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formación, reflexión y amistad en la fe, con una mirada católica ~ en línea desde el 20 de junio de 2003 ~
Documentación: Eusebio de Cesarea: Historia Eclesiástica
Libro I
Edición castellana de La Historia Eclesiástica, en traducción anotada de Argimiro Velasco Delgado, BAC 2008 (3ª ed).
-Se ha corregido manualmente el OCR de los libros 4 al 10, los libros 1 al 3 aun no han sido corregidos.
-La numeración de [...]

párrafos y la correlación de notas han sido revisadas en todos.
-No reproduzco la muy completa introducción del traductor y anotador.


Fuentes: SC 31, 41, 55, 73, CPG 3495, MPG 20


Partes de esta serie: Libro I · Libro II · Libro III · Libro IV · Libro V · Libro VI · Libro VII · Libro VIII · Libro IX · Libro X

Libro Primero

El libro primero de la Historia Eclesiástica contiene lo siguiente:

1. Propósito de la obra.

2. Resumen de la doctrina sobre la preexistencia de nuestro Salvador y Señor, el Cristo de Dios, y de la atribución de la divinidad.

3. De cómo el nombre de Jesús y el mismo de Cristo habían sido ya conocidos desde antiguo y honrados por los profetas inspirados por Dios.

4. De cómo el carácter de la religión por él anunciada a todas las naciones ni era nuevo ni extraño.

5. De cuándo se manifestó Cristo a los hombres.

6. De cómo, según las profecías, en sus días cesaron los príncipes que anteriormente venían rigiendo, por línea de sucesión hereditaria, a la nación judía y empezó a reinar Herodes, el primer extranjero.

7. De la supuesta discrepancia de los evangelios acerca de la genealogía de Cristo.

8. Del infanticidio perpetrado por Herodes y del final catastrófico de su vida.

9. De los tiempos de Pilato.

10. De los sumos sacerdotes de los judíos bajo ios cuales Cristo enseñó.

11. Testimonios sobre Juan Bautista y Cristo.

12. De los discípulos de nuestro Salvador.

13. Relato sobre el rey de Edesa.

Cap. 1
[Propósito de la obra]

1 Es mi propósito consignar las sucesiones 1 de los santos apóstoles y los tiempos transcurridos desde nuestro Salvador hasta nosotros; el número y la magnitud de los hechos registrados por la historia eclesiástica 2 y el número de los que en ella sobresalieron en el gobierno y en la presidencia de las iglesias 3 más ilustres, así como el número de los que en cada generación, de viva voz o por escrito, fueron los embajadores de la palabra de Dios4; y también quiénes y cuántos y cuándo, sorbidos por el error y llevando hasta el extremo sus novelerías, se proclamaron públicamente a sí mismos introductores de una mal llamada ciencia5 y esquilmaron sin piedad, como lobos crueles 6, al rebaño de Cristo;

2 y además, incluso las desventuras que se abatieron sobre toda la nación judía en seguida que dieron remate a su conspiración 7 contra nuestro Salvador, así como también el número, el carácter y el tiempo de los ataques de los paganos contra la divina doctrina y la grandeza de cuantos, por ella, según las ocasiones, afrontaron el combate en sangrientas torturas; y además los martirios de nuestros propios tiempos 8 y la protección 9 benévola y propicia de nuestro Salvador. Al ponerme a la obra, no tomaré otro punto de partida que los comienzos de la economía 10 de nuestro Salvador y Señor Jesús, el Cristo de Dios.

3 Mas, por esto mismo, la obra está reclamando comprensión benevolente para mí, que declaro ser superior a nuestras fuerzas el presentar acabado y entero lo prometido, puesto que somos por ahora los primeros 11 en abordar el tema, como quien emprende un camino desierto y sin hollar. Rogamos tener a Dios por guía y el poder del Señor como colaborador, porque de hombres que nos hayan precedido por nuestro mismo camino, en verdad, hemos sido absolutamente incapaces de encontrar una simple huella; a lo más, únicamente pequeños indicios en los que, cada cual a su manera, nos han dejado en herencia relatos parciales de los tiempos transcurridos y de lejos nos tienden como antorchas sus propias palabras; desde allá arriba, como desde una atalaya remota, nos vocean y nos señalan por dónde hay que caminar y por dónde hay que enderezar los pasos de la obra sin error y sin peligro.

4 Por lo tanto, nosotros, después de reunir cuanto hemos estimado aprovechable para nuestro tema de lo que esos autores mencionan aquí y allá, y libando, como de un prado espiritual, las oportunas sentencias de los viejos autores, intentaremos darle cuerpo en una trama histórica y quedaremos satisfechos con tal de poder preservar del olvido las sucesiones, si no de todos los apóstoles de nuestro Salvador, siquiera de los más insignes en las Iglesias más ilustres que aún hoy en día se recuerdan.

5 Tengo para mí que es de todo punto necesario el que me ponga a trabajar este tema, pues de ningún escritor eclesiástico sé, hasta el presente, que se haya preocupado de este género literario. Espero, además, que se mostrará útilísimo para cuantos se afanan por adquirir sólida instrucción histórica.

6 Ya anteriormente, en los Cánones cronológicos 12 por mí redactados, compuse un resumen de todo esto, pero, no obstante, voy en la obra presente a lanzarme a una exposición más completa.

7 Y comenzaré, según dije 13, por la economía y la teología 14 de Cristo, que en elevación y en grandeza exceden al hombre.

8 Y es que, efectivamente, quien se ponga a escribir los orígenes de la historia eclesiástica deberá necesariamente comenzar por remontarse a la primera economía de Cristo mismo—pues de El precisamente hemos tenido el honor de recibir el nombre—más divina de lo que al vulgo15 puede parecer.

Notas:

1 El tema primordial de la HE serán estas sucesiones, que permiten conocer el orden de sucesión de los obispos en las Iglesias fundadas por los apóstoles, a partir de éstos; cf. J. Sa-laverri, La sucesión apostólica en la Historia Eclesiástica de Eusebio de Cesarea: Gregorianum 14 (1933) 246. R. M. Grant (Early Episcopal Succession: Studia Patrística n: TU 108 [Berlin 1972] 179-184) encuentra cuatro tipos de sucesión: el de Jerusalén y la cristiandad judia, el de Siria y Antioquia, el de Alejandría y el de Roma, en el siglo 11, con algunas variaciones y cruzamientos. Como Eusebio aplica también los términos διαδοχή, διάδοχο, διαδέχομαι a diversos tipos de sucesiones (v.gr., de sumos sacerdotes, infra 6,7-8; de emperadores, infra III 17; de herejes, IV 7,3; de directores de la escuela catequética alejandrina, VI 6; 29,4; de filósofos, VII 32,6), se encontrará un buen encuadramiento del tema en la obra de A. M. Javierre, El tema literario de la sucesión en el judaismo, helenismo y cristianismo primitivo. Prolegómenos para el estudio de la sucesión apostólica : Bibliotheca Theologica Salesia-na ser. 1,1 (Zurich 1963).

2 La intención de Eusebio va más allá de una mera recopilación de material para la historia; lo que pretende es componer «el relato de una historia cuya continuidad le es bien conocida» (F. Bovon, L'Histoire Ecclésiastique d'Eusèbe de Césarée et l'histoire du salut, en Oikonomia. Heilgeschichte als Thema der Theologie. Festschr. f. Oscar Cullman [Ham-burgo 1967I p.131)·

3 Lo mismo que infra II 24; V 23,1; VI 19,15. en el sentido de comunidades cristianas organizadas como unidades geográficas bajo la dirección de un obispo, recubriendo siempre el sentido original de domicilio transitorio (cf. infra IV 15,2 nota 97). Más tarde recibirán el nombre de diócesis, término técnico por el que algunos traducen nuestro texto; Eusebio (infra § 4) las llamará έκκλησία; de ahí nuestra traducción. Cf. P. de Labriolle, Paroecia : RSR 18 (1928) 60-72.

4 Es decir, los obispos: como sucesores de los apóstoles, son responsables del ministerio de la palabra de Dios después de éstos. Cf. J. Salaverri, El origen de la revelación y los garantes de su conservación en la Iglesia, según Eusebio de Cesarea: Gregorianum 16 (i935) 349-373; cf. M. Tetz, Christenvolk und Abraham sverheissung. Zum «Kirchengeschichtlichen Programm» des Eusebius von Cäsarea, en Jen sei tvorsch te l lungen in Antike und Christentum. Gedenkschrift f. A. Stuiber (Münster 1981) p.30-46.

5 i Tim 6,20.

6 Act 20,29.

7 έπιβουλή, έπιβουλεύω: la misma terminología que utiliza Orígenes; cf. Contra Cel-sum 3,i.

8 Infra VII 32,32 y VIII pról., nos dirá Eusebio su intención de tratar de estos martirios aparte, una vez terminado el tema de las sucesiones.

9 άντίληψιν, protección. Sin duda, se trata del edicto de Galerio de 311 (cf. infra VIII 17.3-10); sin embargo, según el mismo Eusebio (PE 1,4.1), Dios ha «protegido» ya a sus fíeles en la misma persecución.

10 El sentido más general de la palabra οικονομία es «disposición», y más en concreto, «disposición providencial», que los Padres latinos traducen por administratio (San Agustín, De fide et symb. 18), dispositio o dispensario (San Agustín, In loan. 36,2; Serm. 237,1,1; 264,5; San Jerónimo, Epist. 98,6). Aunque ya en San Pablo (Ef 1,10) adquiere un sentido técnico, como designio de Dios realizado en Cristo, con toda su amplitud, San Ignacio de Antioquía (Ephes. 18,2) lo restringe a la disposición divina relativa a la concepción virginal de Cristo, mientras San Justino lo aplica no sólo a las disposiciones de Dios relativas a la encamación (Dialog, 45,4; 67,6; 87,5; 103,3 y 120,1) y a la cruz (ibid., 30,3; 3M), sino también a las disposiciones de Dios en general (ibid., 107,3; 134,2; 141,4). Es San Ireneo quien consagra este término para designar la realidad externa de la encamación y de la redención; cf. A. D'Alés, Le mot οίκονομία dans la langue théologique de Saint Irénée: REG 31 (1919) 1-9; W. Gass, Das patristische Wort οίκονομία: ZWT 17 (1874) 465-504; G. L. Prestige, Dieu dans la pensée patristique (Paris 1955) p.67-82; J. H. P. Reumann, The use of economía and related terms, as background for patristic applications. Dis. (Pensilvania 1957). En esta misma línea, para Eusebio, la encamación del Verbo es la «economía» por excelencia, pero la palabra sólo tendrá ese sentido en razón del contexto, como en el presente pasaje y más abajo (§ 7 y 8), concretando el sentido más general de «disposición providencial», básico para él (v.gr., infra II 1,13). Los «comienzos de la economía» se referirán a la actividad del Salvador previa incluso a su encarnación, como son sus teofanías; cf. Sirinelli, p.259 n.i; Th. F. Torrence, The implications of tOikonomia» for knowledge and speech of God in Early Christian Theology, en Oikonomia p.223-238.

11 Eusebio afirma expresamente que es el primer historiador de la Iglesia. No reconoce como tales a los que, como Teófilo de Antioquía, Hipólito y Julio Africano, escribieron sendas cronografías, ni siquiera a Hegesipo, que dejó por escrito los recuerdos y relatos que había podido recoger. Eusebio aprecia en su valor estas obras y las utiliza en la medida que dispone de ellas, pero está en lo cierto al no darles categoría de «historia» de la Iglesia, cf. infra § 5; F. Overbeck, Ueber die Anfänge der patristischen Literatur: Historische Zeitschrisft 48 (1882) 417-472.

12 Se refiere a la segunda parte de su Crónica; la conocemos solamente en traducción armena y en la versión latina de San Jerónimo. Por este pasaje, confirmado por los de Eclog. prophet. 1,1,8 y PE 10,9,11, aparece claro que Eusebio la compuso antes que su HE, que intentará ser una ampliación.

13 Supra § 2.

14 Aunque aquí «economía» y «teología» parecen contrapuestas, en el curso de la obra no van tratadas en capítulos aparte como si fueran materias absolutamente distintas. G. Bar-dy, siguiendo a E. Grapin (en sendas notas a este pasaje), oponen la «economía» a la «teología», refiriendo la primera al elemento humano de Cristo, y la segunda a su elemento divino. Para ello se basan en San Gregorio Nacianceno (Orat. 38,8) y en Severiano de Gabaia (De sigillis 5-6), que oponen los evangelios sinópticos—economía—al de San Juan—teología—. Pero, según vimos (supra nota 10), las teofanías son también parte de la «economía» y, a la vez, manifiestan el carácter divino de Cristo, esto es, pertenecen a la «teología», entendida como aplicación de la divinidad a Cristo. Cf. San Justino, Dial. 56,11; 128,2; F. Katten-busch, Die Entstehung einer christlichen Theologie. Zur Geschichte der Ausdrücke θεολογία, θεολογείν, θεόλογος: ZKG 11 (1900) 161-205; G. W. H. Lampe, A Patristic Greec Lexikon (Oxford 1961 ss) p.940-943· La distinción entre ambos conceptos «reposa más bien sobre una diferencia de punto de vista»: Sirinelli, p.260 nota 1. El verbo Θεολογείν se incorpora a la lengua cristiana por obra de San Justino (Dial. 56,15; 113,2). Cf. M. Wolfgang, Der Subordinatianismus als historiologisches Phänomen. Ein Beitrag zu unserer Kenntnis von der Entstehung der altchristlichen «Theologie» und Kultur unter besonderer Berücksichtigung der Begriffe Oikonomia und Theoloeia (Munich to6iV

15 Con esta generalización quizás apunte a los que no ven en la actividad de Cristo más aue la obra de un simple hombre, acaso inspirado, y también a los cristianos que, por desconocer las escrituras judías, no ven en Cristo al Hijo de Dios anunciado por los profetas (cf. DE 1,1). Cf. M. DE Jonge, The earliert christian use of «Christus». Some suggestions: New Testament Studies 32 (1986) 3x1-343.

Cap. 2
[Resumen de la doctrina sobre la preexistencia de nuestro Salvador y Señor, el Cristo de Dios, y de la atribución de la divinidad]

1 Siendo la índole de Cristo doble: una, semejante a la cabeza del cuerpo 16—y por ella le reconocemos como a Dios—, y otra, comparable a los pies—mediante la cual y por causa de nuestra salvación se revistió del hombre, pasible como nosotros mismos 17—, nuestra exposición de lo que va a seguir será perfecta si iniciamos el discurso de toda su historia partiendo de los puntos más capitales y dominantes. Y de este modo, la antigüedad y carácter divino de los cristianos quedará también patente a los ojos de los que piensan que es algo nuevo, extraño, de ayer, y no de antes.

2 Ningún tratado podría bastar para explicar al pormenor el linaje, la dignidad, la sustancia misma y la naturaleza de Cristo, por lo que el Espíritu divino dice: Su generación, ¿quién la narrará? 18; porque, en efecto, nadie conoció al Padre sino el Hijo, ni nadie conoció alguna vez al Hijo, según su dignidad, sino sólo eJ Padre, que lo engendró 19.

3 ¿Y quién, excepto el Padre, podría concebir sin impurezas la luz 20 que es anterior al mundo y la sabiduría 21 inteligente y sustancial que precedió a los siglos 22, el Verbo viviente en el Padre y que desde el principio es Dios 23, lo primero 24 y único que Dios engendró antes de toda creación25 y de toda producción de seres visibles e invisibles, el generalísimo del ejército 26 espiritual e inmortal del cielo, el ángel del gran consejo 27, el servidor del pensamiento inefable del Padre, el hacedor de todas las cosas junto con el Padre, la causa segunda 28 de todo después del Padre, el Hijo de Dios, genuino y único, el Señor, el Dios y el Rey de todos los seres, que ha recibido del Padre la autoridad soberana y la fuerza, junto con la divinidad, el poder y el honor? Porque, en verdad, según lo que de Él dicen las misteriosas enseñanzas de las Escrituras: En el principio era el Verbo, y el Verbo estaba en Dios, y el Verbo era Dios. Todas las cosas fueron hechas por Él, y sin Él nada se hizo 29.

