prácticos, con los que todos los hombres nos enfrentamos cada día, y con los que cada época se enfrenta y ensaya ciertas respuestas más o menos organizadas. El conjunto de las respuesta prácticas a los desafíos de sentido con los que nos enfrentamos cada día, eso que llamamos “la moral” (y que son siempre muchas, entremezcladas) no es sólo progresiva, como algunas veces se plantea, es también regresiva, y sobre todo, siempre en movimiento.

Pero no porque cambie el valor absoluto en juego, sino porque ese valor es tan absoluto, que parece casi imposible dar una respuesta absoluta en todos los niveles.

Por ejemplo: el valor de la vida es un absoluto. Eso no lo vemos sólo nosotros, también lo vieron los primeros hombres. Sin embargo, hoy somos sensibles al problema de la guerra como un atentado a ese valor absoluto; y sin embargo, en vez de engreírnos con lo sensibles que somos, deberíamos ver cómo hemos regresado a tiempos oscuros en otros aspectos: por ejemplo, el conjunto de nuestra civilización es hoy insensible al valor, también absoluto, de la vida del aun-no-nacido.

Y así, podríamos decir que la absolutez del precepto de no matar ha progresado en algunos aspectos, pero se ha retraído en otros.

Cuando juzgamos, entonces, la moral de los relatos bíblicos, debemos tener en cuenta que incluso ellos, que son Palabra de Dios, están inmersos, como narraciones, en una cultura que tiene sus propias contradicciones, y que produjo respuestas morales de valor parcial y limitado, tan parcial y limitado como nuestras respuestas.

Por supuesto, nos es más fácil ver lo parcial y limitado de las respuestas morales ajenas que las nuestras, pero eso no es sino efecto del principio de la viga propia y el ojo ajeno: es siempre mucho más grave lo parcial y limitado de nuestra respuesta moral que la de los antepasados, porque lo de ellos ya ocurrió y es inmodificable, además no nos tenían a nosotros como ejemplo, en cambio la nuestra está en curso, y podríamos aun obrar distinto, y además tenemos muchos más ejemplos a seguir.

Mucha gente acusa al Antiguo Testamento de ser sangriento, de no importarle demasiado las vidas humanas individuales; sin embargo, cuando Betsabé le manda a decir a David que como efecto de su adulterio ella quedó embarazada, a David se le ocurren algunas soluciones, incluso opta por una muy pecaminosa (mandar a matar al marido de Betsabé), pero en ningún momento se le ocurrió la más sangrienta de todas: el aborto; ¡y no es que se desconocieran esas técnicas! es que hubiera sido monstruoso, tanto como lo sigue siendo ahora, que tenemos leyes para ampararlo.

La Biblia no es un manual de ejemplos morales, sino historias de seres humanos en movimiento; la debemos leer siempre tratando de encontrar por nosotros mismos la respuesta a lo bueno y lo malo, la respuesta está en nuestros corazones, en esa “tabla de carne” donde Dios no ha dejado de escribir su ley, de la que ninguno, ni el más ofuscado de los hombres, carece.

 

Un ejemplo: leemos en Génesis un relato antiquísimo sobre la destrucción de la ciudad de Sodoma:

«Los dos mensajeros llegaron a Sodoma por la tarde. Lot estaba sentado a la puerta de Sodoma. Al verlos, Lot se levantó a su encuentro y postrándose rostro en tierra, dijo:

-Ea, señores, por favor, desviaos hacia la casa de este servidor vuestro. Hacéis noche, os laváis los pies, y de madrugada seguiréis vuestro camino.

Ellos dijeron:

-No; haremos noche en la plaza.

Pero tanto porfió con ellos, que al fin se hospedaron en su casa. Él les preparó una comida cociendo unos panes cenceños y comieron. No bien se habían acostado, cuando los hombres de la ciudad, los sodomitas, rodearon la casa desde el mozo hasta el viejo, todo el pueblo sin excepción. Llamaron a voces a Lot y le dijeron:

-¿Dónde están los hombres que han venido donde ti esta noche? Sácalos, para que abusemos de ellos.

Lot salió donde ellos a la entrada, cerró la puerta detrás de sí, y dijo:

-Por favor, hermanos, no hagáis esta maldad. Mirad, aquí tengo dos hijas que aún no han conocido varón. Os las sacaré y haced con ellas como bien os parezca; pero a estos hombres no les hagáis nada, que para eso han venido al amparo de mi techo.» (Génesis 19,1-8) 

No podemos dejar de leer con sorpresa esta oferta que Lot hace de sus hijas... ¿qué padre en su sano juicio consideraría una buena acción entregar a sus hijas a la canalla para que hagan con ellas lo que quieran, y esto para “salvar” a dos desconocidos que bien pueden defenderse por su cuenta?

