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«Mira que estoy a la puerta y llamo,
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formación, reflexión y amistad en la fe, con una mirada católica ~ en línea desde el 20 de junio de 2003 ~
Documentación: Pseudo-Clemente II: Epístola sobre la Virginidad II
Versiones en castellano impresas utilizadas: Padres Apostólicos y Apologistas Griegos (S. II). Introducción, notas y versión española por Daniel Ruiz Bueno, Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 2002, pp. 215 ss. (BAC 629); y: Las vírgenes cristianas de la Iglesia primitiva. [...]

Estudio histórico - ideológico seguido de una Antología de tratados patrísticos sobre la virginidad, Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 1949, pp. 989 ss. (BAC 45). Para los subtítulos, referencias bíblicas y algunas correcciones, seguimos asimismo la versión francesa publicada en Lettre de Ligugé, nº 242 (1987), pp. 9 ss.
La versión que publicamos proviene del sitio del Monasterio Benedictino de Santa María de los Toldos (ver link)


Fuentes: CPG 1004

Sitios de internet para hallar la obra:
»» www.monasterio.org.ar: texto fuente

Otras obras del autor: Epístola sobre la Virginidad I

Reglas que se imponen los ascetas compatriotas del autor

I. Quiero, hermanos, que sepan cuál es, en las regiones en que habitamos, nuestro género de vida en Cristo, que es también el de todos los hermanos; y si les agradare en el temor de Dios (cf. 2 Tm 3,12), también ustedes instituyan de ese modo su vida en el Señor.

2. Nosotros, con la ayuda de Dios, nos portamos de esta manera: no habitamos con las vírgenes, ni tenemos nada en común con ellas; con las vírgenes, ni comemos ni bebemos, y donde duerme una virgen, no dormimos nosotros. No nos lavan los pies las mujeres, ni nos ungen con perfume, y no dormimos jamás donde duerme una muchacha no casada o consagrada a Dios; y si en algún otro lugar se halla ésta cristiana sola, no pernoctamos siquiera allí.

3. Si sucede que el tiempo nos sorprende en algún lugar, en el campo o en una ciudad o en un pueblo o en una villa o doquiera, en fin, que estemos, y en aquel lugar se encuentran hermanos, entonces entramos en casa de algún hermano, y allí convocamos a todos los hermanos e intercambiamos con ellos pláticas confirmativas y exhortativas; y los que entre nosotros son elocuentes les dirigen palabras sobrias y severas, palabras llenas de gravedad, enérgicas y plenas de discreción en el temor de Dios y los exhortan a que obren en toda cosa según el beneplácito de Dios y a que progresen y adelanten en las buenas obras y que por ninguna cosa estén solícitos (Flp 4,6), como conviene y es justo al pueblo de Dios.

En casa del hermano asceta

II. Ahora bien, si sucede que mientras estamos aún lejos de nuestras casas y de nuestros parientes, cae el día y el tiempo de la tarde se nos echa encima y nos obligan los hermanos, por caridad fraterna y espíritu de hospitalidad, a permanecer entre ellos a fin de celebrar en su compañía vigilias, y que oigan la palabra santa de Dios, que hagan la ofrenda y se alimenten de las palabras del Señor para acordarse de ellas, y nos ofrecen pan y agua o lo que Dios hubiere preparado, y si nosotros aceptamos la invitación y consentimos en pernoctar en su compañía; entonces, si hay en aquel lugar algún asceta, entramos en su casa y allí nos hospedamos.

2. Y aquel hermano debe prepararnos cuanto nos sea necesario, y él nos sirve, nos lava los pies, nos unge con ungüento, nos hace la cama, para que gocemos del sueño en la confianza de Dios. Todo esto debe hacer por sí mismo el hermano asceta del lugar en que nos hospedamos.