4 Esto mismo es lo que enseña el gran Moisés, como el más antiguo de todos los profetas, al describir, bajo inspiración del espíritu divino, la creación y la ordenación del universo: el creador y hacedor del universo cedió a Cristo, y sólo a Cristo, su divino y primogénito Verbo, el hacer los seres inferiores; y con Él lo vemos conversando acerca de la formación del hombre: Dijo, pues, Dios: Hagamos un hombre a nuestra imagen y a nuestra semejanza 30.

5 Fiador de esta sentencia es otro profeta, al hablar así de Dios en cierto pasaje de sus himnos: Porque dijo Él y fue hecho; Él mandó y fue creado 31. Introduce aquí al Padre y creador disponiendo con gesto regio, en calidad de soberano absoluto, y al Verbo divino —no otro que el mismo que se nos ha anunciado—, como segundo después de Él y ministro ejecutor de los mandatos paternos.

6 A éste, ya desde los albores de la humanidad, todos cuantos se nos dice que sobresalieron por su rectitud y su religiosidad: los compañeros del gran servidor Moisés 32 y, antes que él, Abrahán, el primero, lo mismo que sus hijos y cuantos luego se mostraron justos y profetas, al contemplarlo con los ojos limpios de su inteligencia, lo reconocieron y le rindieron el culto debido como a Hijo de Dios.

7 Y Él mismo, sin descuidar lo más mínimo su piedad para con el Padre, se constituyó para todos en maestro del conocimiento del Padre. Y así leemos 33 que el Señor Dios fue visto por Abrahán, que se hallaba sentado junto a la encina de Mambré, bajo el aspecto de un hombre corriente. Abrahán se prosterna al punto y, aunque ve en él con sus ojos un hombre, no obstante lo adora como a Dios, le suplica como a Señor y confiesa no ignorar de quién se trataba, al decir textualmente: Señor, tú que juzgas la tierra toda, ¿ no vas a-hacer justicia? 34

8 Porque, si ninguna razón puede admitir que la sustancia no engendrada e inmutable de Dios todopoderoso se transmute en la forma de hombre 35, ni que con la apariencia de hombre engendrado engañe a los ojos de los que le ven, ni que la Escritura forje engañosamente tales cosas, un Dios y Señor que juzga a toda la tierra y hace justicia, y que es visto bajo aspecto de hombre, no estando siquiera permitido decir que se trata de la primera causa del universo, ¿qué otro podría ser proclamado tal, sino su único y preexistente Verbo? Acerca de Él se dice también en los salmos: Mandó su Verbo y los sanó y los libró de su corrupción 36.

9 Moisés lo proclama clarísimamente segundo Señor después del Padre cuando dice: Hizo llover el Señor sobre Sodoma y Gomorra azufre y fuego de parte del Señor 37 Y también la Sagrada Escritura lo proclama Dios cuando se apareció a Jacob en figura de hombre 38 y le habló diciendo: Tu nombre en adelante no será ya Jacob, sino Israel, porque has luchado con Dios 39, y entonces Jacob llamó al lugar aquel «Visión de Dios», diciendo: Porque he visto a Dios cara a cara, y mi alma se ha salvado 40.

10 Y es que no se puede suponer que estas apariciones divinas mencionadas sean de ángeles inferiores y servidores de Dios, pues, cuando alguno de éstos se aparece a los hombres, no se lo calla la Escritura, sino que por su nombre los llama, no Dios ni siquiera Señor, sino ángeles, como es fácil probar con incontables pasajes.

11 Ya este Verbo, Josué, sucesor de Moisés, después de haberlo contemplado no de otra manera que en forma y figura de hombre41 también, lo llama generalísimo del ejército de Dios42, como haciéndolo jefe de los ángeles y arcángeles del cielo y de los poderes superiores, y como si fuera poder y sabiduría del Padre 43 y a quien ha sido confiado el segundo puesto del reinado y del principado sobre todas las cosas.

12 Porque está escrito: Y sucedió que se hallaba Josué cerca de Jericó y, alzando los ojos, vio a un hombre de pie delante de él con la espada desnuda en su mano; y Josué, acercándose a él, le dijo: ¿Eres de los nuestros o de los contrarios? Y él respondió: Yo soy el generalísimo del ejército del Señor; acabo de llegar. Y Josué entonces se prosternó rostro en tierra y le dijo: Señor, ¿qué es lo que mandas a tu siervo?, y el generalísimo del Señor dijo a Josué: Quita las sandalias de tus pies, porque el lugar en que estás es lugar santo 44.

13 De donde, partiendo de las palabras mismas, observarás que éste no es otro que el que se reveló a Moisés, puesto que, efectivamente, la Sagrada Escritura dice de éste en los mismos términos: Mas, cuando le vio el Señor acercarse para ver, lo llamó el Señor desde la zarza y le dijo: Moisés, Moisés. Éste respondió: ¿Qué hay? Y dijo el Señor: No te acerques aquú Quita las sandalias de tus pies, porque el lugar en que estás es tierra santa. Y le dijo: Yo soy el Dios de tu padre, Dios de Abrahán, Dios de Isaac y Dios de Jacob 45.

14 Y que al menos hay una sustancia anterior al mundo, viva y subsistente, la que sirvió de ayuda al Padre y Dios del universo en la creación de todos los seres, llamada Verbo de Dios y Sabiduría, además de las pruebas expuestas, nos es dado escucharlo incluso de la misma Sabiduría en persona que, por boca de Salomón, ella misma nos inicia clarísimamente en su propio misterio: Yo, la sabiduría, planté mi tienda en el consejo e invoqué a la ciencia y a la inteligencia; por mí los reyes reinan, y los potentados administran justicia; por mi los magnates son engrandecidos, y por mí los soberanos dominan la tierra 46.

15 A lo cual añade: El Señor me creó como principio de sus caminos en sus obras, antes de los siglos asentó mis fundamentos. En el principio, antes que hiciese la tierra, antes que brotasen las fuentes de las aguas, antes que cimentara los montes y antes que a todos los collados, me engendró a mí. Cuando preparaba los cielos, con él estaba yo; y cuando hacia perennes los manantiales que están bajo el cielo, con él me sentaba yo a dirigir. Yo me sentaba alli donde él cada dia se complacía y me encantaba estar delante de él en toda ocasión, cuando él se congratulaba de haber acabado el universo 47.

16 Brevemente, pues, queda expuesto que el Verbo divino existió antes que todo, y también a quiénes, ya que no a todos, se apareció.

17 Mas ¿por qué no fue predicado antes, antiguamente, a todos los hombres y a todas las naciones, lo mismo que lo es ahora? Quizás pueda esclarecerlo esta respuesta: la vida primitiva de los hombres era incapaz de hacer un sitio a la enseñanza de Cristo, todo sabiduría y virtud.

18 En efecto, al menos en los comienzos, después de su primer tiempo de vida dichosa, el primer hombre se desentendió del mandato divino y se precipitó en este vivir mortal y perecedero, y cambió las delicias divinas del comienzo por esta tierra maldita. Y sus descendientes poblaron nuestra tierra toda y, con excepción de uno o dos en alguna parte, fueron manifiestamente degenerando y llegaron a tener una conducta propia de bestias y una vida intolerable 48.

19 Ni siquiera se les ocurría pensar en ciudades, ni en constituciones, ni en artes, ni en ciencias. De las leyes y juicios, así como de la virtud y de la filosofía, ni el nombre conocían. Como gente ruda y montaraz, hacían vida nómada por lugares desiertos. Con el exceso de malicia libremente abrazada, corrompían el natural razonamiento y todo germen de inteligencia y suavidad propios del alma humana. Y hasta tal punto se entregaban sin reservas a toda iniquidad, que a veces mutuamente se corrompían, a veces se mataban unos a otros y, en ocasiones, practicaban la antropofagia, y llevaron su osadía hasta combatir contra Dios y entablar esas guerras de gigantes, de todos conocidas, y pensaron en amurallar la tierra contra el cielo y prepararse, en su loco desatino, para hacer la guerra al mismo que está sobre todo.

20 A los que tal vida llevaban, Dios, que todo lo controla, los persigue con inundaciones e incendios devastadores, como si se tratara de un bosque salvaje esparcido por toda la tierra, y los fue abatiendo con hambres continuas, con pestes y guerras y aun fulminándolos desde arriba, como si con estos remedios tan amargos intentara atajar una espantosa y gravísima enfermedad de las almas.

21 Entonces, pues, cuando estaba realmente a punto de alcanzar a todos el sopor de la maldad, como el de una tremenda borrachera que oscureciera y hundiera en tinieblas las almas de casi todos los hombres, la Sabiduría de Dios, su primogénita y primera criatura49, y el mismo Verbo preexistente50, por un exceso de amor a los hombres, se manifestó a los seres inferiores, unas veces mediante visiones de ángeles y otras por sí mismo, como poder salvador de Dios, a uno o dos de los antiguos varones amigos de Dios, y no de otra manera que en forma de hombre 51, la única en que a ellos podía aparecerse.

22 Pero una vez que, peí intermedio de éstos, la semilla de la religión se extendió a una muchedumbre de hombres y surgió de los primeros hebreos de la tierra una nación entera que se aferró a la religión, Dios, por medio del profeta Moisés52, hizo a éstos, como a hombres que todavía continuaban en su antiguo género de vida, entrega de imágenes y símbolos de cierto misterioso sábado y de la circuncisión, y los inició en otros preceptos espirituales, pero no les desveló el misterio mismo.

23 Mas su ley cobró fama, y como brisa fragante se difundió entre todos los hombres. Entonces ya, a partir de ellos, las mentes de la mayoría de las gentes se fueron suavizando por influjo de legisladores y de filósofos de aquí y de allá, y la condición propia de animales rudos y salvajes se fue cambiando en suavidad, de suerte que lograron una paz profunda 53, amistades y trato de unos con otros. Pues bien, entonces es cuando, al fin, en los comienzos del Imperio romano y por medio de un hombre que en nada difería de nuestra naturaleza en cuanto a la sustancia corporal, se manifestó a todos los hombres y a todas las naciones esparcidas por el mundo dándoles por preparados y dispuestos ya para recibir el conocimiento del Padre, aquel mismo maestro de virtudes en persona, el colaborador del Padre en toda obra buena, el divino y celestial Verbo de Dios, y tan grandes cosas realizó y padeció cuales se hallaban en las profecías; éstas habían proclamado de antemano que un hombre y Dios a la vez vendría a morar en esta vida y obraría maravillas y sería señalado como maestro de la religión de su Padre para todas las naciones; también habían proclamado el portento de su nacimiento, la novedad de su enseñanza, sus obras admirables y, por si fuera poco, el modo de su muerte, su resurrección de entre los muertos y, sobre todo, su divina restauración en los cielos.

24 En cuanto al reinado final54 del Verbo, el profeta Daniel, contemplándolo por influjo del espíritu divino, sintióse divinamente inspirado y describió así, bastante al estilo humano, su visión: Porque yo—dice—estaba mirando hasta que fueron colocados tronos, y un anciano de muchos días se sentó. Y era su vestido blanco igual que nieve, y su cabellera como lana limpia; su trono, llama de fuego, y sus ruedas, fuego ardiente. Un rio de fuego brotaba delante de él y miles de millares le servían y miríadas y miríadas asistían delante de él. Sentóse el tribunal y se abrieron los libros55.

25 Y a las pocas líneas continúa diciendo: Estaba yo contemplando, y vi venir con las nubes del cielo como un hijo de hombre que avanzó hasta el anciano de muchos días y lo presentaron delante de éste. Y le fueron dados el señorío, y la gloria, y el reino, y todos los pueblos, tribus y lenguas serán siervos suyos. Su poderío es poderío eterno, no pasará. Y su reino no será destruido 56.

26 Ahora bien, está claro que todas estas cosas no podrían referirse a otro que a nuestro Salvador, al Dios-Verbo, que en el principio estaba en Dios 57 y que, por causa de su encamación en los últimos tiempos, se llamó Hijo del hombre.

27 Mas démonos por contentos con lo dicho, para la obra presente, pues en comentarios especiales 58 tengo ya recogidas las profecías que atañen a Jesucristo, Salvador nuestro, y en otros escritos he dado una mejor demostración de cuanto hemos expuesto acerca de Él.

Notas:

16 Cf. i Cor 11,3; Ef 4,15.

17 Cf. Act 14,15; Sant 5,17.

18 Is 53,8; cf. San Justino, Dial. 76,2.

19 Cf. Mt 11,27.

20 Jn 1,9-10.

21 Cf. Sab 7,22.

22 Cf. Proy 8,23.

23 Cf. Jn 1,1-4.

24 Por la fuerte carga de subordinacionismo de este pasaje, los copistas eliminaron de muchos manuscritos las palabras πρώτον καί, que les sugería la posibilidad de otras generaciones en Dios, aunque la expresión se encuentra ya en San Justino, Apol. I 21,1; cf. F. Ricken, Die Logoslehre des Eusebios von Caesarea und der Mittelplatonismus: Theologie und Philosophie 42 (1967) 341-358; R. Farina, Vimpero e Vimperatore cristiano in Eusebio di Cesarea (Zurich 1966) p.42-46.

25 Cf. Col 1,15-16.

26 Cf. Jos 5,14; 3 Re 22,19; San Justino, Dial. 61,1.

27 Is 9,6; cf. Mal 3,1; San Justino, Dial. 76,8.

28 Expresión desafortunada, que ha dejado profunda huella en la transmisión del texto. Copistas y traductores se han esforzado en corregirla por todos los medios; sin embargo, refrendado por Orígenes (C. Cels. 5,39), el contenido de esta expresión y similares se encuentra ya en los apologistas del siglo II, especialmente en San Justino (Dial. 56,22; 57,3; 58,3; 60,2.5; 61,1; 113,4); cf. J. Lebreton, Histoire du dogme de la Trinité, des origines au Concile de Nicée, t.2 (Paris 1928) P.467SS.

29 Jn 1,1-3; cf. R. Farina, o.e., p.4Óss; R. Muñoz Palacios, La mediación del Logos, preexistente en la encarnación, en Eusebio de Cesárea : Estudios Eclesiásticos 43 (1968) 381-414» F. Ricken, o.e., P.342SS.

30 Gén 1,26; cf. San Justino, Dial. 62,1; 126-127; Apol. I 62-64. Eusebio, en la misma línea de Justino en cuanto a la aplicación de las teofanías al Verbo, tratará de definir estas manifestaciones anteriores a la encarnación, lo mismo que las profecías que la anunciaban desde los patriarcas. El mismo tema aparece en las Eclog. prophet., en PE y DE, obras compuestas entre 312 y 320; cf. Sirinelli, p.2Óiss y, sobre todo, p.275-280.

31 Sal 32,9; 148,5.

32 Cf. Núm 12,7; Heb 3,5.

33 Gén 18,1-3.

34 Gén 18,25; cf. San Justino, Dial. 56; San Ireneo, Adv. haer. 3,6,1; 4,10,1; Tertuliano, Adv. Prax. 13,4; 16,2; De carne Christi 6,7; Orígenes, In loan. 2,23; J. Lebreton, o.e., t.2 p.672.

35 Cf. Flp 2,8.

36 Sal 106,20.

37

38

39 Gén 32,28.

40 Gén 32,30.

41 Cf. Flp 2,7-8.

42 Jos 5,14.

43 i Cor 1,24. El texto acusa una transmisión deficiente.

44 Jos 5.13-15·

45 Ex 3,4-6; cf. San Justino, Apol. 1 63,2; Dial. 60,1.

46 Prov 8,12.15-16.

47 Prov 8,22-25.27-28.30-31; cf. San Justino, Dial. 61,3-5; Atenágoras, Suppl. 10; Teófilo de Antioquía, Ád Autol. 2,10; M. Simonetti, Studi sull Arianesimo (Roma 1965) p.ç-87; A. Weber, Arché. Ein Beitrag zur Christologie des Eusebius von Cäsarea (Roma 1965).