Se trata de la colisión de dos principios morales de gran valor, y para resolver lo cual no hay de ninguna manera una respuesta única: por un lado la defensa de la propia familia, el honor y la dignidad de los propios, a la que todo hombre tiene derecho; pero por el otro, un deber sagrado que hoy tenemos un tanto olvidado: el deber hacia el huésped.

La base de toda la vida moral está recorrida por un precioso río subterráneo: el más débil debe ser siempre preferido; no importa cuán corrompida esté una cultura y una época, mientras se conserven en ella rastros de vida moral (y siempre que hay hombre algo se conserva), veremos despuntar esta gran verdad: es el débil el que debe ser defendido, no el fuerte.

Sólo que cada época percibe de una manera muy distinta lo que debe considerar “más débil”. Para nosotros el huésped es simplemente una “visita”, cuando no una “inoportuna visita”; para los hombres que la Biblia retrata, el huésped es siempre alguien que Dios envió por algo, y debe ser atendido como si del propio Dios se tratara; y es el más débil, porque carece de la fuerza que da el arraigo en un lugar.

Y eso no sólo en la Biblia, sino en la cultura antigua en general, y muy especialmente en el Medio Oriente.

Nosotros no obraríamos como Lot, pero no podemos tachar a Lot de inmoral; simplemente debemos -al leerlo- suspender nuestro juicio personal y dejar que el relato nos cuente sus propio valores, y sobre todo, esa lucha entablada en el interior de Lot por la consecución del bien, que es también nuestra propia lucha.

 

Segundo caso: La moral, algo absoluto... subordinado a un misterio más absoluto

La sabiduría popular, insuflada de 2000 años de cristianismo, dice: “Dios escribe recto con líneas torcidas”. Es difícil racionalizar esto, pero es verdad que la historia no ocurre como si desenrolláramos un tapiz bien bordado, cuya belleza va quedando más y más visible a medida que damos otra vuelta al rollo de tela; más bien lo contrario: la historia se va desenvolviendo, y notamos que lo que nos parecía bueno, excelente, trae consecuencias reprobables, mientras que lo que parecía mal hecho, resulta que a lo mejor es justo la causa de que las cosas se solucionen, o al menos mejoren.

Cuando Jesús les explica a los suyos que el Hijo del hombre debe padecer y morir para entrar en su gloria, San Pedro -con todo el cariño y la mejor de las buenas intenciones- lo reprende "¡Lejos de ti, Señor! ¡De ningún modo te sucederá eso!" (Mt 16,22); Jesús no sólo no aceptó la reprensión de Pedro, es que además se la tomó muy a mal: "¡Quítate de mi vista, Satanás! ¡Escándalo eres para mí, porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres!“.

La clave bíblica de este pasaje es la oposición entre los pensamientos de Dios y los de los hombres. Esa clave no es sólo del Evangelio, no la trae solamente Jesús, es una clave bíblica misteriosa, pero sin la cual no podemos ni asomar la nariz a la Biblia.

Por encima de cualquier valor ejemplar que pudieran tener los relatos bíblicos, está la cuestión principalísima de que esos relatos expresan cómo a través de la historia se va cumpliendo por caminos impensados, tortuosos, incomprensibles, algo que en el lenguaje de nuestra fe se llama “la voluntad de Dios”, que no es lo que Dios quiere ocurrentemente hoy y no tal vez ayer o mañana, sino el designio misterioso, inamovible e incognoscible, de un Dios eterno que realiza su bien y su verdad en diálogo con un hombre desplegado en el tiempo.

«Nunca se oyó. No se oyó decir, ni se escuchó, ni ojo vio nunca a un Dios sino a ti, que hiciese tales cosas para el que espera en él...»

Esta emocionante expresión del misterio de Dios (que podemos hallar en Isaías 64) es el verdadero absoluto revelado en la Biblia, más absoluto que cualquier otra verdad que pudiéramos hallar en ella, frente a lo cual cualquier otra verdad es de rango inferior.

La soberanía absoluta de Dios sobre la historia, ella, que se encamina por todos los caminos, los claros y los oscuros, los rectos y los tortuosos, a elevarse hacia el trono de Dios y rendirse ante él, subordina cualquier valor ejemplar que pudiéramos considerar en las historias de la Biblia.

