Rosa entre rosas,
flor de las flores,
Virgen de vírgenes
y Amor de amores.
Rosa en que el Señor
puso su querer,
flor la más hermosa
que se vio nacer,
Virgen que hace dulce
nuestro padecer,
Amor que hace nuestros
sus santos amores.
Rosa entre rosas,
flor de las flores,
Virgen de vírgenes
y Amor de amores.
Gloria a Dios Padre,
gloria a Dios Hijo,
igual por siempre,
gloria al Espíritu. Amén.
o bien:
Ruega por nosotros,
amorosa Madre,
para que tu Hijo
no nos desampare.
De tus ojos penden
las felicidades;
míranos, Señora,
no nos desampares.
Bien veo, Señora,
Madre de mi alma,
que por mis pecados
lágrimas derramas.
Gloria, gloria al Padre,
gloria, gloria al Hijo,
gloria para siempre
igual al Espíritu. Amén.
El hijo de la sunamita
Lectura del segundo libro de los Reyes
2R 4,8-37 (del lecc. par-impar)
En aquellos días, pasó Eliseo un día por Sunén. Vivía allí una mujer principal que le insistió en que se quedase a comer; y, desde entonces, se detenía allí a comer cada vez que pasaba.
Ella dijo a su marido:
«Estoy segura de que es un hombre santo de Dios el que viene siempre a vernos. Construyamos en la terraza una pequeña habitación y pongámosle arriba una cama, una mesa, una silla y una lámpara, para que cuando venga pueda retirarse».
Llegó el día en que Eliseo se acercó por allí y se retiró a la habitación de arriba, donde se acostó, y dijo a Guejazí, su criado:
«Llama a esta sunamita».
La llamó; ella vino y se quedó de pie ante él. Eliseo dijo entonces a su criado:
«Dile: Te has tomado todas estas molestias por nosotros..., ¿qué podemos hacer por ti?; ¿hemos de hablar en tu favor al rey, o al jefe del ejército?».
Respondió ella:
«Yo vivo tranquila entre las gentes de mi pueblo».
Tras irse se preguntó Eliseo:
«¿Qué podemos hacer entonces por ella?».
Respondió Guejazí:
«Por desgracia no tiene hijos y su marido es ya anciano».
Eliseo ordenó que la llamase. La llamó y ella se detuvo a la entrada.
Eliseo le dijo:
«El año próximo, por esta época, tú estarás abrazando un hijo».
Ella respondió:
«No, mi señor, no engañes a tu servidora».
Mas la mujer concibió, dando a luz un niño en el tiempo que le había anticipado Eliseo.
El niño creció y un día fue adonde estaba su padre con los segadores, y se quejó:
«¡Ay, mi cabeza, mi cabeza!».
El padre ordenó a un criado:
«Llévalo a su madre».
El criado tomó al niño y lo llevó a su madre. Estuvo sentado en las rodillas maternas hasta el mediodía y luego murió. Entonces ella lo subió y lo acostó sobre el lecho del hombre de Dios. Cerró la puerta y salió.
Llamó a su marido y le dijo:
«Envíame uno de los criados y una de las burras. Voy corriendo al hombre de Dios y vuelvo».
«¿Por qué vas adonde está él? Hoy no es novilunio ni sábado», preguntó él.
Pero ella se despidió:
«Paz».
Hizo aparejar la burra y dijo a su criado:
«Conduce: en marcha y no me frenes el trote, a no ser que te lo diga».
Marchó, pues, y llegó adonde estaba el hombre de Dios en el monte Carmelo.
Cuando el hombre de Dios la vio a lo lejos, dijo a su criado Guejazí:
«Ahí viene aquella mujer sunamita. Corre a su encuentro y pregúntale: “¿Estás bien? ¿Está bien tu marido? ¿Está bien el niño?”».
Ella respondió:
«Bien».
Pero cuando llegó ante el hombre de Dios, a lo alto del monte, se abrazó a sus pies. Guejazí se acercó para apartarla, pero el hombre de Dios dijo:
«Déjala, porque está pasando una amargura, pero el Señor me lo ha ocultado y no me lo ha manifestado».
Ella exclamó:
«¿Pedí yo acaso un hijo a mi señor? ¿No te dije que no me engañaras?».
Y él mandó a Guejazí:
«Ciñe tu cintura y toma mi bastón en tu mano. Si encuentras a alguien, no lo saludes, y, si alguien te saluda, no le respondas. Ve y coloca mi bastón sobre la cara del niño».
Pero la madre del niño dijo:
«¡Vive Dios! Por tu vida, no te dejaré».
Entonces él se alzó y marchó tras ella.