48 Este cuadro tan pesimista de los albores de la humanidad no proviene de las Escrituras, sino de las tradiciones populares incorporadas al acervo literario y filosófico de la cultura helénica. Algo parecido se encuentra ya insinuado en la Odisea IX 1053s, y en Hesiodo, Erga 11-40, lo mismo que en Lucrecio, De rer. nat. 5,925-8 y en Ovidio, Ars amat. 2,467-476. pero Eusebio parece inspirarse más directamente en Diodoro de Sicilia, Bibl. 1,6-8, a quien cita por extenso en PE 1,7,10, aunque se aparta de él al atribuir al hombre el mal uso del libre arbitrio. En PE 2,5,4, nos da Eusebio una descripción parecida, en donde a la maldad añade el ateísmo o impiedad como condición original del hombre después de su calda; puede verse también DE 4,6-8 y 8, pról.; cf. Sjrinelli, p.2ioss; M. Harl, Vhistoire de l'humanité raconté par un écrivain chrétien au IV® siècle: REG 75 (1962) 522-531.

49 Cf. Col 1,15; Prov 8,22; H. Jaeger, The Patristic Conception of Wisdom in the Light of Biblical and Rabbinical Research ; Studia Patrística 4: TU 79 (Berlin 1961) 90-106.

50 Jn 1,1.

51 i Cor 1,24.

52 En la perspectiva de la HE, Moisés es el instrumento de Dios, y la religión judía, una religión capaz de suavizar la condición del hombre tras la caída, aunque a base de imágenes y de símbolos, como puente entre los «primeros hebreos», posesores de la «verdadera religión», y sus auténticos sucesores y continuadores: los cristianos. En PE 7,8, en cambio, aparece corrompida bajo el influjo de los egipcios, y por ello necesitada de la ley mosaica.

53 Eusebio piensa aquí, sin duda alguna, más que en la paz de Augusto, en la paz moral, fruto de la difusión de la ley judía, según Is 2,1-5; cf. DE 3,2,37ss. Solamente en PE, escrita entre 314 y 320, después de haber repensado estos datos sobre la civilización desde un punto de vista no de historia de la salvación, sino de historia y de política, sin más, la identificará con la paz del Imperio romano (PE 1,4-5); cf. K. Wengst, Pax Romana, Anspruch und Wirklichkeit. Erfahrungen und Wahrnehmung des Friedens bei Jesus und im Urchristentum (Munich 1986); Ch. G. Starr, The Roman empire χγ B.C.-A.Ù. 476. A study in survival (Oxford 1981).

54 La partícula γοΟν parece introducir una distinción entre este reinado final del Verbo y la restauración obrada por él, aludida en el párrafo anterior. Sin embargo, la relación entre ambos no está clara (cf. Sirinelli, p-479). aunque F. Bovon (a.c.) ve aquí «una interpretación, fiel al Nuevo Testamento, del ya y todavía no» (p.i34 nota 48).

55 Dan 7,9-10.

56 Dan 7,13-14. Cf. Eusebio, DE fragm. 3, ed. Heikel, p.495; Eclog. proph. 3,44.

57 Jn 1,1.

58 Eusebio debe referirse a la Introducción general elemental cuyos libros 6-9 pasaron a formar parte de las Eclogae propheticae, que actualmente constituyen un tratado de las profecías mesiánicas en cuatro libros. Para Valois, lo mismo que para Häuser y para Gätner, Eusebio se refiere a la DE. A ésta quizá apunte mâs bien en la expresión que sigue, hablando de «otros escritos», frase que pudo ser añadida cuando ya tenía redactada la DE (después de 314) o preparado al menos el material.

Cap. 3
[De cómo el nombre de Jesús y el mismo de Cristo habían sido ya conocidos desde antiguo y honrados por los profetas inspirados por Dios]

1 Ha llegado ya el momento de demostrar que también entre los antiguos profetas, amigos de Dios, se honraba ya los nombres mismos de Jesús y de Cristo.

2 Moisés mismo fue el primero en conocer el nombre de Cristo como el más augusto y glorioso cuando hizo entrega de figuras, símbolos e imágenes misteriosas de las cosas del cielo, conforme al oráculo que le decía: Mira, harás todas las cosas según el modelo que te ha sido mostrado en el monte 59; y celebrando al sumo sacerdote de Dios en tanto en cuanto le es posible a un hombre, lo proclama «Cristo» 60, A esta dignidad del supremo sacerdocio, que para él sobrepasa a toda otra primera dignidad de entre los hombres, sobre el honor y la gloria, le añade el nombre de Cristo. Así, pues, él conocía el carácter divino de Cristo.

3 Pero es que el mismo Moisés, por obra del espíritu divino, conoció de antemano bien claramente incluso el nombre de Jesús, considerándolo asimismo digno de un privilegio insigne. En efecto, nunca se había pronunciado este nombre entre los hombres antes de ser conocido por Moisés. Este aplica el nombre de Jesús primera y únicamente a aquel que, una vez más conforme a la figura y al símbolo, sabía que habría de sucederle, después de su muerte, en el mando supremo61.

4 Nunca antes su sucesor había usado el nombre de Jesús, sino que se le llamaba por otro nombre, Ausé, precisamente el que le habían puesto sus padres 62. Moisés le dio el nombre de Jesús como un privilegio precioso, mucho mayor que el de una corona real. Le dio ese nombre porque, en realidad, el mismo Jesús, hijo de Navé, era portador de la imagen de nuestro Salvador, el único que, después He Moisés y después de haber concluido el culto simbólico por él transmitido, le sucedería en el mando de la verdadera y firmísima religión.

5 Y de esta manera Moisés, como haciéndoles el más grande honor, aplicó el nombre de Jesucristo nuestro Salvador a los dos hombres que, según él, más sobresalían en virtud y en gloria sobre todo el pueblo, a saber, al sumo sacerdote y al que le había de suceder en el mando.

6 Pero está claro también que los profetas posteriores han anunciado a Cristo por su nombre y han dado testimonio por adelantado no sólo de la conjura del pueblo judío que tendría lugar contra Él, sino también de la llamada que por El se haría a las naciones. Una vez será Jeremías, al decir así: El espíritu de nuestro rostro, el Cristo Señor, de quien habíamos dicho: «A su sombra viviremos entre las gentes», cayó preso en sus trampas 63. Otra vez será David, que exclama perplejo: ¿Por qué se amotinaron las naciones y los pueblos maquinaron planes vanos? Asistieron los reyes de la tierra y los príncipes se aunaron contra el Señor y contra su Cristo 64; y añade luego, hablando en la persona misma de Cristo: El Señor me dijo: Mi hijo eres tú; yo te he engendrado hoy. Pídeme, y te daré en heredad las naciones y en posesión los confines de la tierra 65.

7 Pero es de saber que, entre los hebreos, el nombre de Cristo no era ornato únicamente de los que estaban investidos con el sumo sacerdocio y eran ungidos simbólicamente con óleo preparado, sino también de los reyes, a los cuales ungían los profetas por inspiración divina y hacían de ellos imágenes de Cristo, pues, efectivamente, estos reyes llevaban ya en sí mismos la imagen del poder regio y soberano del único y verdadero Cristo, Verbo divino, que reina sobre todas las cosas.

8 Además, la tradición nos ha hecho saber igualmente que incluso algunos profetas se han convertido en Cristos, en figura, por obra de la unción con el óleo 66, de suerte que todos éstos hacen referencia al verdadero Cristo, el Verbo divino y celestial, único sumo Sacerdote del universo, único rey de toda la creación y, entre los profetas, único sumo Profeta del Padre.

9 Prueba de ello es que ninguno de los que antiguamente fueron ungidos simbólicamente: ni sacerdotes, ni reyes, ni profetas poseyeron tan alto poder de virtud divina como está demostrado que poseyó Jesús, nuestro Salvador y Señor, el único y verdadero Cristo,

10 Al menos ninguno de ellos, por más que brillara por su dignidad y por su honor entre los suyos en tantas generaciones, dio jamás el apelativo de cristiano a sus súbditos, aplicándoles en figura el nombre de Cristo. Ni tampoco sus súbditos rindieron a ninguno de ellos el honor del culto, ni fue tal su predisposición, que después de su muerte estuvieran preparados a morir por el mismo al que así honraban. Y por ninguno de ellos hubo una conmoción tal de todas las naciones del ancho mundo. Y es que la fuerza del símbolo que en ellos había era incapaz de obrar como obró la presencia de la verdad demostrada a través de nuestro Salvador.

11 Este de nadie tomó símbolos y figuras del sumo sacerdocio; ni descendía, en cuanto al cuerpo, de familia sacerdotal; ni fue elevado a la dignidad regia por un cuerpo de guardia compuesto de hombres; ni siquiera fue un profeta igual que los de antaño ni obtuvo entre los judíos precedencia alguna de honor ni de cualquier otra clase; y, sin embargo, está adornado por el Padre de todas estas prerrogativas, y no, por cierto, en figura, sino en su misma verdad 67,

12 Así, pues, sin haber sido objeto de nada semejante a lo que hemos descrito, es proclamado Cristo con más motivo que todos aquéllos y, siendo Él mismo el único y verdadero Cristo de Dios, llenó el mundo entero de cristianos, esto es, de su nombre realmente venerable y sagrado. Ya no son figuras e imágenes lo que Él entrega a sus seguidores, sino las mismas virtudes en su pureza y una vida de cielo con la misma doctrina de la verdad.

13 Y la unción que ha recibido no es ya la preparada con sustancias materiales, sino algo divino por el Espíritu de Dios, por su participación en la divinidad ingénita del Padre. Esto mismo justamente es lo que enseñaba Isaías cuando clamaba, igual que si lo hiciera con la voz misma de Cristo: El Espíritu del Señor está sobre mi, por esto me ungió: me envió para anunciar la buena nueva a los pobres, y pregonar a los cautivos la libertad y a los ciegos el ver de nuevo 68.

14 Y no solamente Isaías. También David se vuelve hacia el mismo Cristo y le dice: Tu trono es, ¡oh Dios!, eterno y para siempre; el cetro de tu reino, cetro de rectitud. Amaste la justicia y aborreciste la maldad, por eso te ungió Dios, tu Dios, con óleo de gozo, más que a tus compañerosAquí, el primer versículo del texto lo llama Dios; el segundo le honra con el cetro real.

15 Ya continuación, después de su poder divino y regio, muestra al mismo Cristo, en tercer lugar, ungido no con el óleo que procede de materia corporal, sino con el óleo divino del gozo, por el que se viene a significar su excelencia, su superioridad y su diferencia respecto de los antiguos, ungidos más corporalmente y en figura.

16 Y en otro pasaje, el mismo David descubre las cosas que atañen a Cristo con estas palabras: Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi derecha mientras pongo a tus enemigos por escabel de tus pies™. Y también: De mi seno te engendré antes del alba. Juró el Señor y no se arrepentirá: Tú eres sacerdote para siempre, según el orden de Melquisedec 71.

17 Ahora bien, este Melquisedec aparece en las Sagradas Escrituras como sacerdote del Dios Altísimo72 sin que sea señalado con algún óleo preparado y sin que esté emparentado con el sacerdocio hebraico por sucesión alguna hereditaria. Por eso es por lo que nuestro Salvador es proclamado con juramento Cristo y Sacerdote según su orden y no según el de los otros, que habían recibido símbolos y figuras 73.

18 De ahí que tampoco la historia nos haya transmitido que Cristo fuera ungido corporalmente entre los judíos ni que naciera de una tribu sacerdotal, sino al revés, que recibió su ser de Dios mismo antes del alba, esto es, antes de la creación del mundo, y que entró en posesión de un sacerdocio inmortal y duradero por la eternidad sin fin.

19 Una prueba sólida y patente de esta unción incorporal y divina es que, de todos los hombres de su tiempo y de los que luego han seguido hasta hoy, únicamente El, entre todos y en el mundo entero, ha sido llamado y proclamado Cristo; solamente a Él reconocen bajo este nombre, dan testimonio de Él y le recuerdan todos, lo mismo entre griegos que entre bárbaros; y hasta hoy todavía sus seguidores, repartidos por toda la tierra habitada, siguen dándole honores de rey, admirándole más que como a profeta y glorificándole como a verdadero y único sumo Sacerdote de Dios y, además de todo esto, por ser Verbo de Dios, preexistente y nacido antes de todos los siglos, y por haber recibido del Padre honores divinos, lo adoran como a Dios.

20 Y lo que aún es más extraordinario: que quienes le estamos consagrados no solamente le honramos con la voz y con palabras, sino también con la plena disposición del alma, hasta el punto de estimar en más el martirio 74 por Él que nuestra propia vida.

Notas:

59 Ex 25,40; cf. Heb 8,5.

60 Lev 4,5.16; 6,2z; M. DE JONGE, The earliest Christian use of «Christos». Some suggestions. New Testament Studies 31 (1986) 311-343.

61 Núm 13,16.

62 La forma Ausé de los Setenta no gustaba a San Jerónimo, que la sustituye por Oseas (In Oseam j; cf. Lactancio, înst. divin. 4,17). Lo importante, sin embargo, es el cambio de nombre. Moisés da a su sucesor el nombre de Jesús (según la lectura de los Setenta, Josué en la masorética). La tipología Josué-Jesucristo era ya común entre los Padres anteriores a Eusebio; cf. O» ίο. r. NT.·7., lu Exod. hoin. 11,3; In librwn Je su Nûvc hom. 1,1-2.

63 Lam 4,20.

64 Sal 2.1-2.

65 Sal ij-8. Estos temas los desarrolla más en PE I 3,13-15 y DE VIII 4.

66 Cf. 3 Re 19,16. Para esta afirmación, Eusebio debe de apoyarse en la tradición, ya que por la Escritura sólo se tiene noticia de Elíseo; recuérdese que «Cristo» significa «ungido».

67 Cristo es, pues, profeta, sumo sacerdote y rey. Eusebio parece recoger aquí la distinción, ignorada por el NT, de las tres funciones que, según algunos circuios esenios del judaismo palestinense de los siglos π y i a.d.C., tal como se lee en diversos pasajes de los mss. de Qum-rán, serían desempeñadas por un profeta y por dos mesías, sumo sacerdote de la comunidad el uno y jefe laico y político de la nación el otro. Eusebio encuentra las tres funciones reunidas en Cristo; cf. K. G. Kuhn, Die beiden Messias Aarons und Israels: New Testament Studies i (1954-55) 168-179.

68 Is 61,1; Le 4,18-19. En la interpretación de estos pasajes, Eusebio se halla en la más pura línea prenicena; cf. A. Weber, Die Taufe Jesu im Jordan als Anfang nach Eusebius von Cäsarea: Theologie und Philosophie 41 (1966) 20-29.

69 Sal 44,7-8; cf. Heb 1,8-9.

70 Sal 109,1; cf. Heb 1,13.

71 Sal 109,3-4.

72 Gén 14,18-20; cf. infra X 4,23.

73 Cf. Heb 6,20; 7,11-27.

74 Sobre el origen del sentido técnico de la palabra «mártir», cf. H. Grégoire, Les persécutions dans l'empire romain (Bruselas 1951) apénd. VI p.138-249; cf. K. Gamber, Siegaben Zeugnis. Authentische Berichte über Märtyrer der Frünkirche = Studia Patrística et .iturgica, suppl. 6 (Ratisbona 1981); E. VAX JDamme, Gott und die Märtyrer: Freiburger Zeitschrift für Philosophie und Theologie 17 (1980) 107-119.

Cap. 4
[De cómo el carácter de la religión anunciada por Cristo a todas las naciones ni era nuevo ni extraño]

1 Baste con lo dicho, como algo necesario antes de empezar mi narración, para que ya nadie piense que nuestro Salvador y Señor Jesucristo es algo nuevo, por el hecho del tiempo de su vida en carne mortal. Mas, para que nadie suponga tampoco que su doctrina es nueva y extraña, como si la hubiera compuesto un hombre reciente y en nada diferente de los demás hombres, tratemos de explicarnos también con brevedad sobre este punto.