No se trata de que el fin justifica los medios, no, de ninguna manera. Pero cuando la Biblia nos muestra la inmoralidad de un personaje ejemplar (como David, Jacob, Salomón, etc), no es porque la historia de esos personajes termine en el buen o mal ejemplo, sino para llevarnos un paso más, a contemplar la realización del plan de Dios a pesar de la miseria y la nonada humanas.

Nuevamente, no es que la Biblia tenga por fin enseñarnos la moral, sino que es esa moral, escrita por Dios en nuestros corazones, la que nos permite comprender que, frente a Dios, incluso los buenos son malos, y que aunque quisiéramos hacer todo con las mejores intenciones, no podemos abarcar con nuestra mirada aquello que ningún ojo acabó de ver, ni ningún oído terminó todavía de oír.

 

El mejor ejemplo de este caso es, desde luego, el profundo e inasible relato del sacrificio de Abraham:

«Después de estas cosas sucedió que Dios tentó a Abraham y le dijo:

-¡Abraham, Abraham!

Él respondió:

-Heme aquí.

Díjole:

-Toma a tu hijo, a tu único, al que amas, a Isaac, vete al país de Moria y ofrécele allí en holocausto en uno de los montes, el que yo te diga.

Levantóse, pues, Abraham de madrugada, aparejó su asno y tomó consigo a dos mozos y a su hijo Isaac. Partió la leña del holocausto y se puso en marcha hacia el lugar que le había dicho Dios. Al tercer día levantó Abraham los ojos y vio el lugar desde lejos. Entonces dijo Abraham a sus mozos:

-Quedaos aquí con el asno. Yo y el muchacho iremos hasta allí, haremos adoración y volveremos donde vosotros.

Tomó Abraham la leña del holocausto, la cargó sobre su hijo Isaac, tomó en su mano el fuego y el cuchillo, y se fueron los dos juntos. Dijo Isaac a su padre Abraham:

-¡Padre!

Respondió:

-¿qué hay, hijo?

-Aquí está el fuego y la leña, pero ¿dónde está el cordero para el holocausto?

Dijo Abraham:

-Dios proveerá el cordero para el holocausto, hijo mío.

Y siguieron andando los dos juntos. Llegados al lugar que le había dicho Dios, construyó allí Abraham el altar, y dispuso la leña; luego ató a Isaac, su hijo, y le puso sobre el ara, encima de la leña. Alargó Abraham la mano y tomó el cuchillo para inmolar a su hijo. Entonces le llamó el Ángel de Yahveh desde los cielos diciendo:

-¡Abraham, Abraham!

El dijo:

-Heme aquí.

Dijo el Ángel:

-No alargues tu mano contra el niño, ni le hagas nada, que ahora ya sé que tú eres temeroso de Dios, ya que no me has negado tu hijo, tu único.

Levantó Abraham los ojos, miró y vio un carnero trabado en un zarzal por los cuernos. Fue Abraham, tomó el carnero, y lo sacrificó en holocausto en lugar de su hijo. Abraham llamó a aquel lugar "Yahveh provee", de donde se dice hoy en día: "En el monte 'Yahveh provee'".» (Génesis 22,1-14)

 

 

¿Podríamos encontrar a alguien que tenga más en claro el absoluto derecho del Misterio divino, por sobre cualquier exigencia moral, incluso la más sagrada, que nuestro padre en la fe, Abraham? ¡con razón es, precisamente, el padre de la fe, porque no dudó en negarse a sí mismo hasta el extremo, porque no se reservó ningún derecho propio frente a los “derechos de Dios”.

¿Sabía Abraham que todo lo que estaba por hacer era inmoral? Muchas veces se lee que Abraham va a entregar a su hijo a la divinidad siguiendo las prácticas antiguas de ofrendar a la divinidad el primogénito, para así obtener su favor. No debe descartarse que el relato busque, entre otras cosas, expresar una enérgica condena de esas prácticas, lamentablemente reales: Dios no acepta esa clase de sacrificios.... pero por otra parte, no podemos reducir este relato a ser un mero eco de esas bárbaras costumbres: si para Abraham el ofrendar a su hijo fuera un acto virtuoso, para conquistarse a la divinidad... ¡no le mentiría a sus servidores y a su propio hijo!