3. Asimismo, este hermano servirá -pero juntamente con él servirán también cada uno de los hermanos que hay en aquel lugar- todo lo que a los hermanos fuere necesario. Pero entre nosotros no puede entonces estar allí mujer alguna, sea adolescente, sea casada, ni anciana ni consagrada a Dios, ni criada alguna, lo mismo si es pagana que cristiana, sino solamente pueden estar varones con varones.

4. Ahora bien, si vemos que se nos requiere para que nos quedemos y oremos por causa de las mujeres, y que dirijamos palabras de exhortación y edificación, convocamos a los hermanos y a todas las hermanas consagradas, vírgenes y a todas las mujeres que hay allí, para que con toda modestia y decoro se reúnan para gustar las delicias de la verdad. Entonces, los que de entre nosotros saben hablar, predicamos un sermón y les exhortamos con las palabras que Dios nos inspira.

5. Después de esto, hacemos oraciones y nos damos el ósculo de paz entre los hombres. Las mujeres, empero, y las vírgenes deben envolver sus manos con sus mantos, y allí también nosotros, modestamente y con todo recato, los ojos elevados (al cielo), recatadamente y con todo pudor envolveremos nuestra diestra en nuestros mantos; y entonces pueden acercarse las mujeres y darnos el ósculo de paz sobre nuestra mano derecha, envuelta en nuestros mantos. Tras esto, vamos allí donde Dios nos concediere ir.

Caso particular en que todos son casados en un lugar

III. Ahora bien, si venimos a parar a un lugar donde no hay ningún hermano consagrado a Dios, sino que todos están unidos por matrimonio, todos los que allí residen deben recibir al hermano que viene a ellos y servirle y tener cuidado de él en todo con empeño y pronta voluntad.

2. Así pues, aquel hermano debe ser servido, como conviene, por ellos; y el hermano debe, por su parte, decir a los casados que hay en aquel lugar: "Nosotros, que estamos consagrados a Dios, no comemos ni bebemos con mujeres, ni nos sirven mujeres o vírgenes, ni nos lavan los pies las mujeres, ni nos ungen ni nos hacen la cama mujeres, ni dormimos allí donde duermen mujeres, a fin de ser irreprensibles en todas las cosas, y que nadie tropiece o se escandalice por causa nuestra; y cuando todo esto hacemos, a nadie escandalizamos (1 Co 10,32; 2 Co 6,3). Como hombres, pues, que sabemos del temor del Señor, buscamos persuadir a los hombres; pero ante Dios estamos al descubierto (2 Co 5,11).

Lugar en el que sólo haya mujeres

IV. Pero si sucede que venimos a dar en un lugar donde no hay varón alguno cristiano, sino que todos son mujeres y niñas cristianas, y ellas nos compelen a pernoctar allá, nosotros las convocamos a todas en lugar conveniente y les preguntamos qué hacen, y según lo que de ellas sabemos y la disposición de ánimo en que las vemos, tenemos decentemente plática con ellas, como hombres que temen a Dios.

2. Y cuando todas están reunidas, han llegado y vemos que están en paz, les dirigimos palabras exhortativas en el temor de Dios, les leemos la Escritura con pudor y con palabras piadosas, severas y llenas de gravedad, con bondad y seriedad. Todo lo hacemos para su edificación y confirmación. Y respecto a aquellas que están unidas por matrimonio, les hablamos en el Señor de la manera a ellas conveniente.

3. Ahora bien, cuando el día declina y atardece, escogemos para pernoctar la casa de una matrona que sobrepase a todas en edad avanzada y en gravedad de costumbres, a la que pedimos que nos prepare algún lugar retirado, donde no entre mujer ni muchacha joven alguna.

4. Y esta misma mujer anciana debe traernos una lámpara, y ella es la que ha de servirnos todo lo que hubiéremos menester. Por caridad hacia los hermanos, traiga todo lo que es necesario al uso de los hermanos huéspedes; es decir, una anciana que hubiere sido por mucho tiempo aprobada, por recomendación de numerosas personas, que haya educado a sus hijos, recibido a los peregrinos, lavado los pies de los santos (1 Tm 5,10). E incluso, llegado el momento de dormir, esta mujer debe retirarse e irse en paz a su casa.