2 No hace todavía mucho tiempo, efectivamente, que brilló sobre todos los hombres la presencia de nuestro Salvador Jesucristo, y un pueblo, nuevo 75 en el concepto de todos, ha hecho su aparición así, de repente, conforme a las inefables predicciones de los tiem -pos; un pueblo no pequeño, ni débil, ni asentado en cualquier rincón de la tierra, sino, al contrario, el más numeroso y el más religioso de todos los pueblos, indestructible e invencible por ser en todo momento objeto del favor divino, el pueblo al que todos honran con el nombre de Cristo.

3 Uno de los profetas que con los ojos del Espíritu de Dios contempló anticipadamente la existencia futura de este pueblo se llenó de tal asombro, que rompió a gritar: ¿Quién oyó semejante cosa? ¿ Y quién habló asi? ¡Parir la tierra en un día y nacer un pueblo de una vez!76 Y el mismo profeta hace también alusión en otro lugar ai nombre futuro de ese pueblo, cuando dice: Y a mis siervos se les llamará por un nombre nuevo, que será bendito sobre la tierra 77.

4 Pero si está claro que nosotros somos nuevos y que este nuevo nombre de cristianos realmente ha sido conocido entre las naciones todas recientemente, no obstante y a pesar de ello, el que nuestra vida y el carácter de nuestra conducta, ajustada a los preceptos mismos de la religión, no sea invención nuestra de ayer, sino que, por así decirlo, se mantuvo en vigor desde la primera creación del hombre, gracias al buen sentido de aquellos antiguos varones amigos de Dios, lo demostraremos aquí.

5 El pueblo hebreo no es un pueblo nuevo 78, antes bien, de todos es sabido que todos los hombres lo estimaron por su antigüedad. Pues bien, sus documentos y escritos mencionan a unos hombres antiguos, espaciados y escasos en número, ciertamente, pero, en cambio, excelentes en religiosidad, en justicia y en todas las demás virtudes. De ellos, unos vivieron antes del diluvio, y los otros después. Y entre los hijos y descendientes de Noé, sobresale especialmente Abrahán, al que los hijos de los hebreos se jactan de tener por autor y primer padre.

6 Si, remontándose desde Abrahán hasta el primer hombre, alguien añadiera que todos esos varones, cuya justicia está bien atestiguada, fueron cristianos, si no de nombre, sí por sus obras, no andaría equivocado 79.

7 Porque lo que ese nombre significa es que el cristiano, a causa del conocimiento de Cristo y de su doctrina, sobresale por su sobriedad, por su justicia, por la firmeza de su carácter, por el valor de su virtud y por el reconocimiento de un solo y único Dios de todas las cosas 80, y el interés de aquellos hombres por todas estas cosas en nada era inferior al nuestro.

8 No se preocuparon de la circuncisión corporal, como tampoco nosotros; ni de la guarda del sábado, como nosotros tampoco; ni de la abstención de tales o cuales alimentos, ni de apartarse de tantas otras cosas como después Moisés, el primero que comenzó, dejó por tradición que, como símbolos, se cumplieran, y que nosotros, los cristianos de ahora, tampoco guardamos. En cambio, claramente conocieron al Cristo de Dios si, como antes hemos demostrado81, se apareció a Abrahán, trató con Isaac, habló a Israel y conversó con Moisés y con los profetas posteriores 82.

9 Por lo que bien echarás de ver que aquellos amigos de Dios son también dignos del sobrenombre de Cristo, conforme a la sentencia que dice de ellos: No toquéis a mis Cristos, ni hagáis mal a mis profetas 83.

10 De donde claramente se ve la necesidad de creer que aquella religión, la primera, la más antigua y más venerable de todas, hallazgo de aquellos mismos varones amigos de Dios y compañeros de Abrahán, es la misma que recientemente se anunció a todos los pueblos por la enseñanza de Cristo.

11 Quizás se objete que Abrahán recibió mucho tiempo después el mandato de la circuncisión, pero también se proclama y se da testimonio de su justicia a causa de su fe, anterior a ese mandato, pues dice así la divina Escritura: Y creyó Abrahán a Dios, y se le contó por justicia 84.

12 Y a él, así justificado, antes ya de la circuncisión, Dios, que se le apareció (y este Dios era Cristo mismo, el Verbo de Dios), le participó un oráculo concerniente a los que en los tiempos venideros serían justificados del mismo modo que él; los términos de la promesa son: Y en ti serán benditos todos los pueblos de la tierra 85; y también: Y se hará un pueblo grande y numeroso, y en él serán benditos todos los pueblos de la tierra 86.

13 Ahora bien, se puede establecer que esto se ha cumplido en nosotros, porque, efectivamente, Abrahán fue justificado por su fe en el Verbo de Dios, el Cristo, que se le había aparecido, después que hubo dicho adiós a las supersticiones de sus padres y al error de su vida anterior 87, y luego de confesar un solo Dios, que está sobre todas las cosas, y de honrarlo con obras de virtud, no con las obras de la ley de Moisés, que vino después. Y siendo tal, a él le fue dicho que todas las tribus de la tierra y todos los pueblos serían bendecidos en él.

14 Pues bien, en los tiempos presentes, esta misma forma de religión de Abrahán solamente aparece practicada, con obras más visibles que las palabras, entre los cristianos repartidos por todo el mundo habitado.

15 Por lo tanto, ¿qué podría ya impedirnos reconocer una única e idéntica vida y forma de religión para nosotros, los que procedemos de Cristo, y para aquellos antiguos amigos de Dios? De este modo habremos demostrado que la práctica de la religión que nos ha sido transmitida por la enseñanza de Cristo no es nueva ni extraña, sino, para ser plenamente veraces, la primera y la única verdadera. Y baste con esto.

Notas:

75 Ya para 1 Pe 2,9-10, los cristianos son una raza nueva, un pueblo nuevo. Desde entonces, el tema se repite; cf. Ps.-Bernabé, Epist. 5,7; 7,5; 13,16; San Ignacio de Antioquía, Ephes. 19,20; Arístides, Apol. 16; San Justino, Dial. 119,3-6; Eusebio, infra IV 7,10; IX ça, 1.4; X 4,19; PE I 5,1z; DE I ζ,ι; D. Ramos-Lisson, La novitä cristiana e gli apologisti del II sec.: btudi e ricerche sull'Oriente Cristiano 15 (1991) 15-24.

76 Is 66,8.

77 Is 65,15-16.

78 También esta afirmación tiene su historia. Nacida de los medios judíos, como puede comprobarse por el Contra Apionem, de F. Josefo, es recogida por la apologética cristiana; cf. Teófilo de Antioquía, Ad Autol. 3,20-28; Lactancio, Inst. divin. 4,10. Sobre las relaciones entre la Iglesia y el viejo Israel, cf. M. Simon, Verus Israel. Étude sur les relations entre chrétiens et juifs dans l'empire romain (135-435) (Paris 1948) p.i07ss.

79 Esos varones ni eran judíos—son anteriores a la ley de Moisés—ni habían seguido el politeísmo del helenismo, las dos únicas realidades que Eusebio veía fuera del cristianismo. Son hebreos (cf. PE 7,8,20-21; DE 1,2,1-8) que, s¿gún este párrafo y los siguientes, pueden llamarse cristianos. Sirinelli (p.144) ve una «identificación total», afirmación que M. Harl (a.c., p.528) matiza bastante. Cf. también Wallacfj-Hadrîll, p. 169-171.

80 Aquí Eusebio parece suponer la identificación entre razón y revelación, según H. Berkhof (Die Theologie des Eusebius von Caesarea [Amsterdam 1939] p.139), H. G. Opitz (Euseb von Caesarea als Theologe: ZNWKAK 34 [1935] 3-4) y F. Bovon (a.c., p.132).

81 Cf. supra 2,6-13.22.

82 Gén 18,1; 26,2; 35,1.

83 Sal 104,15.

84 Gén 15,6; cf. Rom 4,3.9-10.

85 Gén 12,3; 22,18.

86 Gén 18,18; cf. F. Trisoglio, Eusebio di Cesarea e l'escatologia; Augustinianum 18 (19 78) 173-181.

87 Cf. Gen 12,1; W. D. Davies, Christian Origins and Judaism (Londres 1961).

Cap. 5
[De cuándo se manifestó Cristo a los hombres]

1 Bien, después de este preámbulo, necesario para la historia eclesiástica que me he propuesto, nos queda ya sólo comenzar nuestra especie de viaje, partiendo de la manifestación de nuestro Salvador en su carne y después de invocar a Dios, Padre del Verbo, y al mismo Jesucristo, Salvador y Señor nuestro, Verbo celestial de Dios, como ayuda y colaborador nuestro en la verdad de la exposición.

2 Así, pues, corría el año 42 del reinado de Augusto y el vigésimo octavo desde el sometimiento de Egipto y muerte de Antonio y de Cleopatra (en la cual se extinguió la dinastía egipcia de los Tolomeos), cuando nuestro Salvador y Señor Jesucristo nace en Belén de Judea, conforme a las profecías acerca de Él88, en tiempos del primer empadronamiento, y siendo Cirino gobernador de Siria 89.

3 Este empadronamiento de Cirino lo registra también el más ilustre de los historiadores hebreos, Flavio Josefo 90, al relatar otros hechos referentes a la secta de los galileos, surgida por aquel entonces, y de la cual hace mención también nuestro Lucas en los Hechos cuando dice: Después de éste, se levantó Judas el Galileo, en los días del empadronamiento, y arrastró al pueblo detrás de si También ése pereció, y todos los que le obedecieron fueron dispersados 91.

4 A estas indicaciones, pues, ei mencionado Josefo viene a añadir literalmente en el libro XVIII de sus Antigüedades lo siguiente:
«Cirino, miembro del senado, hombre que había desempeñado ya los otros cargos, por los que había ido pasando, sin omitir uno solo, hasta llegar a cónsul y grande por su dignidad en todo lo demás, se personó en Siria acompañado por unos pocos, enviado por César como juez de la nación y censor de los bienes» 92.

5 Y un poco después dice:
«Pero Judas el Gaulanita—de la ciudad llamada Gaula—, tomando consigo a Sadoc, un fariseo, andaba instigando a la rebelión; decía que el censo no podía conducir a otra cosa que a una abierta esclavitud, y exhortaba al pueblo a aferrarse a la libertad» 93.

6 Y sobre el mismo escribe en el libro II de sus Historias de la guerra judía:
«Por este tiempo, cierto galileo, llamado Judas, provocó a rebelión a los habitantes del país, reprochándoles el someterle al pago del tributo a los romanos y el soportar a unos amos mortales después de a Dios» 94.
Así Josefo.

Notas:

88 Miq 5,1 ; cf. Mt 2,5-6.

89 Le 2,2. De los datos indicados por Eusebio resulta que Cristo nació entre los años 3-2 antes de nuestra era, haciéndolo coincidir con el empadronamiento de Cirino, lo mismo que Orígenes (Com. in Math. 22,15). Sin embargo, el pasaje de F. Josefo, que Eusebio ha omitido, fija la misión de Cirino en Judea el año 6 d.C., cuando fue depuesto Arquelao (año 37 después de la batalla de Acdo, ocurrida en septiembre del 31 a.C.). Véase sobre el asunto F. Prat, Jésus-Christ, sa vie, sa doctrine, son oeuvre, t.i (Paris 1933) p.513-516; Schuerer, i p.508-543; M. J. Lagrange, Où en est la Question du recensement à Quirinus? : RB 8 (191D 60-84; L. Richard, L Évangile de VEnfance et le Décret impérial du recensement, en Mémorial J. Chaîne (Lyon 1950) p.297-308; A. N. Sherwin-White, Roman Society and Roman Law in the New Testament (Oxford 1963); L. Dupraz, De l'association de Tibère au principat à la naissance du Christ: Studia Friburgensia. n.ser. (Friburgo, Suiza, 1966) 100-142; G. Ogg, Hippolytus and the introductio of the Christian Era: VigCh 16 (196z) i-i8; C. Firpo, II problema cronologico del la nascita di Gesù = Biblioteca di cultura religiosa, 42 (Brescia 1983).

90 Nacido el año 37 d.C., Flavio Josefo vivió y colaboró con los romanos desde el año 67, y en Roma compuso sus obras. Murió a comienzos del siglo 11; cf. R. Laqueur, Der jüdische Historiker Flavius Josephus. Ein biographischer Versuch auf neuer quellenkritischer Grundlage (Giesen 1920); W. Whiston, The Life and Work of Flavius Josephus (Filadelfia 1957); R. J. H. Shutt, Studies in Josephus (Londres 1961). H. Schreckenberg, Biblioeravhie zu Flavius Josephus (= Arbeiten zur litteratur... d. hellenistischen Judeutuns, 14) (Leiden 1979). Sobre la utilización que de él hacen los Padres, ct. G. Bardy, Le souvenir de Josèph chez les Pères: RHE43(i948) 179-191. y M. E. Hardwick, Josephus as an historical source in Patristic literature through Eusebius = Brown Judeic Studies, iz8 (Atlanta, Ga 1989).

91 Act 5.37.

92 Josefo, AI i8(i)i; cf. Schuerer, i p.508-543.

93 Josefo, AI 18(1)4. Ver A. Paul, Flavius' «Antiquities of the Jews». An anti-Christian manifesto: New Testament Studies 31 (1985) 473-480.

94 Josefo, 0Γ 2(8,1)118; cf. Schuerer, i p.420 y 486.

Cap. 6
[De cómo, según las profecías, en tiempo de Cristo cesaron los príncipes que anteriormente venían rigiendo por línea de sucesión hereditaria a la nación judía y empezó a reinar Herodes, el primer extranjero]

1 Fue en este tiempo cuando asumió el reinado sobre el pueblo judío, por primera vez, Herodes, de linaje extranjero, y tuvo cumplimiento la profecía hecha por medio de Moisés, que decía: No faltará jefe salido de Judá ni caudillo nacido de sus muslos hasta que llegue aquel para quien está reservado 95, y le señala como esperanza de las naciones.

2 Incumplida estuvo, efectivamente, la predicción durante el tiempo en que todavía les estaba permitido vivir bajo gobernantes propios de su nación, comenzando desde el mismo Moisés y continuando hasta el imperio de Augusto. En tiempos de éste es cuando, por primera vez, un extraño, Herodes, se ve investido por los romanos con el gobierno sobre los judíos: según nos informa Josefo 96, era idumeo por parte de padre y árabe por parte de madre. Pero, según Africano 97—que no era un historiador improvisado—, los que nos dan una información exacta 98 sobre Herodes dicen que Antípatro (éste era su padre) era hijo de cierto Herodes de Asca-lón, uno de los llamados hieródulos ", que servía en el templo de Apolo 10°.

3 Este Antípatro, siendo niño, fue raptado por unos bandidos idumeos y con ellos vivió, porque su padre, pobre como era, no podía ofrecer un rescate por él. Criado en medio de sus costumbres, más tarde trabó amistad con Hircano 101, sumo sacerdote judío. De él nació el Herodes de los tiempos de nuestro Salvador...

4 Habiendo, pues, venido el reino judío a manos de tal sujeto, la expectación de las naciones, conforme a la profecía, estaba ya también a las puertas 102: habían desaparecido del reino los príncipes y caudillos descendientes por vía de sucesión entre ellos del mismo Moisés.

5 Al menos habían reinado antes de la cautividad y de la emigración a Babilonia 103, comenzando por Saúl—el primero—y por David. Y antes de los reyes, les habían gobernado unos caudillos, los llamados jueces, que habían empezado también después de Moisés y del sucesor de éste, Josué.