No, no hay duda, tal como está contado, Abraham sabe perfectamente de qué lado está el bien (cuidar de su prole) y de qué lado el mal (matarlo); elige el mal, no por un bien mayor, sino por la exigencia absoluta del Misterio, por un expreso pedido que sólo podemos leer, contemplar, y desear que nunca se nos haga a nosotros, porque nadie puede estar seguro de que sabría aceptar semejante exigencia de parte de Dios.

 

Tercer caso: La moral, algo absoluto... vivido

Es verdad que cuando preguntamos si una acción “es moral”, generalmente queremos decir si está de acuerdo con lo expresado en la ley moral; pero también es cierto que la ley moral es sólo un aspecto de la moral. La ley moral expresa siempre -como toda ley- algo general; ahora bien: el obrar moral es siempre -como todo obrar- algo instantáneo, único, válido sólo para éste sujeto, aquí y ahora. Un obrar no es entonces “moral” sólo si concuerda con la ley moral, sino si en la percepción de la generalidad de la ley moral, ha sido capaz, en este entramado de peculiaridades que constituyen este instante, de realizar el acto en la dirección de cuanto bien sea accesible en este instante concreto... es que el obrar humano es mucho más complejo que el acuerdo o desacuerdo a una ley, por muy absoluta que ella sea.

Nuestro obrar personal lo vivimos, por eso somos capaces de una comprensión mucho más sutil que cuando analizamos el obrar de los demás, que siempre lo conocemos “narrado”. ¿Siempre? sí, siempre, incluso cuando algo “lo vemos con nuestros propios ojos”, eso que vemos está “narrado” por nuestros sentidos, seleccionado, enfocado: el obrar de los demás no es nunca un obrar vivido por nosotros, es siempre algo reducido, algo que selecciona aspectos, y deja fuera otros. Por eso es tan difícil decidir si el obrar de los demás “es o no moral”, porque sólo contamos con la narración: sea el relato de tinta, sea el relato contado, sea el relato que nos presentan nuestros sentidos.

Hay una página de la Mishná judía que siempre me ha llamado mucho la atención; habla de la calidad de los testigos, y pone un ejemplo:

“Entras a una caverna donde no hay ninguna otra salida, ves un cuerpo muerto apuñalado, y a su lado alguien con un puñal ensangrentado... si sólo has visto eso, no has visto nada.”

Fascinante, deberíamos tenerlo a nuestro lado a cada paso. De muchos de nuestros juicios morales sobre los demás creemos estar muy seguros, pero “¿sólo hemos visto eso?”, pues la verdad es que no hemos visto nada. Un relato de cualquier especie es siempre un recorte de una realidad vivida. No sólo los relatos bíblicos, sino todo relato es una selección, un recorte; en el mejor de los casos, la selección tiene que ver con lo que somos capaces de ver o comprender, en muchos casos el recorte obedece a intereses personales.

Por eso, si bien es cierto que los relatos bíblicos implican una dimensión moral, esa dimensión moral será la que nosotros realicemos en nuestra vida, no la que, sólo parcialmente y como recorte, se deja ver en los relatos.

No podemos saber nunca cuán moral fue una acción de este o aquel personaje, pero no porque esos relatos sean muy antiguos, sino porque son relatos, y como tales, no somos testigos calificados de su vida interna; su moralidad es indirecta, es para nosotros, no para ellos; es a través de lo que comprendemos de nuestro propio obrar reflejado en el relato que la acción -la nuestra- se vuelve moral o inmoral en nosotros.

Nuevamente, la Biblia no es un recetario de enigmas morales explicados, sino más bien un lugar donde puedo poner en un diálogo de múltiples caras la exigencia moral percibida con el corazón, la exigencia del misterio, que siempre me pide dejar abierto el juicio último sobre el sentido de mi vida, la exigencia desplegada en la ejemplaridad de unos personajes que se han conducido bien o mal, mejor o peor, y la ineludible, insustituible atención que me toca prestar, como ser humano que soy, a esto que soy aquí y ahora, a la exigencia del instante. Nadie puede sustituirnos en ese diálogo, que tiene nuestro obrar como su centro; y si alguien pretende que la Biblia o cualquier otra instancia me den resuelta la decisión por el Bien, por la Verdad, por Dios, que nadie puede tomar por mí sino sólo yo, ese alguien estaría pretendiendo quitarme, aunque crea hacerlo en nombre de Dios, mi más propia vida.