Lugar en el que haya una sola mujer cristiana

V. Si llegamos a un lugar donde no hay sino una sola mujer cristiana, y no se encuentre allí cristiano alguno, sino esta sola mujer, no nos paramos en aquel lugar, ni hacemos allí oraciones, ni leemos las Escrituras, sino que huimos de allí como a la vista de una serpiente o como a la vista de un pecado (cf. Si 21,2).

2. Y no hacemos esto porque despreciemos a aquella mujer cristiana -¡lejos de nosotros tener tales disposiciones para con hermanos nuestros en Cristo!-, sino que por estar sola tememos que alguien, con palabras mentirosas, trate quizá de poner sobre nosotros deshonras, pues los corazones de los hombres están vueltos y establecidos en el mal (cf. Gn 6,5).

3. Y para no dar ocasión a los que quisieran tomarla contra nosotros y hablar mal de nosotros, y para no ser tropiezo a nadie, por eso cortamos toda ocasión a quienes quisieran tomar ocasión contra nosotros (2 Co 11,12); por eso nos precavemos para no servir a nadie de tropiezo, ni a Judíos ni a gentiles, ni a la Iglesia de Dios; no buscamos sólo lo que a nosotros aprovecha, sino lo que es provechoso para muchos, a fin que se salven (1 Co 10,32s.; cf. 2 Co 6,3); porque nada nos ayuda que alguien se escandalicé por causa nuestra.

4. Pongamos, pues, en todo tiempo diligente cautela en no sacudir a nuestros hermanos y turbar su conciencia por haberles escandalizado (cf. 1 Co 8,12). Porque si por motivo de la comida, nuestro hermano se contrista o se ofende o flaquea o se escandaliza, "ya no andamos según el amor de Dios. Por causa de la comida, pierdes tú a aquel por quien murió Cristo" (Rm 14,15). "Mientras así pecan contra sus hermanos, hiriendo sus conciencias débiles, contra Cristo mismo pecan. Si por motivo de la comida se escandaliza mi hermano" -digamos nosotros fieles de Cristo-, "no comeremos carne jamás, para no escandalizar a nuestro hermano" (1 Co 8,12-13).

5. Así, efectivamente, se porta todo el que ama verdaderamente a Dios, todo el que verdaderamente lleva su cruz (Mt 16,14) y "se reviste de Cristo y ama a su prójimo" (Mt 16,14; Rm 13,14; Ga 3,27; Mt 5,43s.); el que se cuida de que nadie se escandalice y muera por verle asiduamente con muchachas jóvenes y que habita con ellas, cosa que no está permitida, para destrucción de quienes esto ven y oyen.

6. Esta manera de obrar mala es escandalosa, peligrosa y mortífera, cosa que no conviene a los cristianos. "Bienaventurado, empero, aquel que, por guardar la castidad, es en toda cosa cauto y temeroso" (Pr 28,14).

Cómo debe comportarse el hombre religioso en lugares de gentiles

VI. Pero si sucediere que vamos a un lugar donde no hay cristianos y nos es necesario permanecer allí por algunos días, "seamos sabios como las serpientes y sencillos como las palomas" (Mt 10,16); y no procedamos como necios, sino como sabios (Rm 12,2), con toda disciplina y piedad, para que Dios sea glorificado, por medio de nuestro Señor Jesucristo (1 P 4,11), gracias a nuestra disciplina piadosa y nuestra conducta sincera.

2. "Ya sea que comamos, ya que bebamos o hagamos otra cualquier cosa, hagámoslo para gloria de Dios" (1 Co 10,31). Para que "todos los que nos vieren, reconozcan que somos estirpe bendecida y santa, e hijos del Dios viviente" (Is 61,9; Os 1,01; Rm 9,26; cf. Flp 2,15), en toda palabra nuestra, en el pudor, en la bondad, en la conducta, en la vigilancia. Como quiera que ni hemos de imitar en cosa alguna a los gentiles; ni como creyentes seamos semejantes a los hijos de los hombres, sino en toda cosa ajenos a los impíos.