6 Poco después del regreso de Babilonia se sirvieron ininterrumpidamente de un régimen político de oligarquía aristocrática (eran los sacerdotes quienes estaban a la cabeza de los asuntos), hasta que el general romano Pompeyo atacó a Jerusalén, la asaltó por la fuerza y profanó los lugares santos adentrándose hasta la parte más recóndita del templo. Y al que hasta aquel momento había subsistido por sucesión hereditaria, en calidad de rey y de sumo sacerdote al mismo tiempo—Aristóbulo se llamaba—lo envió encadenado a Roma, junto con sus hijos, y entregó el sumo sacerdocio a su hermano Hircano. A partir de aquel momento, el pueblo judío entero quedó convertido en tributario de los romanos 104.

7 Así, pues, tan pronto como Hircano, último en quien recayó la sucesión de los sumos sacerdotes, fue llevado cautivo por los partos 105, el senado romano y el emperador Augusto pusieron la nación judía en manos de Herodes, el primer extranjero, como ya dije.

8 En su tiempo fue cuando tuvo lugar visiblemente la venida de Cristo 106 y, según la profecía, se siguió la esperada salvación y vocación de los gentiles. A partir de este tiempo, efectivamente, los príncipes y caudillos originarios de Judá, quiero decir los que procedían del pueblo judío, desaparecieron y, naturalmente, en seguida vieron perturbados también los asuntos del sumo sacerdocio, que de manera estable había ido pasando anteriormente de padres a hijos en cada generación.

9 De todo esto encontrarás un testigo importante en Josefo 107, quien explica cómo Herodes, así que los romanos le confiaron el reino, dejó de instituir ya sumos sacerdotes originarios de la antigua estirpe, antes bien, distribuyó ese honor entre gentes sin relieve. Y dice que en la institución de los sacerdotes obraron lo mismo que Herodes su hijo Arquelao y, después de éste, los romanos, cuando se hicieron cargo del gobierno de los judíos.

10 Y el mismo Josefo explica 108 cómo Herodes fue el primero en encerrar bajo su propio sello las vestiduras sagradas del sumo sacerdote, no permitiendo más a los sumos sacerdotes llevarlas sobre sí, y que lo mismo hicieron su sucesor Arquelao y, después de éste, los romanos.

11 Todo lo dicho sirva también como prueba del cumplimiento de otra profecía referente a la manifestación de Jesucristo nuestro Salvador. En el libro de Daniel109, la Escritura determina clara y expresamente un número de semanas hasta el Cristo-príncipe—acerca de lo cual hice una exposición detallada en otras obras 110—y profetiza que, después de cumplidas estas semanas, quedaría exterminada por completo la unción entre los judíos. Ahora bien, claramente se demuestra que también esto se cumplió con ocasión del nacimiento de nuestro Salvador Jesucristo.
Vaya por delante lo dicho como exposición necesaria para la verdad de las fechas.

Notas:

95 Gén 49,io. Ver M. R. LlDA DE Malkiel, Herodes, su persona, reinado y dinastía = Literatura y sociedad, 16 (Madrid 1977).

96 Josefo, AI 14 (prol.2)8; (5)121; BI 1(6,2)123; (8,9)181.

97 Epist. ad Aristidem: infra 7,11-12; Eusebio, Eel. proph. 158,4s: DE 8,1,44. Julio Africano había reunido en sus cinco libros de Cronografías (concluidos hacia el año 220-221) todo el material cronológico que podía interesar a la apologética cristiana, continuadora de la judía, para demostrar la mayor antigüedad de la cultura judía sobre la pagana.

98 Información que dieron seguramente los «desposynoi»; cf. infra 7,11.

99 Sobre esta clase de esclavos de los templos, cf. Hepding, Hieroduloi: Pauly-Wissowa, 8 col.1459-1468.

100 Cf. ScnUiZRER, i p.291-292; 360-418. En general, para todos los gobernantes que en Judea llevaron el nombre de Herodes, cf. A. H. M. Jones, The Herods of Judaea (Londres 1968); A. Schalit, König Herodes: Studia Judaica 4 (Berlín 1969).

101 Hircano II, sumo sacerdote en los años 63-40 a.C., a quien sucedió Antígono; cf. Schuerer, i P.338SS; M. J. Lagrange, Le Judaïsme avant Jésus-Christ (Paris 1931) p.137-148.

102 Cf. Mt 24,33.

103 Josefo, AI 11(4,8)112; Eusebio, Ed. proph. 155J3SS.

104 Josefo, AI 20(10,4)244; cf. ibid., 14(4,i)54-(4,4)76; BI 1(7,6)i52-(7,7)158. J. Jeremías, Jerusalén en tiempos de Jesús. Estudio económico y social del mundo del Nuevo Testamento (Madrid 1977).

105 Josefo, AI 14(13,9)364-(i3,io)365;20(8,5)248.

106 Cristo nació, ciertamente, antes de la muerte de Herodes (4 a.C.), probablemente entre los años 8-6 antes de nuestra era; cf. supra nota 89.

107 Josefo, AI 20(10,5)247-249; cf. Eusebio, Eel. proph. 160,7-21; DE 8,2,93-94·

108 Josefo, Ai 18(4,3)92-93; ci. ibid., 15(4,11)403-404; Eusebio, Eel. proph. 160,25-161,2; DE 8,2,95.

109 Dan 9,24-27.

110 Ecl. proph. 153,12-165; DE 8,2,35-129, pero posterior.

Cap. 7
[De la supuesta discrepancia de los evangelios acerca de la genealogía de Cristo]

1 Puesto que, al escribir sus evangelios, Mateo y Lucas nos han transmitido 111 genealogías diferentes acerca de Cristo y a muchos les parece que discrepan, y como cada creyente, por ignorancia de la verdad, se ha esforzado en inventar sobre esos pasajes, vamos a aducir las consideraciones sobre este tema llegadas a nosotros y que Africano, mencionado poco ha 112, recuerda en carta a Arí sudes 113 acerca de la concordancia de la genealogía en los evangelios. Refuta las opiniones de los demás por forzadas y mentirosas, y expone el parecer que él ha recibido 114, en estos mismos términos:

2 «Porque, efectivamente, en Israel los nombres de las familias se enumeraban, o bien según la naturaleza, o bien según la ley. Según la naturaleza, por sucesión de nacimiento legítimo; según la ley 115, cuando uno moría sin hijos y su hermano los engendraba para conservar su nombre (la razón es que aún no se había dado una esperanza clara de resurrección, y remedaban la prometida resurrección futura con una resurrección mortal, con el fin de que se perpetuara el nombre del difunto).

3 »Como quiera, pues, que los incluidos en esta genealogía unos se sucedieron por vía natural de padres a hijos, y los otros, aunque engendrados por unos, recibían el nombre de otros, de ambos grupos se hace memoria: de los que fueron engendrados y de los que pasaron por serlo.

4 »De este modo, ninguno de los dos evangelios engaña: enumeran según la naturaleza y según la ley. Efectivamente, dos familias, que descendían de Salomón y de Natán respectivamente, estaban mutuamente entrelazadas a causa de las resurrecciones de los que habían muerto sin hijos, de las segundas nupcias y de la resurrección de descendencia, de suerte que es justo considerar a unos mismos individuos en diferentes ocasiones hijos de diferentes padres, de los ficticios o de los verdaderos, y también que ambas genealogías son estrictamente verdaderas y llegan hasta José por caminos complicados, pero exactos.

5 »Mas, para que lo dicho resulte claro, voy a explicar la transposición de los linajes. Quien va enumerando las generaciones a partir de David y a través de Salomón se encuentra con que el tercero por el final es Matán, el cual engendró a Jacob, padre de José 116. Mas, partiendo de Natán, hijo de David, según Lucas 117, también el tercero por el final es Meiquí, pues José era hijo de Helí, hijo de Meiquí.

6 »Por lo tanto, siendo José nuestro punto de atención, hay que demostrar cómo es que se nos presenta como padre suyo a uno y a otro: a Jacob, que trae su linaje de Salomón, y a Helí, que desciende de Natán; y de qué modo, en primer lugar los dos, Jacob y Helí, son hermanos; y aun antes, cómo es que los padres de éstos, Matán y Meiquí, siendo de linajes diferentes, aparecen como abuelos de José.

7 »Y es que Matán y Meiquí se casaron sucesivamente con la misma mujer y procrearon hijos, hijos de una misma madre, pues la ley no impedía que una mujer sin marido—porque éste la había repudiado o porque había muerto—se casara con otro.

8 »Pues bien, de Esta (que así es tradición que se llamaba la mujer), Matán, el descendiente de Salomón, fue el primero en engendrar a Jacob; muerto Matán, se casa con su viuda Meiquí, cuya ascendencia remontaba a Natán y que, siendo, como dijimos antes, de la misma tribu, era de otra familia. Este tuvo un hijo: Helí.

9 »Y así nos encontramos con que, siendo sus dos linajes diferentes, Jacob y Helí son hermanos de madre. Muerto Helí sin hijos, su hermano Jacob se casó con su mujer, y de ella tuvo un tercer hijo, José, el cual, según la naturaleza, era suyo (y según el texto, pues por eso está escrito: Jacob engendró a José 118), pero, según la ley, era hijo de Helí, ya que Jacob, por ser hermano suyo, le suscitó descendencia.

10 »Por lo cual no se quitará autoridad a su genealogía. Al hacer la enumeración, el evangelista Mateo dice: Jacob engendró a José 119; pero Lucas procede al revés: El cual era, según se creía (porque también añade esto), hijo de José, que lo fue de Helí, hijo de Melqui120. No era posible expresar más certeramente el nacimiento según la ley: va remontando uno por uno hasta Adán, que fue de Dios 121, y hasta el final se calla el «engendró», para no aplicarlo a esta ciase de paternidad.

11 »Y es que esto no va sin pruebas ni es improvisado. En efecto, los parientes camales del Salvador, bien por aparentar o bien, simplemente, por enseñar, pero siendo veraces en todo, transmitieron también lo que sigue. Unos ladrones idumeos asaltaron Asca-lón, ciudad de Palestina; de un templo de Apolo, que estaba construido delante de los muros, se llevaron cautivo, además de los otros despojos, a Antípatro, hijo de cierto hieródulo llamado Herodes. No pudiendo el sacerdote pagar un rescate por su hijo, Antípa-tro fue educado en las costumbres de los idumeos, y más tarde trabó amistad con Hircano, el sumo sacerdote de Judea 122.

12 «Fue luego embajador cerca de Pompeyo en favor de Hircano, para el que sacó libre el reino devastado por su hermano Aristóbulo; y él mismo prosperó mucho, pues logró el título de epimeletés de Palestina 123. A Antípatro, asesinado por envidia de su mucha y buena fortuna, le sucedió su hijo Herodes, que más tarde, por decisión de Antonio y Augusto y por decreto senatorial, reinará sobre los judíos. De él fueron hijos Herodes y los otros te-trarcas. Todos estos datos coinciden con las historias de los griegos 124.

13 «Además, hallándose inscritas hasta entonces en los archivos las familias hebreas, incluso las que se remontaban a prosélitos, como Aquior 125 el ammonita, Rut126 la moabita y los que salieron de Egipto mezclados con los hebreos 127, Herodes, porque en nada le tocaba la raza de los israelitas y herido por la conciencia de su bajo nacimiento, hizo quemar los registros de sus linajes 128, creyendo que aparecería como noble por el' hecho de que tampoco otros podrían hacer remontar su linaje, apoyados en documentos públicos, a los patriarcas o a los prosélitos o a los llamados «geyo-ras», los extranjeros 129 mezclados.

14 »En realidad, unos pocos, cuidadosos, que tenían para sí registros privados o que se acordaban de los nombres o los habían copiado, se gloriaban de tener a salvo la memoria de su nobleza. Ocurrió que de éstos eran los que dijimos antes 13°, llamados des-pósinoi por causa de su parentesco con la familia del Salvador 131 y que, desde las aldeas judías de Nazaret y Cocaba, visitaron el resto del país y explicaron la precedente genealogía, comenzando por el Libro de los días, hasta donde alcanzaron 132.

15 »Fuera así o fuera de otra manera, nadie podría hallar una explicación más clara. Yo al menos esto pienso, y lo mismo todo el que tiene buenas disposiciones. Aunque no esté atestiguada, ocupémonos de ella, porque no es posible exponer otra mejor y más clara133. En todo caso, el Evangelio dice enteramente la verdad».

16 Y al final de la misma carta añade lo siguiente:
«Matán, del linaje de Salomón, engendró a Jacob. Muerto Matán, Meiquí, el del linaje de Natán, engendró de la misma mujer a Helí. Por lo tanto, Helí y Jacob son hermanos uterinos. Muerto Helí sin hijos, Jacob le suscitó descendencia engendrando a José, hijo suyo según la naturaleza, pero de Helí según la ley. Así es como José era hijo de ambos»134.
Así Africano.

17 Establecida la genealogía de José de esta manera, también María aparece junto con él, por fuerza, como siendo de la misma tribu, ya que, al menos según la ley de Moisés, no estaba permitido mezclarse con las otras tribus 135, pues se prescribe el unirse en matrimonio con uno del mismo pueblo y de la misma tribu, con el fin de que la herencia familiar no rodara de tribu en tribu. Baste así con lo dicho.

Notas:

111 Mt 1,1-17; Le 3,23-38.

112 Cf. supra 6,2.

113 De su carta a Aristides quedan solamente fragmentos (cf. Eusebio, Qjuaest. ad Steph: PG 22,900s), editados críticamente por W. Reichardt (Die Briefe des Sextus Julius AJricanus an Aristides und Orígenes: TU 34,3, Leipzig 1909). De Aristides no se sabe más.

114 Eusebio da a entender aquí que Africano (cf. infra VI 31) ha recogido su explicación de alguna otra parte. Para Lawlor (2 p.53), la toma de loe «desposynoi». Para A. Schalit (Die frühchristliche Ueberlieferung über die Herkunft der Familie des Herodes. Ein Beitrag zur Geschichte der politischen Invektive in Judäa : Annual of the Swedish Theological Institute 1 [1962] 109-160), por lo menos el relato del párrafo 11 (cf. San Justino, Dial. 52,3-4), traduce una tradición judía, que se explica por la lucha de los partidos en Judea en la época del segundo templo, recogida por los cristianos—sin duda a través de los «desposynoi»—en su odio contra el asesino de los niños de Belén. Africano se hace aquí su portavoz; cf. M. J. Lagrange, o.e., ρ,ι67·

115 Cf. Gén 38,8; Dt 25,5-6; Le 20,28.

116 Mt 1,15-16.

117 Le 3,23-24. En este pasaje, lo mismo que infra § 10, Africano comete un error: Melqui ocupa en Lucas el quinto lugar.

118 Mt ι,ιό.

119 Mt 1,16.

120 Lc 3,23-24.

121 Le 3,38.

122 Los informes de Flavio Josefo (AI 14(1,3110) sobre el tema de este párrafo 11 difieren de la tradición recogida por Africano y San Justino (Dial 52,3-4); cf. supra nota 114. Es más segura la autoridad de Josefo. Cf. Schuerer, i p.292 nota 3.

123 El mismo titulóse encuentra en Josefo, AI 14(8,i)i27-(8,3)139. Schuerer (1 p.343 nota 14) asimila sus funciones a las de un procurador, quizás no sólo militares, sino también administrativas.

124 Lo mismo puede aludir a Nicolás de Damasco que a Tolomeo de Ascalón; cf. M. J. Lagrange, Le Judaïsme avant Jésus-Christ (Paris 1931) p. 164-65.

125 Jdt 5,5; 14,10.

126 Rut 1,16-22; 2,2; 4,19-22.

127 Ex 12,38; Dt 23,8.

128 Quedaron, sin embargo, algunos registros públicos, según resulta de la autobiografía de F. Josefo (De vita sua 1,6).

129 Para Schwartz, las palabras ή προσήλυτους y τούς έπιμίκτονς son, seguramente, interpolaciones anteriores a Eusebio. Con la palabra γειώρας, Africano transcribe el término ger en el sentido que toma en Ex 12,38 aludido arriba; muchedumbre en mezcolanza, naturalmente de extranjeros y hebreos; cf. Ex 12,19 e Is 14,1.