Llegó Guejazí antes que ellos y colocó el bastón sobre la cara del niño, pero no se escuchaba voz ni respuesta.
Se volvió al encuentro de Eliseo y le dijo:
«El niño no ha despertado».
Eliseo entró en la casa; allí estaba el niño, muerto, acostado en su lecho. Entró, cerró la puerta con ellos dos dentro y oró al Señor. Luego subió al lecho, se tumbó sobre el niño, boca con boca, ojos con ojos, manos con manos. Manteniéndose recostado sobre él la carne del niño iba entrando en calor. Pasado un rato, bajó Eliseo y se puso a caminar por la casa de acá para allá. Volvió a subirse y se recostó sobre él. Entonces el niño estornudó y abrió los ojos.
Llamó a Guejazí y le dijo:
«Llama a la sunamita».
Y la llamó. Al entrar, él le dijo:
«Toma tu hijo».
Y ella se echó a sus pies postrada en tierra. Luego, tomando a su hijo, salió.
El Amigo de los hombres se ha hecho hombre, naciendo de la Virgen
San Proclo de Constantinopla
sobre la Natividad del Señor, 1-2 (PG 65,843-846)
Alégrense los cielos, y las nubes destilen la justicia, porque el Señor se ha apiadado de su pueblo. Alégrense los cielos, porque, al ser creados en el principio, también Adán fue formado de la tierra virgen por el Creador, mostrándose como amigo y familiar de Dios. Alégrense los cielos, porque ahora, de acuerdo con el plan divino, la tierra ha sido santificada por la encarnación de nuestro Señor, y el género humano ha sido liberado del culto idolátrico. Las nubes destilen la justicia, porque hoy el antiguo extravío de Eva ha sido reparado y destruido por la pureza de la Virgen María y por el que de ella ha nacido, Dios y hombre juntamente. Hoy el hombre, cancelada la antigua condena, ha sido liberado de la horrenda noche que sobre él pesaba.
Cristo ha nacido de la Virgen, ya que de ella ha tomado carne, según la libre disposición del plan divino: La Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros; por esto, la Virgen ha venido a ser madre de Dios. Y es virgen y madre al mismo tiempo, porque ha dado a luz a la Palabra encarnada, sin concurso de varón; y, así, ha conservado su virginidad por la acción milagrosa de aquel que de este modo quiso nacer. Ella es madre, con toda verdad, de la naturaleza humana de aquel que es la Palabra divina, ya que en ella se encarnó, de ella salió a la luz del mundo, identificado con nuestra naturaleza, según su sabiduría y voluntad, con las que obra semejantes prodigios. De ellos según la carne, nació el Mesías, como dice san Pablo.
En efecto, él fue, es y será siempre el mismo; mas por nosotros se hizo hombre; el Amigo de los hombres se hizo hombre, sin sufrir por eso menoscabo alguno en su divinidad. Por mí se hizo semejante a mí, se hizo lo que no era, aunque conservando lo que era. Finalmente, se hizo hombre, para cargar sobre sí el castigo por nosotros merecido y hacernos, de esta manera, capaces de la adopción filial y otorgarnos aquel reino, del cual pedimos que nos haga dignos la gracia y misericordia del Señor Jesucristo, al cual, junto con el Padre y el Espíritu Santo, pertenece la gloria, el honor y el poder, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.
Oremos:
Te pedimos, Señor, que nosotros tus siervos, gocemos siempre de salud de alma y cuerpo, y por la intercesión de Santa María, la Virgen, líbranos de las tristezas de este mundo y concédenos las alegrías del cielo. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.
Amén.
(puede utilizarse también en tiempo de Cuaresma):
Perdona, Señor, los pecados de tus fieles y, ya que nuestros actos no pueden complacerte, sálvanos por intercesión de la Madre de tu Hijo, nuestro Señor Jesucristo. Que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.
Amén.
o bien:
Dios de misericordia, fortalece nuestra débil condición y, al recordar en este día a la Madre de tu Hijo, concédenos, por su intercesión, vernos libres de todas nuestras culpas. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.
Amén.
o bien:
Te rogamos, Señor, que venga en nuestra ayuda la intercesión poderosa de la Virgen María, para que nos veamos libres de todo peligro y podamos vivir en tu paz. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.
Amén.
o bien:
Concédenos, Señor, por intercesión de la Virgen María, cuya gloriosa memoria hoy celebramos, hacernos dignos de participar, como ella, de la plenitud de tu gracia. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.
Amén.
o bien:
Dios todopoderoso, concede a los fieles, que se alegran bajo la protección de la Virgen María, verse libres, por su intercesión, de todos los males de este mundo y alcanzar las alegrías del cielo. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.
Amén.