 

Un buen ejemplo de este caso lo tenemos en la antiquísima tradición en torno al Juez Jefté y su hija:

«El espíritu de Yahveh vino sobre Jefté, que recorrió Galaad y Manasés, pasó por Mispá de Galaad y de Mispá de Galaad pasó donde los ammonitas. Y Jefté hizo un voto a Yahveh:

-Si entregas en mis manos a los ammonitas, el primero que salga de las puertas de mi casa a mi encuentro cuando vuelva victorioso de los ammonitas, será para Yahveh y lo ofreceré en holocausto.

Jefté pasó donde los ammonitas para atacarlos, y Yahveh los puso en sus manos. Los derrotó desde Aroer hasta cerca de Minnit (veinte ciudades) y hasta Abel Keramim. Fue grandísima derrota y los ammonitas fueron humillados delante de los israelitas. Cuando Jefté volvió a Mispá, a su casa, he aquí que su hija salía a su encuentro bailando al son de las panderetas. Era su única hija; fuera de ella no tenía ni hijo ni hija. Al verla, rasgó sus vestiduras y gritó:

-¡Ay, hija mía! ¡Me has destrozado! ¿Habías de ser tú la causa de mi desgracia? Abrí la boca ante Yahveh y no puedo volverme atrás.

Ella le respondió:

-Padre mío, has abierto tu boca ante Yahveh, haz conmigo lo que salió de tu boca, ya que Yahveh te ha concedido vengarte de tus enemigos los ammonitas.

Después dijo a su padre:

-Que se me conceda esta gracia: déjame dos meses para ir a vagar por las montañas y llorar con mis compañeras mi virginidad.

El le dijo:

-Vete.

Y la dejó marchar dos meses. Ella se fue con sus compañeras y estuvo llorando su virginidad por los montes. Al cabo de los dos meses, volvió donde su padre y él cumplió en ella el voto que había hecho. La joven no había conocido varón. Y se hizo costumbre en Israel: de año en año las hijas de Israel van a lamentarse cuatro días al año por la hija de Jefté el galaadita.» (Jueces 11,29-40)

 

 

El desenlace no podía ser más trágico, y cualquiera se acongoja ante este asesinato de la hija de Jefté hecho por un motivo religioso que ni nosotros, ni tampoco la Biblia en la época en que se redactó por escrito esta tradición, admitimos. Un voto temerario como el de Jefté puede ser revocado, y así lo entiende la mayor parte de las religiones, no sólo en la actualidad sino también antes... sin embargo: ¿estamos seguros de tener ante nuestros ojos todos los elementos de juicio para comprender la situación?

El drama moral de Jefté teniendo que elegir entre convertirse en un perjuro o perder a su única hija por haber hablado demás, sólo lo vive Jefté. Es muy sencillo para nosotros decir “Jefté obró con temeridad”. La Biblia es muchísimo más cauta que nuestros livianos juicios morales (a menudo mucho más temerarios que lo que señalamos con el dedo en los demás): por un lado el narrador bíblico sabe que la acción de Jefté no es ejemplar, y por tanto no debe ser puesta como un ejemplo a seguir, pero sabe también que lo que verdaderamente ocurrió allí, sólo lo saben Jefté y su hija, por eso, a pesar de que no avala la acción de Jefté, recoge también las palabras de la hija, instando al padre a que cumpla con su promesa y no se convierta en un perjuro. En tanto no nos toca vivir la contradicción de la que habla, no hay manera de resolver la moralidad de este relato, y todo juicio sobre ella debería quedar en completo suspenso.

 

Conclusión

Ya vemos entonces que no podemos ir a la Biblia como si fuera un tratado de moral, ni siquiera de una casuística más o menos larga y contradictoria. Ya sea que contemplemos en ella el obrar moral como un absoluto siempre parcialmente realizado por los hombres, ya sea que contemplemos las exigencias del Misterio frente a la estrechez de los juicios humanos, ya sea que contemplemos sus relatos sólo como testigos parciales de un obrar cuya profundidad en la vida de sus protagonistas siempre se nos escapará, la relación entre la Biblia y la moral no es la de un espejo donde podemos ver con claridad qué debemos hacer a cada instante; eso sólo podemos resolverlo si dejamos que cada uno de los actores del drama humano, los preceptos, la tradición, la exigencia del instante, el Misterio, mis propios necesidades y posibilidades, hablen con la voz que les pertenece.

Así como el conjunto de la aspiración grecolatina a la sabiduría podría resumirse en la frase «hombre, conócete a ti mismo», creo qie el mayor precepto moral que se deduce de la Biblia es: «hombre, hazte cargo de ti mismo.»