130 Cf. supra, pár.u.

131 Sobre estos parientes del Señor y su actividad, cf. M. J. Lagrange, L'Évangile selon Saint Marc (Paris 4ig29) p.79-93; M. Simon, o.e., p. 303-314.

132 El texto utilizado por Eusebio acusa una laguna en que se indicaba sin duda la otra fuente de las explicaciones, además del Libro de los días; éste bien pudiera ser el de los Pa-ralipómenos, cuyos primeros capítulos son sólo genealógicos.

133 Julio Africano parece rechazar el testimonio de los «desposynoi» y admitir su explicación sólo como mera hipótesis a falta de algo mejor. En todo caso apela y se atiene a la verdad del Evangelio.

134 Cf. Eusebio, Quaest. ad Steph. 4.

135 Núm 36,8-9; cf. Eusebio, Quaest. ad Steph. 1,7.

Cap. 8
[Del infanticidio perpetrado por Herodes y del final catastrófico de su vida]

1 Nacido Cristo en Belén de Judá, conforme a las profecías 136 en el tiempo mencionado, Herodes, ante la pregunta de los magos venidos de Oriente que querían enterarse en dónde se hallaba el nacido rey de los judíos—porque habían visto su estrella, y el motivo de su viaje tan largo había sido su empeño de adorar como a Dios al nacido—, turbado no poco por el asunto como si estuviera en peligro su soberanía—al menos esto era lo que él pensaba realmente—, después de informarse de los doctores de la ley entre el pueblo dónde esperaban que había de nacer el Cristo, tan pronto como supo que la profecía de Miqueas predecía que en Belén, ordenó mediante un edicto matar a los niños de pecho de Belén y de todos sus aledaños, de dos años para abajo, según el tiempo exacto que le indicaron los magos, pensando que también Jesús, como era natural, correría de todas maneras la misma suerte que los otros niños de su edad.

2 Pero el niño, llevado a Egipto, se adelantó a la conjura: un ángel se apareció a sus padres indicándoles de antemano lo que iba a suceder. Esto es lo que nos enseña la Sagrada Escritura del Evangelio 137.

3 Pero, además de eso, es conveniente echar una mirada a la recompensa del atrevimiento de Herodes contra Cristo y los niños de su edad. Inmediatamente después, sin que mediara la menor demora, la justicia divina le persiguió cuando aún rebosaba de vida y le mostró el preludio de cuanto le aguardaba para después de su marcha de acá.

4 No es posible ahora reseñar las sucesivas calamidades domésticas con que anubló la supuesta prosperidad de su reino: los asesinatos de su mujer, de sus hijos y de otras personas muy allegadas a la familia por parentesco y por amistad. Lo que acerca de ello pueda suponerse deja en la sombra a toda representación trágica. Josefo lo explica prolijamente en sus relatos históricos 138.

5 Pero sobre cómo ya desde el momento en que conspiró contra nuestro Salvador y contra los demás niños un flagelo divino lo arrebató y puso a morir, bueno será escuchar las palabras mismas del escritor, que, en el libro XVII de sus Antigüedades judías, escribió el final catastrófico de la vida de Herodes como sigue:
«A Herodes la enfermedad se le iba haciendo más y más virulenta. Dios vengaba sus crímenes.

6 »En efecto, era un fuego suave que no denunciaba al tacto de los que le palpaban un abrasamiento como el que por dentro iba acrecentando su corrupción; y luego un ansia terrible de tomar algo, sin que nada pudiera servirle, ulceración y atroces dolores en los intestinos, y sobre todo en el colon, con hinchazón húmeda y reluciente en los pies.

7 »En torno ai bajo vientre tenía una infección parecida; más aún, sus partes pudendas estaban podridas y criaban gusanos. Su respiración era de una rigidez aguda y en exceso desagradable por la carga de supuración y por su fuerte asma; en todos sus miembros sufría espasmos de una fuerza insoportable.

8 »Lo cierto es que los adivinos y quienes tienen saber para predecir estas cosas decían que Dios se estaba haciendo pagar las muchas impiedades del rey»139.
Esto es lo que el autor antedicho anota en la obra mencionada.

9 Y en el libro segundo 140 de sus relatos históricos nos da una tradición parecida acerca del mismo, escribiendo así:
«Entonces ia enfermedad se adueñó de todo su cuerpo y lo iba destrozando con sufrimientos variados. La fiebre, en verdad, era débil, pero resultaba insoportable la comezón de toda la superficie del cuerpo, los dolores continuos del colon, los edemas de los pies, como de un hidrópico, la inflamación del bajo vientre y la podredumbre agusanada de sus partes pudendas, a lo que se ha de añadir el asma, la disnea y espasmos en todos sus miembros, hasta el punto de que los adivinos decían que estas dolencias eran un castigo.

10 »Pero él, aunque luchaba con tales padecimientos, aún se aferraba a la vida y, esperando salvarse, andaba imaginando curas. En todo caso atravesó el Jordán y utilizó las aguas termales de Ca-lirroe. Estas van a parar al mar del Asfalto 141 y, como son dulces, son también potables.

11 »Allí los médicos decidieron recalentar con aceite caliente todo su purulento cuerpo en una bañera llena de aceite; se desmayó y entornó los ojos, como acabado. Se armó gran alboroto entre los criados y, al ruido, volvió él en sí. Renunciando desde entonces a la curación, mandó repartir a cada soldado 50 dracmas y mucho dinero a los jefes y a sus amigos 142.

12 »Emprendió el regreso y llegó a Jericó, presa ya de la melancolía y amenazando casi a la misma muerte. Dio en urdir una acción criminal. Efectivamente, hizo reunir a los notables de cada aldea de toda Judea y los mandó encerrar en el llamado hipódromo.

13 »Llamando después a su hermana Salomé y a su marido Alejandro, dijo: Sé que los judíos festejarán mi muerte, pero puedo ser llorado por otros y tener unos funerales espléndidos si vosotros queréis secundar mis mandatos. A todos estos hombres aquí custodiados, así que yo expire, cercadlos al punto con soldados y haced que los maten, para que Judea entera y cada casa, aun a la fuerza, llore por mí»143.

14 Y un poco más adelante dice:
«Después, torturado también por la falta de alimento y por una tos espasmódica y abrumado 144 por los dolores, tramaba anticipar la hora fatal. Cogió una manzana y pidió un cuchillo, pues tenía por costumbre cortarla para comerla. Después, mirando en torno suyo por temor de que hubiera alguien para impedírselo, levantó su mano derecha con la intención de herirse»145.

15 Además de estos detalles, el mismo escritor refiere que, antes de haber muerto del todo, ordenó matar a otro de sus hijos legítimos 146t tercero que añadió a los otros dos ya asesinados anteriormente, y al punto, de repente y entre enormes dolores, expiró 147.

16 Tal resultó el final de Herodes, justo merecido por el infanticidio perpetrado en Belén por atentar contra nuestro Salvador 148. Después de esto, un ángel se presentó en sueños a José, que vivía en Egipto, y le ordenó partir con el niño y con su madre hacia Judea, aclarándole que estaban muertos los que buscaban la muerte del niño, a lo que añade el evangelista: Mas, oyendo que Arquelao reinaba en lugar de su padre Herodes, temió ir allá, pero, avisado en sueños, se retiró a la región de Galilea 149.

Notas:

136 Miq 5,1; Mt 2,5-6.

137 Mt 2,1-7.16.13-15.

138 Josefo, AI 15 (3,5) 6sss; (3,9) 85; (6,1) ióiss; (7,1) 202ss; (7,7) 240; 16 (11,1) 3565s; (ii,6) 387SS; BI i (22,5) 443ss; (27,6) 550SS. Efectivamente, el año 29 a.C. mataba Herodes a su segunda mujer, Mariana; el año 7, a los dos hijos que tuvo de ella, Alejandro y Aris-tóbulo, y sólo cinco días antes de su muerte, el año 4 a.C., a Antlpatro, hijo de su primera mujer, Doris.

139 Josefo, AI 17 (6,4-5) 168-170.

140 Euscbio supone una división distinta que en los mss. de Josefo.

141 Es el mar Muerto, a cuya costa oriental iban a parar las aguas de Calirroc; cf. Pli-nio El Viejo, Hist. nat. 5,16; F. M. Abel, Géographie de la Polest:ne t.i (Paris 1933) p.461.

142 Todo este pasaje aparece muy defectuoso en el texto de Eusebio. Rufino lo traduce asi : «Visum est autem medicis etiam oleo calido omne corpus fovendum, cumque depositus fuisset in huiuscemodi fomento, ita resolutus est omnibus membris, ut etiam oculi ipsi e suis sedibus solverentur. Reportatur in Hiericho et famulorum planctibus admonitus, ubi salutem desperare coepit, militibus quidem quinquagenas drachmas dividí iubet».

143 Josefo, BI 1(33.5-6)656-660.

144 ήσθείς; algunos mss. de Josefo dan ήσσηθείς, adoptado en la traducción.

145 Josefo, BI 1(33,7)662.

146 Cf. supra nota 138.

147 Josefo, AI 17(7,ι)ι87-(8,1)191; BI 1(33,7)664-(33,8)665. Se admite como fecha de la muerte de Herodes, a sus setenta años, la primavera del año 4 a.C., finales de marzo o primeros de abril del año 750 de Roma. Eusebio, en su Crónica, señala el año 46 de Augusto (Chronic. ad annum 3 p.Chr.: HELM, p. 170); cf. Schuerer, i p.415-417, y, en general, S. Perowne, Hérode le Grand et son époque (Paris 1958). Sin embargo, T. D. Barnes (The Date of Herod's Death: JTS 19 [1968] 204-209), partiendo de que sólo se cuenta como prueba precisa el que ocurrió el 7 de Kisleu, da también «como alternativa, igualmente válida y claramente preferible» (p.209), el mes de diciembre del año 5 a.C., es decir, unos meses antes de la fecha comúnmente admitida. Cf. G. Firpo, La data délia morte di Erode il Grande. Osservazioni su alcune recenti ipotesi: Studi Senesi 95 (1983) 87-104.

148 Mt 2,16-19; cf. S. G. F. Brandon, Herod the Great. Judea's most able but most hated King: History Today 12 (1962) 234-242; W. E. Filmer, The Chronology of the reing of Herod the Great: JTS 17 (1966) 283-298.

149 Mt 2,22.

Cap. 9
[De los tiempos de Pilato]

1 El historiador antedicho corrobora la noticia de la subida de Arquelao al poder después de Herodes y describe de qué manera, por testamento de su padre Herodes y por decisión de César Augusto, recibió en sucesión el reino judío, y cómo, caído del poder ai cabo de diez años, sus hermanos Felipe y Herodes el Joven, junto con Lisanias, gobernaron sus propias tetrarquías 15°.

2 Y el mismo Josefo, en el libro XVIII de sus Antigüedades 151, declara que en el año 12 del imperio de Tiberio (pues éste fue el sucesor en el Imperio, tras los cincuenta y siete años de reinado de Augusto 152), Poncio Pilato obtuvo el gobierno de Judea 153, en el que se mantuvo diez años completos, casi hasta la muerte de Tiberio 154.

3 Por lo tanto, claramente queda refutada la patraña de los que ahora, últimamente, han divulgado unas Memorias 155 contra nuestro Salvador, en las cuales la fecha misma anotada es la primera prueba de la mentira de tales infundios.

4 Efectivamente, sitúan sus atrevidas invenciones acerca de la pasión del Salvador en el cuarto consulado de Tiberio, que coincidió con el año séptimo de su reinado, tiempo en el que se demuestra que Pilato ni siquiera había hecho acto de presencia todavía en Judea, al menos si hay que echar mano de Josefo como testigo, quien claramente señala en su libro antes citado que Tiberio instituyó a Pilato gobernador de Judea justamente en el año duodécimo de su imperio.

Notas:

150 Josefo, AI 17(6,6)188-189; (6,7)195; (9,3)317-319; (9.0342-344; BI 1(23,8) 668-669; 2(6,3)93-94; (7,3)111; (9,1)167; cf. Le 3,1. Sobre la inexactitud de los datos recogidos por Eusebio en este párrafo, cf. Schuerer, i p.422-23. Augusto no aceptó para Arque-lao el título de rey; le dejó en tetrarca de Judea, Samaria e Idumea, y ratificó los títulos de tetrarcas y la adjudicación de los territorios previstos para sus dos hermanos, Herodes Antipas (o el Joven) y Felipe (cf. Tácito, Hist. 5,9), que recibirían Galilea y Perea el uno y Batanea, Traconítide y el Haurán el otro. Arquelao permanecerá en el cargo hasta su destitución y destierro a Viena de la Galia el año 6 d.C., pasando sus territorios a provincia romana (Schuerer, i p.449-453). Felipe, hasta su muerte en el año 34 d.C.; su tetrarquía quedará anexionada a Siria (ibid., p.425-431). Herodes Antipas se verá despojado de sus territorios por Caligula el año 39, y éstos pasarán al dominio de Herodes Agripa (ibid., p.431-449), que ya había recibido el año 37 las tetrarquías de Felipe y de Lisanias (ibid., p.552), personaje éste también citado por Eusebio y Lucas (3,1), aunque sin relación conocida con los tres hijos de Herodes; cf. infra II 4,1; Schuerer, i p.353 nota 19.

151 Josefo, AI 18(2,2)32-33.35; (4,2)89.

152 Cincuenta y siete años y cinco meses, es decir, desde el asesinato de Julio César, 15 de marzo del 44 a.C., hasta su muerte, el 19 de agosto del año 14 d.C.; cf. V. Ehrenberg-A. H. M. Jones, Documents illustrating the Reings of Augustus and Tiberius (Oxford 21955); M. Grant, Tiberius: History Today 6 (1956) 664-672; W. Gollub, Tibère (Paris 1961); Ε. Kornemann, Tibère (Paris 1962).

153 En la inscripción hallada precisamente en Cesárea de Palestina en 1961, Pilato lleva el título de praefectus, título ligado a un mando militar, aunque no sobre las legiones, en el territorio de una provincia o semiprovincia en que no era necesario un legatus—del orden senatorial—; bastaba un funcionario del orden ecuestre; cf. J. Guey, Dédicace de Ponce-Pilate découverte d Césarée de Palestine: Bulletin de la Société ^Nationale des Antiquaires de France (1965) 38-39· Eusebio utiliza aquí el verbo έτπτραπτήναι, al que corresponde el título de έπίτροπος = procurator, título que prevalece; cf. Schuerer, i p.455-456. Sobre las instituciones provinciales romanas, especialmente en Siria y Egipto, H. G. Pflaum, Les procurateurs équestres sous le Haut-Empire romain (Paris 1950); A. N. Sherwin-White, Roman Society and Roman Law in the New Testament (Oxford 1963). Sobre Poncio Pilato, cf. Schuerer, i p.488-493; S. G. F. Brandon, Pontius Pilatus in history and legend: History Today 18 (1968) 513-530; R. Staats, Pontius Pilatus im Bekenntuis der frühen Kirche: ZKG 84 (1987) p.493-513

154 Lo destituyó el legado de Siria, Vitelio, por las acusaciones presentadas contra él en el ejercicio de su cargo.

155 Estas Memorias son, sin duda, las mismas cuya composición y divulgación se denuncian infra IX 5,1 y 7,1, conocidas generalmente como Acta Pilati, diferentes de las mencionadas por San-Justino (Apol. 1 35,9; 48,8) y por Tertuliano (Apolog. 5 y 31), de las cuales Eusebio no parece saber nada, aunque el tema tratado infra II 2 le prestaba ocasión para hablar de ellas; de éstas parece haberse identificado algún resto; cf. S. Brock, A Fragment of the 'Acta Pilati' in Christian Palestinian Aramaic: JTS 22 (1971) 157-158. Eusebio se limita aquí a destacar el origen reciente de aquéllas, partiendo del error cronológico que contenían sobre Pilato, como demuestra en el párrafo siguiente. Según dichas Memorias, la pasión habría tenido lugar el año 21, siendo así que Pilato no fue nombrado gobernador hasta el año 26; cf. Schuerer, i p.487; K. K. Wieser, Pontius Pilatus nach den Jüdischen und apokryphen Quellen. Dis. (Viena 1959).