3. "No arrojemos lo santo a los perros, ni las perlas a los cerdos" (Mt 7,6), sino que celebramos las alabanzas de Dios con perfecta disciplina, con toda prudencia, con perfecto temor de Dios y atención espiritual. El culto sagrado no lo ejercemos allí donde se embriagan los gentiles y, en su impiedad, con palabras impuras blasfeman en sus banquetes. De ahí que no cantamos salmos a los gentiles ni les leemos las Escrituras, para no ser semejantes a los flautistas o a los cantores o a los histriones, como muchos que así obran y practican estas cosas para hartarse con un bocado de pan, y por un poco de vino van a "cantar los cánticos del Señor en tierra extranjera" (Sal 136,4) de gentiles y hacen lo que no es lícito.

4. Ustedes, hermanos, no lo obren de esa manera; les rogamos, hermanos, que no se hagan estas cosas entre ustedes, sino depongan a aquellos que así quieren portarse torpe y abyectamente. No conviene, hermanos, que se hagan estas cosas así. Les rogamos, hermanos de nuestra justicia, obren como nosotros lo hacemos, es decir, para ejemplo santo de los que ya han creído, corno de los que en adelante han de creer.

5. Seamos del rebaño de Cristo, adornados por una justicia perfecta, de costumbres santísimas e integrísimas, portándonos con rectitud y santidad, cual conviene a los creyentes, y siguiendo aquellas cosas que son laudables, castas y venerables, lo que es virtuoso, digno de alabanza y de honra (Flp 4,8); y cuanto es de utilidad, a lo que es ya costumbre, eríjanlo en norma de vida. Porque ustedes son nuestro gozo y nuestra corona, nuestra esperanza y nuestra vida, si están firmes en el Señor (Flp 4,1). Sean verdaderamente fieles y rectos en toda circunstancia en el Señor. Amén.

Ejemplos bíblicos

VII Consideremos ahora, hermanos, y veamos cómo se hayan portado todos los padres justos durante todo el tiempo de su peregrinación; investiguemos e inquirámoslo desde la Ley al Nuevo Testamento.

2. Hermoso es también y útil que sepamos cuántos y cuáles varones hayan perecido por causa de las mujeres, e igualmente cuántas y cuáles mujeres hayan perecido por los varones, a causa de la asiduidad de trato mutuo de que usaron.

3. Ahora, pues, indicaré cuántos varones valiosos moraron con varones todo el tiempo de su vida, y perseveraron hasta el fin juntos, en una conducta casta de modo irreprochable.

Ejemplo de José

VIII. Que esto es así, cosa es manifiesta y notoria. Por lo que a José se refiere, varón que fue fiel, prudente, sabio, justo, siempre lleno de un profundo temor (de Dios), ¿no fue así que una mujer deseó libidinosamente la hermosura del que era muy venerable? Y como él se negara a satisfacer el deseo de aquella mujer, ésta, con falso testimonio, arrojó al varón piadoso a suma aflicción y miseria y hasta a peligro de su vida (Gn 39,6-21). Dios, empero, le libró de todos los males que le sobrevinieron por aquella desgraciada mujer (Gn 41,39-45).

2. Ya ven cuántas calamidades acarreó a este varón justo la continua frecuentación física de la mujer egipcia. Así pues, abstengámonos del trato con las mujeres o adolescentes. Porque esto en modo alguno aprovecha a aquellos que verdaderamente quieren ceñir sus lomos (Lc 12,35; Ef 6,14; etc.). Conviene que amemos a las hermanas con toda castidad y pudor y con continencia espiritual, en el temor de Dios, no permaneciendo largo tiempo con ellas, ni entrando en todo momento adonde ellas (habitan).