 


 

Imágenes:

  • Albrecht DÜRER: Lot huyendo de Sodoma con sus hijas

    ca 1498, óleo y témpera sobre panel, 52 x 41 cm

    National Gallery of Art, Washington

  • Lucas van LEYDEN: Abraham e Isaac camino del lugar del sacrificio

    ca 1517, dibujo sobre madera, 285 x 211 mm

    Rijksmuseum, Amsterdam

  • BENVENUTO DI GIOVANNI: El encuentro de Jefté y su hija (fragmento)

    ca 1470, témpera sobre panel, 32 x 82 cm

    Colección privada

Comentarios
por Carlos JBS (201.130.202.---) - sb , 06-dic-2008, 05:42:44

como cambia un articulo cuando le ponemos arte..
de hecho Hebreos califica a Jefte ni siquiera como un desalmado, no hace un juicio sobre su decisión si no que lo alaba:
11,32: Y ¿a qué continuar? Pues me faltaría el tiempo si hubiera de hablar sobre Gedeón, Barac, Sansón, Jefté, David, Samuel y los profetas.

11,33: Estos, por la fe, sometieron reinos, hicieron justicia, alcanzaron las promesas, cerraron la boca a los leones;

por Maricruz (221.89.37.---) - vie , 31-jul-2009, 06:39:42

Un comentario excelente que ha sabido poner en palabras una cuestión difícil, pero muy bien planteada aquí. Me confirma como la consciencia es el crisol donde todos los elementos de nuestros actos se purifican y combinan en la búsqueda de respuesta a nuestras cuestiones. Lo que confirma la necesidad de recibir una formación adecuada y desarrollar una vida de auténtica fe para que podamos ejercer "en conciencia" nuestra libertad de hijos de Dios.

por LaPalmera (i) (95.121.179.---) - mar , 21-sep-2010, 17:31:16

Interesante, profundo y bello artículo. Me gusta en el fondo que transmite sobre la rectitud moral, cuyo juicio, en última instancia, como siempre ha defendido la Iglesia es "la Propia conciencia recta".

Pero no me gusta el final, demasiado personalista o humanista. El hombre dejado a su "propio cuidado" exclusivamente es fácil presa de cualquier idea ocurrente, sugestiva, conveniente: "Miró el fruto y parecía bueno para adquirir sabiduría".

Por eso, el hombre tiene que ser puesto siempre, ahora ya, de cara a Cristo: Luz del mundo que alumbra a todo hombre que viene a este mundo. No por snob dijo Cristo: Habeis oído que se dijo.......PERO YO OS DIGO.
Es decir, ya no es puramente la Biblia....sino que Dios se nos ha revelado en Cristo....y Cristo es el MAESTRO DE LA MORAL-

por Gonzalo (i) (2.136.142.---) - dom , 18-mar-2012, 11:29:07

No sé si será de ayuda, porque el comentario llega con tres años de retraso... Alfonso Pérez de Laborda consiguió hace pocos años, mediante una donación anónima digitalizar la revista Communio. Tal vez ahí pueda encontrar el artículo original.

http://www.apl.name/communio/

Quizás el artículo referido sea en realidad este otro, de título ligeramente distinto:
El uso de la Escritura en teología moral
Servais Pinckaers
Communio 1996(1):44-57

http://www.apl.name/communio/1996/communio_96_1.pdf

por Abel (81.203.129.---) - dom , 18-mar-2012, 12:06:40

Muchas gracias por el dato!
El artículo no es ese, pero estando digitalizada la revista, seguramente no tardaré demasiado en encontrarlo. Me alegro mucho.

por Edinson Martinez (i) (190.251.227.---) - dom , 22-abr-2018, 00:53:56

Holas son ciertas tus apreciaciones, pero te tengo una gran noticia, es que Dios no busca justos si no pecadores, por que el único justo es Dios, todos somos pecadores desde que eva y adan desobedecieron a Dios en huerto del eden. en cuanto los sacrificios desde la muerte de Jesucristo en la cruz todos los seres humanos fuimos reconciliados con Dios, y desde ese momento hubo un cambio importante en la vida cristiana y desde entonces no necesitamos hacer sacrificios para Dios, solo debemos vivir una vida en integridad con el, donde el nos manda que seamos imitadores de el.
el ejemplo de la hija es solo una ilustración donde Dios nos manda a que le debemos dar el primer lugar en nuestra vida a el y todas las demás cosas el nos la dará por añadidura. te invito a poner ese gran conocimiento al servicio d e la palabra de Dios, para llevar la palabra de Dios a muchos pueblos que en verdad lo necesitan

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