Cap. 10
[De los sumos sacerdotes de los judíos bajo los cuales Cristo enseñó]

1 Fue, por lo tanto, en tiempos de éstos, según el evangelista 156, estando Tiberio César en el año decimoquinto de su imperio y Pilato en el cuarto de su procuración, y siendo tetrarcas del resto de Judea Herodes, Lisanias y Felipe, cuando nuestro Salvador y Señor Jesús, el Cristo de Dios, comenzaba a ser como de treinta años 157 y se presentó al bautismo de Juan 158 y dio entonces comienzo a la proclamación del Evangelio 15 9.

2 Dice además la divina Escritura que todo el tiempo de su enseñanza transcurrió durante el sumo sacerdocio de Anás y Caifas mostrando que, efectivamente, todo el tiempo de su enseñanza se cumplió en los años en que éstos ejercieron sus cargos. Por lo tanto, empezó durante el sumo sacerdocio de Anás y continuó hasta el comienzo del de Caifás, lo que no llega a dar un intervalo de cuatro años completos 161.

3 Efectivamente, puesto que las disposiciones legales en aquel tiempo estaban ya en cierta manera abrogadas, se había roto aquella por la cual los cargos referentes al culto de Dios pertenecían de por vida y por sucesión hereditaria, y los gobernadores romanos investían con el sumo sacerdocio a personas diferentes y en tiempos también diferentes, sin que duraran en el cargo más de un año.

4 Refiere, pues, Josefo que después de Anás se sucedieron cuatro sumos sacerdotes hasta Caifás. En la misma obra Antigüedades escribe lo siguiente:
«Valerio Grato destituyó del sacerdocio a Anás y creó sumo sacerdote a Ismael, hijo de Fabi; pero habiendo cambiado también a éste al cabo de poco tiempo, designa como sumo sacerdote a Eleazar, hijo del sumo sacerdote Anás.

5 »Pero transcurrido un año, destituyó también a éste y entregó el sumo sacerdocio a Simón, hijo de Camito. Mas tampoco a éste le duró el honor del cargo más de un año, siendo sucesor suyo José, llamado también Caifás»162.

6 Por consiguiente, se demuestra que todo el tiempo de enseñanza de nuestro Salvador no llega a los cuatro años completos, puesto que desde Anás hasta el nombramiento de Caifás fueron cuatro los sumos sacerdotes que, en cuatro años, ejercieron el cargo anual. Tiene razón el texto evangélico al menos en señalar a Caifás como sumo sacerdote del año en que se cumplió la pasión del Salvador 163. Al no disentir de la observación precedente, queda también corroborada la duración de la enseñanza de Cristo.

7 Además, nuestro Salvador y Señor llama a los doce apóstoles no mucho después del comienzo de su predicación, y a ellos solos de entre los demás discípulos suyos, por privilegio especial, dio el nombre de apóstoles 164. Después designó otros setenta, y también a éstos los envió, de dos en dos, delante de él a todo lugar y ciudad adonde él había de ir 165.

Notas:

156 LC 3.1.

157 Le 3.23.

158 Mt 3,13.

159 Mt 4,17; Me 1,14.

160 Le 3,2; Mt 26,57.

161 Partiendo del supuesto erróneo de que los sumos sacerdotes ejercían su cargo un año solamente (cf. § siguiente), Eusebio monta su cuadro cronológico para demostrar que el ministerio público de Cristo duró algo menos de cuatro años. No llega a dominar el material que tiene a mano: no interpreta bien a Le 3,1 (aunque sí en DE 8,2,100) ni deduce de Josefo las conclusiones a que lleva una recta comprensión de su texto completo. Según su argumentación, la pasión de Cristo habría sido el año 18, cuando en su Crónica la fija en el año 32. Descuido raro. Quizás, como quiere F. Scheidweiler (Zur Kirchengeschichte des Eusebius von Kaisareia: ZNWKAK 49 [1958] 125), las consideraciones apologéticas de HE le llevaron a sacrificar el planteamiento claro de los problemas cronológicos. Cf. Schuerer, 2 p.214-224; M. J. Lagrange, L'Évangile selon Saint Luc (Paris 1921) p. 102-103; S. Zeitlin, The duration of Jesus' ministry: The Jewish Quarterly Review 55 (1964-65) 181-200.

162 Josefo, AI i8 (2,2) 34-35; cf. Eusebio, DE 8,2,100. La duración seguía siendo vitalicia, pero sólo teóricamente; de hecho dependía del arbitrio de los romanos, que solían cambiarlos con mayor o menor frecuencia. Anás lo fue del 6-15 d. C., y Caifás del 18 al 36; cf. Schuerer, 2 p.214-224; E. M. Smallwood, Hig priests and politics in Roman Palestine: JTS 13 (1962) 14-34.

163 Mt 26,3.57; Jn 11,49; 18,13.24 28.

164 Mt io,iss; Me 3,i4ss; Le 6,13; 9,1ss.

165 Lc 10,1; cf. Eusebio, DE 3.2,25; 3.37.

Cap. 11
[Testimonio sobre Juan Bautista y sobre Cristo]

1 No mucho después, Herodes el Joven hizo decapitar a Juan el Bautista. El texto sagrado del Evangelio también lo menciona 166, y Josefo lo confirma, al menos, al hacer memoria expresa de Hero-díades y de cómo Herodes se casó con ella, a pesar de que era mujer de su hermano, después de repudiar a su primera y legítima esposa (hija ésta de Aretas, rey de Petra) y de separar a Herodía-des de su marido, que aún vivía; menciona también que por causa de ella dio muerte a Juan y promovió una guerra contra Aretas, cuya hija había deshonrado 167.

2 Y dice que en esta guerra, presentada batalla, el ejército de Herodes fue desbaratado por entero, y que todo esto le ocurrió por haber atentado contra Juan.

3 El mismo Josefo 168 confiesa que Juan fue un hombre justo por demás y que bautizaba, confirmando así lo escrito acerca de él en el texto de los evangelios. Refiere además que Herodes fue destronado por culpa de la misma Herodíades, y con ella se le desterró condenado a habitar en la ciudad de Viena, en la Galia 169.

4 Esto es lo que narra en el mismo libro XVIII de las Antigüedades, donde acerca de Juan escribe textualmente lo que sigue:
«A algunos judíos les parece que fue Dios quien desbarató al ejército de Herodes, haciéndole pagar muy justamente su merecido por lo de Juan, llamado el Bautista.

5 »Porque Herodes le había dado muerte. Era un hombre bueno y que exhortaba a los judíos a ejercitarse en la virtud, a usar de la justicia en el trato de unos con otros y de la piedad para con Dios, y a acudir al bautismo. Porque de esta manera también el bautismo le parecía aceptable, no como instrumento de perdón para algunos pecados, sino para la purificación del cuerpo, con tal de que la justicia hubiera purificado al alma de antemano.

6 »Y como quiera que los demás se iban aglomerando en torno a Juan (pues quedaban suspensos escuchando sus palabras), Herodes, temeroso de que una tan grande fuerza de persuasión sobre los hombres condujera a alguna revuelta (ya que en todo parecían obrar por consejo de Juan), pensó que lo mejor era anticiparse y hacerlo matar antes de que armara una revolución, en vez de verse envuelto en dificultades por un cambio de la situación y tener luego que arrepentirse. Y Juan, por la sospecha de Herodes, fue enviado prisionero a Maqueronte, la fortaleza mentada más arriba, y allí se le ejecutó»17

7 Después de explicar todo esto acerca de Juan, en la misma obra histórica menciona también 171 a nuestro Salvador en los siguientes términos:
«Por este mismo tiempo vivió Jesús, hombre sabio si es que hombre hay que llamarlo, porque realizaba obras portentosas, era maestro de los hombres que recibían gustosamente la verdad y se atrajo no sólo a muchos judíos, sino también a muchos griegos.

8 »Este era el Cristo. Habiéndole infligido Pilato el suplicio de la cruz, instigado por nuestros proceres, los que primero le habían amado no cesaron de amarlo, pues al cabo de tres días nuevamente se les apareció vivo. Los profetas de Dios tenían dichas estas mismas cosas y otras incontables maravillas acerca de él. La tribu de los cristianos, que de él tomó el nombre, todavía no ha desaparecido hasta hoy» 172.

9 Cuando un escritor salido de entre los mismos judíos transmite desde el comienzo en sus propias obras estas cosas referentes a Juan Bautista y a nuestro Salvador, ¿qué subterfugio puede quedar a los que urdieron contra ellos las Memorias, sin que se evidencie su descaro?
Pero baste lo dicho.

Notas:

166 Mt 14.Ï-12; Mc 6,14-29; Lc 3,19-20; 9,7-9.

167 Josefo, AI 18 (5,1) 109-114.

168 Josefo, AI 18 (5,2) 117.

169 Josefo, AI 18 (7,1) 240; (7,2) 255; cf. ibid., 17 (9,5) 344. Equivocación de Eusebio: quien fue desterrado a Viena fue Arquelao el año 6 d. C. (cf. supra, nota 150). En cambio, su hermano Herodes el Joven, o Antipas, del que se habla aquí, fue desterrado a Lión (Lug-dunum), según los mss. de AI, o a España, según otros mss. de BI 2 (9,6) 183. Para compaginar ambas afirmaciones se ha propuesto desde hace tiempo Lugdunum Convenarum (= Saint-Bertrand-de Comminges) en Aquitania, junto a los Pirineos, y, por lo tanto, con posibilidad de ser tomado por territorio de España; cf. Schuerer, i p.448. Ha hecho suya esta tesis H. Crouzel, Le lieu d'exil d'Hérode Antipas et d'Hérodiade selon Flavius Joseph: Studia Patrística 10; TU 107 (Berlin 1970) 175-280. El hecho debió de ocurrir el año 39, o quizás el 40 d. C. Cf. Ch. Saulnier, Héroae Antipas et Jean Baptiste. Quelques remarques sur les confusions chronologiques de Flavius Joseph: RB 91 (1984) 361-376.

170 Josefo, AI i8 (5,2) 116-119; cf. Eusebio, DE 9.5.1s· Cf. E. Lupieri, Giovanni Battista fra storia e leggenda = Biblioteca di cultura religiosa, 53 (Brescia 1988).

171Esta manera tímida de introducir el texto que va a citar y de hacerlo al final de su argumentación, pese al contenido, acusan cierta inseguridad en el mismo Eusebio, lo mismo que en DE 3,5. Le preocupa el crédito que se pueda dar a las falsas Memorias de Pilato y echa mano de todos los argumentos para desenmascararlas. Al socaire del testimonio de Josefo sobre Juan, sin duda indiscutido, aduce otro sobre Cristo que también encuentra en las obras de aquél, pero cuya autenticidad no merece plenas garantías a su sentido crítico, o quizás ya se discutía. Es el famoso «testimonium flavianum». Todos coinciden en que Eusebio cita el texto tal como lo encontró en los mss. de Josefo que utilizó. Nadie puso en duda su autenticidad hasta el siglo xvi. Desde entonces, sobre todo en el presente siglo, se ha examinado y discutido a fondo el pasaje en cuestión, y la bibliografía se ha multiplicado; basta repasar la que recoge L. H. Feldmann en el Apéndice K de su edición de rlavio Josefo (Ant. Jud. XVIII-Xa, t.9, Londres 1965). Tres son, en definitiva, las posturas: 1) el pasaje entero es auténtico, puesto que aparece en todos los mss. de Josefo y lo reproduce literalmente Eusebio en el s. IV: F. L. Burkitt (1913) y A. V. Harnack (1913); 2) el pasaje entero es interpolación cristiana, pues contiene expresiones impensables en Josefo, que, según Orígenes, no creía que Jesús fuese el mesías: Β. Niese (1893), E. Schürer (1901), E. Norden (1913), J. Juste (1914), E. Meyer (1021), S. Zeitlin (para quien el interpolador podría ser el propio Eusebio; 1927), etc.; y 3) el pasaje es auténtico en su mayor parte, con sólo alguna alteración textual; tres razones principales: a) el lenguaje es genuinamente flaviniano; b) la cita de Orígenes muestra bien que por lo menos en su ejemplar josefino se hablaba de Jesús, y c) ningún autor de los siglos ni y iv caracterizaría a Jesús con la terminología del pasaje, muy arcaica; así piensa un número de autores cada vez mayor: A. Pelletier (1964), L. H. Feldmann (1965), H. St. J. Thackeray (1967), P. Winter (1968), A.-M. Dubarle (1973), D. S. Wallace-Hadrill (1074), E. Bammel (1974), O. Betz (1982), E. Nodet (1085), G. H. Twelvetree (1985), G. Vermes (1987)... Las alteraciones textuales podrían deberse al mismo Josefo en una segunda edición ae la obra, en circunstancias distintas de la primera: cfr. P. Garnet, If the <

172 Josefo, AI 18 (3,3) 63-64; cf. Eusebio, DE 3,3,105-106; Theoph. 5,44.

Cap. 12
[De los discípulos de nuestro Salvador]

1 De los apóstoles del Salvador, al menos el nombre aparece claro para todos en los evangelios 173. De los setenta discípulos, en cambio, por ninguna parte aparece lista alguna; sin embargo, se dice al menos que Bernabé era uno de ellos 174: de él hacen mención especial los Hechos de los Apóstoles 175, igual que Pablo cuando escribe a los Gálatas 176. Dicen además que también era uno de ellos Sostenes, el que escribe con Pablo a los Corintios 177.

2 La referencia se encuentra en Clemente, en el libro V de las Hypotyposeis, en el cual afirma que también Cefas—del que Pablo dice: Pero cuando Cefas vino a Antioquía, me enfrenté con él178—, era uno de los setenta discípulos y que su homonimia con el apóstol Pedro era casual179.

3 Y un documento enseña 180 que también Matías—el que fue añadido a la lista de los apóstoles en sustitución de Judas—y el otro que tuvo el honor de entrar con él a suertes fueron dignos de la misma llamada de entre los setenta 181. Se dice 182 además que también era uno de ellos Tadeo, del cual ha llegado hasta nosotros un relato que voy a exponer en seguida 183.

4 Pero, si bien lo consideras, encontrarás que los discípulos del Salvador fueron muchos más que los setenta, atendiendo al testimonio de Pablo, quien dice que, después de su resurrección de entre los muertos, se apareció primero a Cefas, luego a los doce y, después de éstos, a más de quinientos hermanos juntos, de los cuales afirmaba que algunos habían muerto, pero que la mayor parte aún vivía por el tiempo en que él escribía estas cosas 184.

5 Después dice que se apareció a Santiago. Ahora bien, éste era también uno de los mencionados hermanos del Salvador. Y luego, como quiera que, aparte de los dichos, los apóstoles a imagen de los Doce eran muchos más—el mismo Pablo lo era—, prosigue diciendo: después se apareció a todos los apóstoles.
Sobre el tema, baste lo dicho.

Notas:

173 Mt 10,2-4; Me 3,16-19; Le 6,14-16.

174 Clemente de Alejandría, Stromat. 2,20,16; Hypotyp. 7: infra II 1,4.

175 Act 4,36; 9,27; 11,22-30; 12,25; 13-15·

176 Gál 2,1.9.13.

177 1 Cor 1,1.

178 Gál 2,11. cf. D. S. Wallace-HadRILL, Christian Antioch. A Study of early Christian thought in the Eart (Cambridge 1982).

179 Fragm. 4. Ya en la Epistula Apostolorum 2 (Hennecke, i p.128) se distingue a Cefas de Pedro, aunque los dos forman parte de los Doce; cf. L. Guerrier, Le Testament en g ali· lée de N. S. J. C. 13; P. O. XI 3 p.188 [483]. La causa de esta distinción era, sin duda, el afán de evitar que la disputa aludida en Gál 2,11 se entendiera de los dos principes de los apóstoles, Pedro y Pablo.

