Giovan Francesco Barbieri, apodado el Guercino (diminutivo de guercio, bizco en italiano) a cansa de un defecto en el ojo derecho que contrajo cuando era todavía un niño en pañales, nació en Cento de Ferrara en 1591, según pudo precisar su biógrafo Calvi al descubrir el acta de Bautismo en la Colegiata de San Blas de aquella localidad. Tenemos una prueba de que su vocación pictórica fue precoz en el hecho de que a los nueve años empezara a trabajar como aprendiz con un artista poco conocido, Bartolomeo Bartozzi, "que pintaba a la aguada" (Calvi), al que abandonó para entrar en el taller de su coterráneo M. Benedetto Gennari, primero, y después en el de Giovan Battista Cremonini, también de Cento, pero establecido en Bolonia.
Éstas fueron las etapas de los comienzos de su formación artística, y Puede decirse que el Guercino abrevó en las fuentes vivas del arte boloñés y ferrarés más avanzado, si concedemos a Ludovico Carracci, a Scarsellino y a Carlo Bononi el mérito de haber orientado decisivamente la formación estilística del joven Barbieri. Éste se encontraba ya en 1615 en condiciones de exponer -como así lo hizo, en Bolonia- una serie de tres "Evangelistas" que despertaría el interés de su futuro protector, el cardenal Alessandro Ludovisi.
Posteriormente, Barbieri consolidó sus hallazgos artísticos y los hizo susceptibles de desarrollo gracias a su experiencia veneciana (1618) y al conocimiento de las obras más significativas de la tradición pictórica del siglo XVI, hacia la que debió orientarlo la inteligenicia despierta de Jacopo Palma. Llamado por Alessandro Ludovisi, que ascendió al solio pontificio con el nombre de Gregorio XV, el artista abandonó Bolonia y marchó a trabajar a Roma (1621), donde permaneció hasta 1623; durante aquellos años llevó a cabo encargos de gran importancia como la decoración al fresco del Casino
Ludovisi y la realización de un gran retablo destinado a la Basílica Vaticana (El entierro de Santa Petronila). Al faltarle el apoyo papal (Gregorio XV murió, precisamente, en el año 1623), el Guercino regresó a su tierra, donde fue adaptándose, poco a poco, a una poética de cuño clasicista, que, por lo demás, ya había empezado a aplicar en Roma, después de que entrara en contacto con el Dominiquino y con Agucchi. A partir de aquel momento desarrolló una actividad incansable en su ciudad natal, Cento, e hizo algunas raras escapadas a Plasencia (1626-27, de las que se conserva testimonio en los frescos de la cúpula de la catedral) y a Módena (1633, en donde pintó los retratos del duque Francisco I de Este y de su mujer, María Farnesio).
Asistido por un equipo de colaboradores y ayudantes, consiguió ir dando término a un número de encargos cada vez mayor, que su hermano Paolo Antonio fue consignando escrupulosamente en un cuaderno de pagos, imprescindible hoy para fechar su producción ad annum. Su evolución artística, que se desarrolló sin altibajos, estuvo abiertamente sometida a los subyugantes dictados de Guido Reni; hasta que éste murió (1642), el Guercino no se decidió a marchar a Bolonia para asumir un papel preeminente en el seno de la escuela pictórica local. Durante veinticuatro largos años desempeñó la función de guía autorizado de la misma, a pesar de que su vera fantástica había ido apagándose gradualmente. Sus continuadores más auténticos y afortunados (Preti, Crespi, Piazzetta, Tiépolo), saltando por encima del estancamiento de sus últimos años, marcharon por el camino que había abierto el "verdadero Guercino", el de la producción juvenil, más rica, sin duda, en fermentos poéticos, que la posterior.
El Guercino murió el 22 de diciembre de 1666, y fue enterrado en Bolonia, en la Iglesia de San Salvador.
Bibliografía: Ana Ottani. Pinacoteca de los Genios. Editorial Codex S. A.