Siete franciscanos españoles, uno austriaco y tres laicos de la Iglesia maronita fueron asesinados por odio a la fe en el convento franciscano de San Pablo, en el barrio cristiano de Bab-Touma, en la capital siria. En el marco de la persecución anticristiana que, desde Líbano se extendió a Siria, muchos cristianos estuvieron en el punto de mira de turbas drusas que arrasaron con todo a su paso.
La noche del 9 al 10 de julio, los franciscanos creyeron que los muros de su convento serían lo suficientemente altos como para protegerlos, pero los radicales consiguieron traspasarlos. Sin perder un segundo, el superior del convento, Manuel Ruiz López, corrió a consumir todas las hostias consagradas del tabernáculo. Allí mismo fue sorprendido por sus asesinos. Le pidieron que abjurara de su fe, pero se negó y, con la cabeza apoyada en el altar, sus verdugos lo decapitaron.
Después asesinarían al resto de frailes y a tres laicos maronitas, que eran hermanos, no sin antes intentar que negaran a Cristo. Ninguno lo hizo. Así, junto al superior, padecieron el martirio, Carmelo Bolta Bañuls, Nicanor Ascanio Soria, Nicolás María Alberca Torres, Pedro Nolasco Soler Méndez, Francisco Pinazo Peñalver y Juan Jacob Fernández. Con ellos, también fueron martirizados el franciscano austriaco Engelbert Kolland y los laicos Francisco, Rafael y Abdel-Mooti Massabki. Sus cuerpos fueron recuperados por los supervivientes y hoy en día su tumba es un importante lugar de oración y devoción para la comunidad cristiana de Damasco.
También han subido a los altares como santos el sacerdote Giuseppe Allamano, fundador del Instituto Misionero de la Consolata; la religiosa Elena Guerra, fundadora de las Oblatas del Espíritu Santo; y Marie-Léonie Paradis, fundadora de la Congregación de las Hermanitas de la Sagrada Familia.
«El servicio es el estilo de vida cristiano»
En su homilía, el Papa Francisco ha recordado que los nuevos santos vivieron como Jesús, buscando el servicio y no el poder o el reconocimiento. «La fe y el apostolado que llevaron a cabo no alimentaron en ellos deseos mundanos ni ansias de poder, sino que, por el contrario, se hicieron servidores de sus hermanos, creativos para hacer el bien, firmes en las dificultades, generosos hasta el final», ha dicho.
Ha insistido además en que «el servicio es el estilo de vida cristiano» que es necesario poner en práctica a diario y que no se puede delegar en otros como si fuéramos «empleados y no testigos».
El Ministro de Presidencia, Félix Bolaños, ha acudido a la ceremonia en representación del gobierno español. También ha asistido el jefe del Estado italiano, Sergio Mattarella, y el vicepresidente de Uganda junto a una nutrida delegación para conmemorar los 60 años de la canonización de los mártires de Uganda.
Paz para el Líbano
Antes de la bendición final, el Papa Francisco ha dirigido el rezo del ángelus. Ha pedido respeto para los indígenas yanomamis, pues Giuseppe Allamano ha sido canonizado gracias a su intercesión en la curación milagrosa de un hombre de esta etnia que fue terriblemente agredido por un jaguar. El Pontífice además ha recordado que este domingo se celebra el DOMUND y ha invitado a sostener a los misioneros «que muchas veces, con gran sacrificio, llevan el anuncio del Evangelio a cada rincón de la tierra». Por último, ha pedido una vez más la paz en «la martirizada Palestina, Israel, Líbano, la martirizada Ucrania, Sudán, Myanmar» y tantos otros pueblos.
Tras la ceremonia, el Pontífice todavía ha encontrado fuerzas para recorrer en papamóvil la plaza de San Pedro y saludar a los miles de fieles que han participado en la canonización.