180 Eusebio utiliza generalmente la expresión λόγος κατέχει cuando se apoya en una tradición recogida en un documento escrito. Este es el sentido que daremos a las expresiones «es tradición», «una tradición dice», etc., con que traduciremos dicha expresión.

181 Act 1,23-26.

182 Se dice, φάσΐ: expresa lo referido de oídas, sin apoyo documental; es la expresión contrapuesta a λόγος κατέχει; cf. supra nota 180.

183 para Mt 10,3 y Me 3,14.18, Tadeo es uno de los Doce, mientras que, en la lista de Lucas, no aparece. El relato al que Eusebio alude responde a una tradición anónima, que confunde a Tadeo con Adeo; cf. infra I3,4ss. La distinción inequívoca entre un Tadeo apóstol y otro discípulo vendrá más tarde; cf. Hennecke, 2 p.32.

184 1 Cor 15,5-7·

Cap. 13
[Relato sobre el rey de Edesa]

1 El relato acerca de Tadeo 185 es como sigue. La fama de la divinidad de nuestro Señor y Salvador Jesucristo, a causa de su poder milagroso, alcanzó a todos los hombres y, con la esperanza de la curación de sus enfermedades y dolencias de toda especie, atraía a innumerables gentes que habitaban incluso en el extranjero, muy lejos de Judea.

2 En estas circunstancias se hallaba el rey Abgaro 186, que reinaba excelentemente sobre las gentes de más allá del Eufrates y tenía su cuerpo destrozado por una enfermedad terrible e incurable para el humano poder. Así que llegaron a él noticias insistentes sobre el nombre de Jesús y los milagros unánimemente atestiguados por todos, se convirtió en suplicante suyo enviándole un propio con una carta en la que pedía verse libre de la enfermedad.

3 Pero Jesús no atendió por entonces a su llamada. Sin embargo, le hizo el honor de una carta de su puño y letra en la que prometía enviarle uno de sus discípulos que le curaría de la enfermedad y al mismo tiempo le llevaría la salvación para él y para todos los suyos.

4 No pasó mucho tiempo sin que Jesús cumpliera su promesa. Después de su resurrección de entre los muertos y de su ascensión a los cielos, Tomás, uno de los doce apóstoles, movido por Dios, envió a la región de Edesa a Tadeo 187—que también se contaba en el número de los setenta discípulos de Cristo—como heraldo y evangelista de la doctrina de Cristo, y por su medio se cumplió lo que el Salvador tenía prometido.

5 Tienes de todo esto testimonio escrito, sacado de los archivos de Edesa, que en aquel entonces era la corte. En los documentos públicos que en ellos se guardan y que contienen los hechos antiguos y de los tiempos de Abgaro, se encuentra también dicho testimonio 188, conservado hasta hoy desde entonces. Pero nada mejor que escuchar las cartas mismas que hemos sacado de los archivos y que, traducidas del siríaco 189, dicen textualmente como sigue:

6 «Abgaro Ucama 190, toparca, a Jesús, el buen salvador que ha aparecido en la región de Jerusalén, salud:
»Han llegado a mis oídos noticias acerca de tu persona y de tus curaciones, que, al parecer, realizas sin emplear medicinas ni hierbas 191, pues, por lo que se cuenta, haces que los ciegos recobren la vista y que anden los cojos; limpias a los leprosos y arrojas espíritus impuros y demonios; curas a los que están atormentados por larga enfermedad y resucitas muertos 192.

Copia de la carta escrita por Abgaro, toparca, a Jesús y enviada a Jerusalén por el correo Ananías

7 »Y yo, al oír todo esto de ti, me he puesto a pensar que una de dos: o eres Dios, que, bajando personalmente del cielo, realizas estas maravillas, o eres hijo de Dios, ya que tales obras haces.

8 »Este es, pues, el motivo de escribirte rogándote que te apresures a venir hasta mí y curarme del mal que me aqueja. Porque además he oído que los judíos andan murmurando contra ti y quieren hacerte mal. Pequeñísima es mi ciudad, pero digna, y bastará para los dos» 193.

9 Esta es la carta que Abgaro escribió, iluminado entonces por un poco de luz divina. Pero bueno será que escuchemos la carta que al mismo envió Jesús por el mismo correo, carta de pocas líneas, pero de mucha fuerza, cuyo tenor es como sigue 194:

Respuesta de Jesús a Abgaro, toparca, por medio del correo Ananías

10 «Dichoso tú, que has creído en mi sin haberme visto 195. Porque de mí está escrito que los que me han visto no creerán en mí, y que aquellos que no me han visto creerán y tendrán vida 196. Mas, acerca de lo que me escribes de llegarme hasta ti, es necesario que yo cumpla aquí por entero mi misión y que, después de haberla consumado, suba de nuevo al que me envió 197. Cuando haya subido, te mandaré alguno de mis discípulos, que sanará tu dolencia y os dará vida a ti y a los tuyos».

11 A estas cartas iba todavía unido, en siríaco, lo siguiente:
«Después de la ascensión de Jesús, Judas, llamado también Tomás 198, le envió como apóstol a Tadeo, uno de los setenta, el cual llegó y se hospedó en casa de Tobías, hijo de Tobías. Cuando corrió el rumor acerca de él, avisaron a Abgaro de que había llegado allí un apóstol de Jesús, como se lo había escrito en la carta.

12 »Comenzó, pues, Tadeo, con el poder de Dios 199, a curar toda enfermedad y flaqueza, hasta el punto de que todos se admiraban 200. Mas, cuando Abgaro oyó hablar de los portentos y maravillas que obraba y de que también curaba, entró en sospechas de si sería éste el mismo del cual Jesús le hablaba en la carta, allí donde decía: Cuando yo haya subido, te mandaré alguno de mis discípulos, que sanará tu dolencia.

13 »Hizo, pues, llamar a Tobías, en cuya casa se hospedaba, y le dijo: He oído decir que ha venido cierto hombre poderoso y que se aloja en tu casa. Tráemelo. Se fue Tobías a estar conTadeo y le dijo: El toparca Abgaro me mandó llamar y me dijo que te llevara hasta él para que le cures; y Tadeo le respondió: Subiré, puesto que he sido enviado a él con poder.

14 »Al día siguiente, Tobías madrugó y, tomando consigo a Tadeo, se fue ante Abgaro. Entró Tadeo, estando allí presentes de pie los magnates del rey, y al instante de hacer él su entrada, una gran visión se le apareció a Abgaro en el rostro del apóstol Tadeo. Al verla, Abgaro se prosternó ante Tadeo, dejando en suspenso a todos los que le rodeaban, pues ellos no habían contemplado la visión, que sólo se mostró a Abgaro 201.

15 »Este preguntó a Tadeo: ¿De verdad eres tú discípulo de Jesús, el hijo de Dios, el que me tiene dicho: te mandaré alguno de mis discípulos que te curará y te dará vida? Y Tadeo respondió: Porque es muy grande tu fe en el que me envió, por esto he sido yo enviado a ti. Y si todavía crees en él, según la fe que tengas así verás cumplidas las peticiones de tu corazón 202.

16 »Y Abgaro le replicó: De tal manera creí en él, que llegué a querer tomar un ejército y aniquilar a los judíos que lo crucificaron, de no haberme hecho desistir el miedo al Imperio romano
Y Tadeo le dijo: Nuestro Señor ha cumplido la voluntad del Padre y, una vez cumplida, subió al Padre.

17 »Díjo!e Abgaro: También yo he creído en él y en su Padre
Y Tadeo dijo: Por esto voy a poner mi mano sobre ti en su nombre.
Y así que lo hubo hecho, al punto quedó curado el rey de la enfermedad y de la dolencia que tenía.

18 »Y Abgaro se maravilló de que tal como él tenía oído decir acerca de Jesús, así lo acababa de experimentar de hecho por obra de su discípulo Tadeo, el cual, sin fármacos ni hierbas, le había curado. Y no sólo a él, sino también a Abdón, hijo de Abdón, que sufría de gota y que, acercándose también a Tadeo, cayó a sus pies, suplicó con sus manos y fue curado. Y a muchos otros conciudadanos curó Tadeo, obrando maravillas y proclamando la palabra de Dios.

19 »Después de esto, dijo Abgaro: Tadeo, tú haces estos milagros con el poder de Dios, y nosotros hemos quedado maravillados. Pero yo te ruego que además nos des alguna explicación sobre la venida de Jesús, cómo fue, y también sobre su poder: en virtud de qué poder 203 obraba él los portentos de que yo he oído hablar.

20 »Y Tadeo respondió: Ahora guardaré silencio. Pero mañana, puesto que fui enviado para predicar la palabra, convoca en asamblea a todos tus ciudadanos, y yo predicaré delante de ellos, y en ellos sembraré 204 la palabra de vida: sobre la venida de Jesús: cómo fue; y sobre su misión: por qué razón el Padre lo envió; y acerca de su poder, de sus obras y de los misterios de que habló en el mundo: en virtud de qué poder realizaba esto; y acerca de la novedad de su mensaje, de su pequeñez y de su humillación: cómo se humilló 205 a sí mismo deponiendo y empequeñeciendo su divinidad, y cómo fue crucificado y descendió ai hades e hizo saltar el cerrojo que desde siempre seguía intacto y resucitó muertos, y cómo, habiendo bajado solo, subió a su Padre con una gran muchedumbre 206.

21 »Mandó, pues, Abgaro, que al alba se reunieran todos sus ciudadanos y que escucharan la predicación de Tadeo, y luego ordenó que se le diese oro y plata sin acuñar. Pero él no lo aceptó y dijo: Si hemos dejado lo nuestro, ¿cómo habíamos de tomar lo ajeno?
»Ocurría esto el año 340 207».

22 Baste por el momento con este relato, que no será inútil, traducido literalmente de la lengua siríaca.

Notas:

185 Cf. supra 12,3.

186 Por el encabezamiento de la carta, infra § 6, vemos que se trata de Abgaro el Negro, o Abgaro V, que reinó dos veces: del año 4 a. C. al 7 d. C., y nuevamente del 13 al 50. El relato hace de él el primer rey cristiano de Edesa, que en realidad fue Abgaro IX, cuyo reinado transcurre entre 179 y 216. Esta fecha (cf. Chronic, ad annum 218: HELM p.214. donde Eusebio sigue a Africano) explica el afán de la Iglesia de Edesa por encontrar un origen apostólico. Así nació la leyenda cuyo relato y documentación epistolar, reunidos por Eusebio, debieron de ser compuestos a fines del siglo II o principios del III; cf. J. Tixeront, Les origines de l'Église d'Édesse et la légende d'Abgar (Paris 1888); R. Duval, Histoire politique et littéraire d'Edesse (Paris 1892); I. Ortiz de Urbina, Le origini del cristianesimo in Edesa: Gregorianum 15 (i934) 82-91; E. Kirsten, Edessa: RAC 4 (1958) col.552-597; A. F. J. Klijn, Edessa, die Stadt des Apostels Thomas. Das älteste Christentum in Syrien: Neukirchener Studienbücher 4 (Neukirchen 1965). L. W. Barnard (The Origins and Emergence of the Church in Edessa during the first two Centuries A. D.: VigCh 22 [1968] 161-175) da una visión nueva de estos orígenes, en un ambiente judío relacionado estrechamente con el sectarismo pales-tinense, cuyo tipo de ascesis marca a la Iglesia de Edesa en su desarrollo hasta los tiempos de Afraates; cf. también H. J. W. Drijvers, Jews and Christians at Edessa: Journal of Jewish Studies 36 (1985) 88-101.

187 Cf. supra 12,3. La leyenda aquí recogida, por una confusión de nombres, sin duda voluntaria, para asegurar el origen apostólico del cristianismo edesano, ha hecho que Tadeo (=ΘαδδαΙον) suplante a Adeo (= Addai), nombre del personaje histórico que en la segunda mitad del siglo 11 evangelizó la zona de Osroene, y parece ser el verdadero apóstol de Edesa. F. C. Burkitt, Tatiaris Diatessaron and the Dutch Harmonies: JTS 25 (1924) 113-130, va más lejos: ve en «Addai» la única forma conocida siríaca del nombre de Taciano, autor del Diatésaron (cf. infra IV 29,6) que, según la Doctrinä Addai 34 (cf. infra § 5), fue introducido en Edesa por «Addai», precisamente en la época en que Taciano dejó Roma y marchó a Mesopotamia; Tadeo, pues, sería en realidad Taciano.

188 Eusebio va a citar solamente algunos pasajes de esos «documentos públicos». Estos pasajes los hallamos también en siríaco, pero más ampliados, debido sobre todo a interpolaciones, en la obra conocida por Doctrina Addai, que, en su estado actual, remonta al año 400 (cf. B. Altaner-A. Stuiber, Patrologie [Friburgo-Brisg. 1966] p.139), el texto siríaco completo lo publicó, con traducción inglesa, G. Philipps, The Doctrine of Addai the Apotle (Londres 1876). Tanto los documentos de Eusebio como la Doctrina Addai parecen depender de una fuente anterior; cf. R. Peppermueller, Griechische Papyrusfragmente der Doctrina Addai (P. Kairo 10736 und Oxford Bodl. Ms. g. b ι) : VigCh 25 (1971) 289-301.

189 Lo más seguro es que no las tradujera Eusebio; tampoco está claro si las tomó él mismo o se las tomaron (ήμΐν = por nosotros y para nosotros) de los archivos de Edesa, aunque también cabe la posibilidad de que las encontrase ya tal cual en alguna traducción griega independiente de él, y no hizo más que copiarlas. Lo que sí parece probable es que dichos documentos se hallaban en los archivos de Edesa, si tenemos en cuenta el afán de esta iglesia por hacer remontar su origen a los mismos apóstoles; cf. A. Desreumaux, La Doctrine d'Addai. Essai de classement des témoins Syriaques et Grecs: Augustinianum 13 (1983) 181-186.

190 Abgaro el Negro.

191 Cf. Mt 8,8.

192 Cf. Mt 11,5; Le 7,22. En esta combinación de los dos sinópticos omite la predicación del Evangelio a los pobres, como hace el Diatésaron, que muy probablemente fue la verdadera fuente del forjador siríaco de la carta; cf. supra nota 187.

193 Cf. Eel 9,14; Gen 19,20.

194 El párrafo 9 lo darán sólo los mss. ERBD; los demás lo omiten; en LS parece interpolación.

195 Cf. Jn 20,29.

196 Cf. Rçsch, Agrapha n.103; Is 6,9-10; Mt 13,14-17; Jn 12,39-41; Act 28,26-27.

197 Cf. Act i,2ss; Jn 16,5.

198 Esta aclaración, que no está en el siríaco, seguramente es interpolación del traductor griego. En la tradición siríaca, Tomás el Mellizo aparece casi siempre como Judas Tomás (cf. Hennecke, 2 p.298). La insistencia en su título de apóstol de Jesús deja traslucir bien claramente las intenciones del autor siriaco.

199 Mt 4,23; 9,35; 10,1.

200 Cf. Mt 21,15; Me 5,20.

201 Cf. Act 9.7-

202 Cf. Mt 8,13; Me 9,23; Sal 37,4.

203 Cf. Mt 21,23.

204 Cf. Mt 13,19; Le 8,12.

205 Flp 2,8.

206 1 Pe 3,19; Evangelium Petri 41: ed. A. De Santos Otero, Los Evangelios apócrifos: BAC 148 (Madrid 21963) p.390; San Ignacio de Antioquía, Kfagn. 9,2; Ps.-Ignacio, Trail. 9,2; San Justino, Dial. 72.

207 Es decir, el año 28-29 d. C. La fecha del texto sigue la era seléucida, que comienza el 1 de octubre del año 312 a. C. y que recibe también los nombres de era de los griegos y era de Alejandro (por suponer su punto de partida en la muerte de Alejandro IV, año 311a. C.).

 

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