Ejemplo de Sansón

IX. ¿No has oído de Sansón Nazireo, de aquel hombre vigoroso, con quien estuvo el espíritu de Dios, (Jc 13,25)? Ahora bien, a aquel varón que era Nazireo y consagrado a Dios, fuerte y robusto, le perdió una mujer (Jc 16,4-21), con su cuerpo desgraciado y su deseo ilícito. ¿Es que acaso eres tú tal como aquél? Conócete a ti mismo y conoce tu medida. "La mujer casada anda a la caza de almas preciosas" (Pr 6,26). Por eso, a nadie absolutamente permitimos que more en casa de una mujer, y mucho menos que nadie cohabite con una virgen consagrada a Dios, o duerma donde ella duerme, o la trate asiduamente. Porque esto es cosa que han de rechazar y detestar los que temen a Dios.

Ejemplo de David

X. ¿Acaso no te instruye lo que le aconteció a David, a quien Dios halló varón conforme a su corazón (Hch 13,22; cf. 1 S 13,14; Sal 88,21), hombre fiel, perfecto, santo, firme? En qué males no cayó al mirar detenidamente la belleza de cierta mujer, digo, de Betsabé. El santo vio a esta mujer cuando se bañaba y realmente quedó preso del deseo de su belleza.

2. Adviertan ahora cuán grandes males no hizo David por causa de aquella mujer (2 S 11,2-5). No sólo pecó contra Dios, cometiendo adulterio, sino que dio orden de que se diera muerte a su marido (2 S 11,14-18). Ya ven cuántos malos engaños tramó y llevó a cabo, y por el deseo de esta mujer cometió un homicidio David, que fue llamado "el ungido del Señor" (2 S 19,21; Sal 18[17],51).

3. Considerémonos advertidos, para no desear. Porque si tales y tan grandes varones fueron cautivados por las mujeres, nosotros que quedamos sin fuerzas después de su caída y caminamos entre trampas (Si 9,13), ¿cómo podremos escapar? ¿Cuál es tu fuerza o quién eres tú entre los santos, para que día y noche trates con las mujeres o las adolescentes, entre muchos juegos, y sin temor de Dios?

4. No obremos así, hermanos, no obremos así, según la caída de ellos, sino acordémonos de aquel dicho acerca de la mujer, en que fue dicho: "Las manos de ella tienden trampas y su corazón despliega redes; el justo escapará de ella, pero el impío caerá en sus manos" (Qo 7,27). Así pues, nosotros, que estamos consagrados, evitemos cohabitar con mujeres consagradas a Dios. Porque este modo de obrar ni es decoroso ni conviene a los servidores de Dios.

Ejemplo de Ammón y Tamar

XI. ¿No has leído la historia de Ammón y Tamar, los hijos de David (2 S 13,1-14)? Ammón deseaba a su hermana, y la violó y no la respetó, por haberla deseado con un deseo vergonzoso. Y se hizo malvado y criminal por el asiduo trato con ella, que no era en el temor de Dios, y obró una infamia en Israel (Gn 34,7; 2 S 13,12).

2. Por lo cual no nos conviene ni es cosa decente conversar con las hermanas entre risas y bromas, sino con todo pudor, castidad y en el temor de Dios.

Salomón

XII. ¿No has leído la historia de Salomón, hijo de David, a quien Dios había dado sabiduría, prudencia y amplitud de espíritu (1 R 5,9), y riquezas y gloria" (1 R 3,13) mayores que a ningún otro de entre los hombres? Pues bien, también éste por las mujeres se perdió y se apartó del Señor (cf. 1 R 11,1-10).

