Salmo 118,89-96: XII (Lamed)
Ant: Yo consulto, Señor, tus leyes, pues con ellas me diste vida.
Tu palabra, Señor, es eterna,
más estable que el cielo;
tu fidelidad de generación en generación,
igual que fundaste la tierra y permanece;
por tu mandamiento subsisten hasta hoy,
porque todo está a tu servicio.
Si tu voluntad no fuera mi delicia,
ya habría perecido en mi desgracia;
jamás olvidaré tus decretos,
pues con ellos me diste vida;
soy tuyo, sálvame,
que yo consulto tus leyes.
Los malvados me esperaban para perderme,
pero yo meditaba tus preceptos;
he visto el límite de todo lo perfecto:
tu mandato se dilata sin término.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
Ant: Yo consulto, Señor, tus leyes, pues con ellas me diste vida.
Salmo 70 - I: Tú, Señor, fuiste mi esperanza desde mi juventud
Ant: Tú, Señor, fuiste mi esperanza desde mi juventud.
A ti, Señor, me acojo:
no quede yo derrotado para siempre;
tú que eres justo, líbrame y ponme a salvo,
inclina a mí tu oído, y sálvame.
Sé tú mi roca de refugio,
el alcázar donde me salve,
porque mi peña y mi alcázar eres tú.
Dios mío, líbrame de la mano perversa,
del puño criminal y violento;
porque tú, Dios mío, fuiste mi esperanza
y mi confianza, Señor, desde mi juventud.
En el vientre materno ya me apoyaba en ti,
en el seno tú me sostenías,
siempre he confiado en ti.
Muchos me miraban como a un milagro,
porque tú eres mi fuerte refugio.
Llena estaba mi boca de tu alabanza
y de tu gloria, todo el día.
No me rechaces ahora en la vejez,
me van faltando las fuerzas, no me abandones;
porque mis enemigos hablan de mí,
los que acechan mi vida celebran consejo;
dicen: "Dios lo ha abandonado;
perseguidlo, agarradlo, que nadie lo defiende."
Dios mío, no te quedes a distancia;
Dios mío, ven aprisa a socorrerme.
Que fracasen y se pierdan
los que atentan contra mi vida,
queden cubiertos de oprobio y vergüenza
los que buscan mi daño.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
Ant: Tú, Señor, fuiste mi esperanza desde mi juventud.
Ant: En la vejez y las canas, no me abandones, Dios mío.
Yo, en cambio, seguiré esperando,
redoblaré tus alabanzas;
mi boca contará tu auxilio,
y todo el día tu salvación.
Contaré tus proezas, Señor mío,
narraré tu victoria, tuya entera.
Dios mío, me instruiste desde mi juventud,
y hasta hoy relato tus maravillas,
ahora, en la vejez y las canas,
no me abandones, Dios mío,
hasta que describa tu brazo
a la nueva generación,
tus proezas y tus victorias excelsas,
las hazañas que realizaste:
Dios mío, ¿quién como tú?
Me hiciste pasar por peligros,
muchos y graves:
de nuevo me darás la vida,
me harás subir de lo hondo de la tierra;
acrecerás mi dignidad,
de nuevo me consolarás;
y yo te daré gracias, Dios mío,
con el arpa, por tu lealtad;
tocaré para ti la cítara,
Santo de Israel;
te aclamarán mis labios, Señor,
mi alma, que tú redimiste;
y mi lengua todo el día
recitará tu auxilio,
porque quedaron derrotados y afrentados
los que buscaban mi daño.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
Ant: En la vejez y las canas, no me abandones, Dios mío.
Oremos:
Oh Dios, Padre lleno de bondad, tú has querido que los hombres trabajáramos de tal forma que, cooperando unos con otros, alcanzáramos éxitos cada vez más logrados; ayúdanos, pues, a vivir en medio de nuestros trabajos sintiéndonos siempre hijos tuyos y hermanos de todos los hombres. Por Jesucristo, nuestro Señor.
Amén.