Ejemplo de Susana

XIII. ¿No has leído y aprendido de aquellos viejos que eran jueces, en los días de Susana (Dn 13)? Por ser asiduos en el trato de mujeres se detenían a mirar la ajena hermosura (Si 9,8), y cayeron en el abismo de la concupiscencia y no pudieron mantenerse en la castidad, arrojándose con perversa intención sobre la bienaventurada Susana para violarla. Pero ella en modo alguno cedió a su torpe deseo, sino que invocó a Dios, y Dios la libró de las manos de aquellos viejos inicuos.

2. ¿No debemos, pues, conmovernos y temer ante el hecho de que aquellos viejos, jueces y ancianos del pueblo de Dios, cayeron de su honor por causa de una mujer? Es decir, no se acordaron de lo que está dicho: "No te pares a mirar la hermosura ajena" (Si 9,8s.); o de aquello: "La belleza de la mujer perdió a muchos"; o estotro: "Con mujer casada no te sientes" (Si 9,8-9); o todavía de aquello: "¿Acaso hay alguien que ponga fuego en su seno y no se queme los vestidos?" (Pr 6,27); o de esto: "¿Acaso camina alguien sobre el fuego y no se le queman los pies? Así, nadie que entre (en casa) de una mujer casada estará libre de culpa, y nadie que a ella se acerque escapará" (Pr 6,28s.).

3. Y otra vez dice la Escritura: "No desees la belleza de la mujer, para que no te cautive con sus párpados" (Pr 6,25); y en otra parte: "A la jovencita no la mires detenidamente, para no perecer por deseo de ella; y no seas asiduo con la mujer que canta hermosamente" (Si 9,4s.). Y: "El que piensa que está firme, tenga cuidado de no caer" (1 Co 10,12).

Ejemplo de los profetas

XIV. Mira ahora lo que han dicho las Escrituras acerca de los profetas, aquellos santísimos varones, y de los apóstoles del Señor. Veamos si alguno de ellos fue asiduo con las adolescentes o con las casadas jóvenes o con aquellas viudas que reprueba el Apóstol divino (1 Tm 5,11). Consideremos en el temor de Dios el tenor de vida de aquellos hombres santos.

2. He aquí que de Moisés y Aarón hallamos escrito que obraban y vivían con varones que seguían la misma manera de vida que ellos. Y así también de Josué, hijo de Nun (Ex 33,11). No había con ellos mujer alguna, sino que solos, varones con varones, desempeñaban santamente su ministerio delante de Dios.

3. Y no fue esto solo, sino que enseñaron al pueblo que, cuantas veces se moviera el campamento, cada tribu marchara aparte, y las mujeres separadas con las mujeres, y que éstas marcharan en el extremo del ejército, y los varones aparte también con los varones, según sus tribus (Nm 2,34). Y conforme al mandato de Dios, así marchaban como pueblo sabio, a fin de que no se produjera perturbación alguna por causa de las mujeres cada vez que se movía el campamento. Bella y ordenadamente dispuesto hacían su camino, sin escándalo.

4. He aquí que la Escritura sagrada da testimonio a mis palabras: después que los israelitas pasaron el mar Suph, cantaron Moisés y los hijos de Israel alabanzas al Señor en el desierto, y dijeron: "¡Alabemos al Señor, porque en gran manera es digno de ser alabado!" (Ex 15,1). Y después que Moisés cesó de cantar, entonces María, hermana de Moisés y Aarón, tomó el tamboril en sus manos, y salieron todas las mujeres tras ella (Ex 15,20), y con ella cantaron, mujeres con mujeres aparte, así como hombres con hombres aparte.

5. Además, hallamos igualmente que Eliseo y Giezi y los hijos de los profetas habitaron juntos en el temor de Dios y no tuvieron mujeres que cohabitaran con ellos. Miqueas y todos los profetas hallamos igualmente que habitaron juntos en el temor de Dios.

Ejemplo de nuestro Señor Jesucristo

XV. Y para no alargar demasiado nuestro discurso, ¿qué diremos de nuestro Señor Jesucristo? El Señor mismo tuvo trato asiduo con sus doce apóstoles después que vino al mundo. Y no hizo sólo esto, sino que cuando los enviaba a predicar, los mandaba de dos en dos (Mc 6,7), varones con varones; mujeres, empero, no fueron enviadas con ellos, y ni en el camino ni en casa moraban con mujeres o con adolescentes, y de este modo agradaron en todo momento a Dios.

2. Cuando el mismo Señor Jesucristo estaba hablando aparte con la Samaritana junto al pozo, vinieron sus discípulos y le hallaron conversando con ella, y se admiraron de que Jesús estuviera y hablase con una mujer (Jn 4,27). ¿Acaso no es Él mismo la regla que no puede abolirse y modelo para todo el género humano?

3. Y no es esto sólo, sino que aun después que nuestro Señor hubo resucitado de entre los muertos y vino María al sepulcro, al punto se arrojó a los pies del Señor, y le adoró, y quería retenerle (Mt 28,9s.; Jn 20,11-16). Pero Él le dijo: "No me toques, pues todavía no he subido a mi Padre" (Jn 20,17). ¿No es cosa admirable en el Señor que a María, mujer piadosísima, no le consintiera que le tocara los pies?

4. Sin embargo, tú, en cambio, habitas con mujeres, te haces servir de mujeres y de muchachas jóvenes, duermes donde duermen ellas, te lavan los pies y te ungen con perfume. ¡Ay de este indecoroso proyecto (de vida)! ¡Ay de la decisión imprudente! ¿Tú no te juzgas a ti mismo? ¿Tú, a ti mismo, no te examinas? ¿Tú te desconoces a ti mismo y la medida de tus fuerzas?

5. Estas cosas son seguras; éstas, verdaderas y rectas; éstos son límites que no traspasan (Pr 22,28) los que se comportan rectamente en el Señor. Cierto, muchas santas mujeres sirvieron con sus bienes a los santos, como aquella Sulamita que sirvió a Eliseo (2 R 4); pero ésta no habitaba con él, sino que el profeta habitaba aparte en la casa. Como hubiera muerto el hijo de ésta, quería la mujer arrojarse a los pies del profeta, pero su criado no le permitió hacerlo, sino que la apartó. Pero Eliseo dijo a su servidor: "Déjala, pues su alma está llena de amargura" (2 R 4,27). De ahí, pues, debemos entender la manera de vida de aquellos santos varones.

6. A nuestro Señor Jesucristo, las mujeres le servían con sus bienes (Lc 8,3), pero no habitaban con Él. También a los apóstoles y a Pablo hallamos que les servían mujeres (1 Co 9,5s.), pero ellos no habitaban con ellas, sino que se portaron delante de Dios pudorosa y castamente, sin mancha, y consumaron su carrera y recibieron su corona de manos de Dios todopoderoso (2 Tm 4,7-8).

Conclusión

XVI. Siendo esto así, les pedimos, hermanos en el Señor, que estas disposiciones se observen entre ustedes como entre nosotros, para que tengamos los mismos sentimientos (2 Co 13,11; Flp 2,3; 3,16; etc.); de modo que seamos nosotros uno en ustedes y que ustedes sean uno en nosotros (Jn 17,22s.), y que en todo seamos todos una sola alma y un solo corazón en el Señor (Hch 4,32).

2. Todo el que conoce al Señor nos escucha; pero el que no es de Dios, no nos escucha (Jn 8,47). Aquel que de verdad quiere guardar la castidad, nos escucha; y la virgen que de verdad quiere guardar la virginidad, nos escucha; pero la que no guarda de verdad la castidad, no nos escucha.

3. Por lo demás, pórtense bien en el Señor, y alégrense en el Señor (Flp 4,4) todos los santos. Paz y gozo sea con ustedes de parte de Dios Padre por Jesucristo nuestro Señor. Amén (Rm 1,7).

Fin de la carta segunda de Clemente, discípulo de Pedro.

Sus oraciones nos ayuden. Amén.

 

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